miércoles, 30 de mayo de 2012

Juan Esteban Constaín: “Todo pertenece a la ficción, aun la realidad; sobre todo la realidad”

Se quedan cortos los 33 años para dar cabida a tantas aficiones, actividades y conocimientos como aglutina el colombiano Juan Esteban Constaín. Este profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Rosario ha unido sus dos pasiones -historia y fútbol- en su último libro, ¡Calcio!. Porque Constaín, además de profesor es escritor, traductor e historiador. Como escritor ya son tres los libros que tiene publicados, como traductor son muchas las obras clásicas que ha traducido a alguna de las seis lenguas que maneja (alemán, italiano, francés, inglés, latín y, obvio, español). Enamorado del fútbol -y de Boca Juniors, sobre todo- nos habla de esta última obra, en la que narra la historia del que pudo ser el primer partido de fútbol, mucho antes de lo que nos cuentan los ingleses…


Con un libro en el que el fútbol es el tema central, la pregunta es casi obligada: ¿que le diría a una persona no amante del fútbol para que se lanzase a leer ¡Calcio!?

Pues creo que la novela también tiene que ver con otras cosas: la soledad de la sabiduría, el exilio, las farsas del nacionalismo, la manera en que la realidad y la ficción están siempre tiñéndose mutuamente, etcétera… Así que creo que alguien que no ame al fútbol, o aun quien lo odia, podrá encontrar en este libro situaciones delirantes y maravillosos personajes verdaderos de la historia, que no pertenecen sólo a la cancha sino a la vida toda, a esa gran metáfora que es el mundo.

¿Cómo surge la idea de escribir una historia sobre fútbol? ¿Qué reacciones ha despertado?

La historia se me ocurrió en el verano del 2008, en Florencia. Ese año lo viví todo en Italia, y aunque estaba empezando un doctorado sobre la Antigüedad mediterránea, sólo quería escribir una novela en la que se hablara de fútbol. Leí mucho sobre el Calcio florentino —un deporte medieval que era mitad rugby, mitad nuestro fútbol de hoy— y sobre cómo, en 1530, los italianos desafiaron una prohibición de Carlos V para jugar a la pelota. Ahí tuve la primera parte de la historia. Luego, ya de regreso en Colombia, soñé un día con Arnaldo Momigliano, uno de los eruditos y sabios que más quiero y admiro y de lo que más he aprendido; releí su biografía, y entonces se me metió a la novela como el gran protagonista: un italiano y judío, brillante, exiliado en Inglaterra durante la guerra que decide decir que el fútbol no se lo inventaron los ingleses sino los italianos. Ahí estaba la otra parte de la historia, de la novela. Me senté al día siguiente y la escribí de un tirón, muy rápido. Ha despertado magníficas reacciones, por suerte, porque es un divertimento, un homenaje al fútbol y a la felicidad; una diatriba contra la solemnidad de la academia.

En el libro, el fútbol tiene un protagonismo total, incluso en un momento llega a convertirse en cuestión de estado y existe la posibilidad de que derive en un conflicto internacional. ¿Se podría actualmente llegar hasta ese punto?

No creo, porque el mundo de hoy no es tan serio, tan digno, tan honorable. Así que hablar del fútbol como una cuestión de Estado ya no tiene mucho sentido, por lo menos desde hace como dos décadas. Pero sí es una cuestión nacional —que es otra cosa— y para confirmarlo basta ver un Mundial, esa versión contemporánea de las guerras de antes. Así aparece todo: el fervor, el honor, la pasión, el heroísmo, en fin. El fútbol es, como ya lo han dicho tantos, el lugar definitivo de la condición humana.

Con el purismo británico y la pasión que existe en torno al football, ¿qué acogida tendría la teoría del profesor Arnaldo Momigliano en Reino Unido?

Pues Momigliano vivió allá más de 30 años, y fue una eminencia en el difícil mundo de los clasicistas británicos. Así que por lo menos por respeto a la memoria del verdadero don Arnaldo, los ingleses deberían acoger con benevolencia sus teorías en la ficción. No sé. El libro sale este verano en Italia y estamos negociando con varias casas en UK para lograr allá una edición. Sin embargo no es fácil, no van a enterrarse el cuchillo tan gratuitamente los ingleses.


En ¡Calcio! habla de la simbología bélica que utilizan los ejércitos en el partido y escribe: “El deporte es la guerra de nuestra época, y el honor que sus proezas regalan vale tanto como antes valían las conquistas y los asedios y los mares”. Hoy en día se siguen viendo en los estadios de fútbol esas banderas, cánticos de guerra, estandartes… ¿Esta sustitución es una muestra de que no hemos evolucionado o todo lo contrario?

Bueno: la evolución del ser humano es algo tan caprichoso, tan inasible, tan contradictorio… Piense usted en las barras bravas, en la violencia que aún campea en los estadios de muchos países. Pero claro: definir el honor de las naciones en la cancha y no en la guerra sí es mucho mejor, mucho más civilizado. O todo lo contrario, quizá.

¿Qué tienen en común el fútbol y la literatura? ¿Cree que son una forma de enfrentarse a la vida?

Claro que sí: son una forma de enfrentarse a la vida. Pero además el fútbol no es un conjunto de reglas sino un conjunto de excepciones; la literatura también. Y luego hay cosas más concretas y más técnicas: el estilo, el arte, la pasión, el poder del individuo… Todo eso está en los dos sitios, en la cancha y en los libros. Y luego está la poesía, que es un gol, una gran jugada, un caño, Maradona o Messi o Iniesta descifrando misterios con los pies.

Hace unos años parecía que el fútbol no casaba con los círculos intelectuales. ¿Cree que ya no existe esa connotación negativa? ¿O no ha existido nunca?

Ese era un prejuicio de gente necia e insoportable, de acartonados profesionales de las humanidades que sólo practican el onanismo de sus libros y sus ideas ilegibles. Pero entre la gente verdaderamente inteligente nunca se ha dado esa “prevención ontológica” con respecto al fútbol. Puede haber odio o aversión, que es otra cosa, pero no esos reparos absurdos del mundo intelectual que usted menciona. Sin embargo, muchos de los más grandes escritores y pensadores de nuestra época, fueron grandes amantes del fútbol y muchos incluso llegaron a jugarlo y muy bien. Piense por ejemplo uno de los mejores prosistas franceses de todos los tiempos, Henri de Montherlant, varias de cuyas novelas son un conmovedor homenaje a la pelota. Por mencionar solo uno…

En algunos medios se ha definido su novela como una obra erudita y de corte académico, en otros se ha dicho que roza el ensayo, o también que es una novela histórica. ¿En qué género la englobaría usted?

Es una ficción histórica, pero no es erudita sino festiva. Como dije antes, es un divertimento, un homenaje doble, al fútbol y a Arnaldo Momigliano quien demostró que se podía ser sabio sin sufrir en el intento ni hacer sufrir a los demás. Tiene reflexiones, sí, pedazos que podrían parecer un ensayo. Pero todo pertenece a la ficción, aun la realidad; sobre todo la realidad. No es una novela académica y creo que cualquiera la puede leer; no se necesita Wikipedia para saber quién es quién en mi libro, a no ser que uno quiera descifrar dónde están mis invenciones: las que aparecen en Wikipedia, esas son.

¿Se alimenta la literatura de la historia o, por el contrario, la literatura sirve como vehículo para construir una visión de la historia?

La historia y la memoria son un género literario, y la literatura no es sino eso: la construcción de una manera de entender el mundo que puede perfectamente servirse del pasado y de la historia. Yo por lo menos estoy situado en esa puerta giratoria, y no pienso moverme de allí.

En la dedicatoria inicial escribe: “A ese D10S argentino, que pateaba con la zurda y metía goles con la mano”. En el interior de la novela también hay un homenaje bastante evidente a Maradona. ¿Qué libro le recomendaría si tuviese la oportunidad?

¿A Diego? No sé: ¡Calcio!

Si Messi se lleva todos los galardones del fútbol, ¿quiénes podrían ser los ganadores de un hipotético premio “Libro de Oro”?
En el pasado, Dickens, Aulo Gelio, Borges. Hoy, Javier Marías.

Muchísimas gracias.

Encantado.

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domingo, 20 de mayo de 2012

¿Inventaron los ingleses el fútbol?

¡Calcio! Juan Esteban Constaín. Seix Barral. 224 páginas. 16’50 €. Premio Espartaco de Novela 2011.

Para empezar hay que dejar claro a qué nos enfrentamos antes de entrar en materia. ¡Calcio! es una novela que gira en torno al fútbol, sí, pero no es una obra que sólo puedan disfrutar los amantes del deporte rey. En esta ficción, el escritor colombiano Juan Esteban Constaín aporta una gran variedad de valores en torno a una guerra entre florentinos y españoles en el siglo XVI.

Todo empieza en Oxford, cuando el profesor italiano, Arnaldo Momigliano -personaje tan real como extravagante-, asegura en una reunión de su círculo académico -el Pickwick Club-, en 1947, que el fútbol no fue inventado por los ingleses, como se cree. Ya en el año 1530, durante el sitio del imperio español a Florencia, se jugó un partido de un juego tan parecido que podría ser el origen del fútbol actual.

Esta afirmación le costará al profesor italiano el cuestionamiento de sus colegas ingleses, sobre todo de un miembro de la Asociación de Fútbol de Inglaterra. De esta manera, Momigliano comenzará una búsqueda por los archivos de Florencia para demostrar que el calcio es el origen del fútbol y que los italianos son los inventores de este deporte.

Con una técnica narrativa muy peculiar, basada en la “reproducción” de esos archivos que el narrador va leyendo en su investigación, el autor nos lleva hasta el siglo XVI y nos hace partícipes del sitio al que los imperiales españoles sometieron a los ciudadanos florentinos, con Guillermo de Orange y Malatesta Braglione, respectivamente a la cabeza. Sitio que derivará en una suerte de Barça-Madrid del siglo XVI, con sabor a Evasión o victoria, en la que se enfrenta la experiencia de los florentinos frente a la dureza del novato con la que se empeñan los españoles.

Durante la reproducción de las Memorias del calcio florentino, obra supuestamente escrita por Momigliano, en la que se apoya la explicación histórica de esta fantasía, vemos como grandes personajes de la historia se entusiasman con el partido de calcio, con pasiones tan irracionales como las que vemos hoy en las gradas de los diferentes estadios mundiales. Miguel Ángel, el emperador Carlos V, el papa Clemente VII o Ximenez de Quesada, entre otros, aparecen relacionados con el juego, en el que se disputan algo más que tres puntos.

Tal vez uno de los puntos más llamativos de la novela sea la comparativa constante del fútbol con la guerra. Constaín escribe: “El deporte es la guerra de nuestra época, y el honor que sus proezas regalan vale tanto como antes valían las conquistas y los asedios y los mares”. Así justifica el fervor que generan los grandes partidos que llegan casi a detener el planeta hasta que el árbitro indica el final del encuentro, algo que también tiene lugar en Florencia durante este peculiar derbi.

La novela de Juan Esteban Constaín es una muestra de intelectualidad sin ostentación, una obra cargada de humor y amor por el fútbol; así como una historia divertida oculta entre una prosa culta y entretenida, que no decae en ningún momento y que incluso se permite un guiño sorprendente al mismísimo Maradona. ¡Calcio! es una demostración del buen estado de la narrativa colombiana, con escritores en buena forma de la talla de Juan Gabriel Vásquez, Héctor Abad Faciolince o el propio Juan Esteban Constaín.

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viernes, 11 de mayo de 2012

Boz, el narrador inmortal

El 7 de febrero de 1812 nació Charles Dickens en la ciudad portuaria de Portsmouth, en Inglaterra. Su familia no era de clase baja, pero siempre cargaba con las deudas de su padre, que despilfarraba el dinero con el que debía sustentar a su mujer y sus hijos. Era difícil, entonces, prever que, con el tiempo, el pequeño Charles se iba a erigir, junto a William Shakespeare, en el mayor narrador de la historia de la Literatura. 


Aunque no nació en Londres, se puede decir que el escritor era un londinense de pro, ya que su familia se trasladó a la city cuando él sólo tenía dos años. Desde entonces, la ciudad conserva ese aire propio de sus novelas. El espíritu del escritor deambula por la ciudad, llena de vestigios de su época. 

Los derroches de su padre hicieron que ni él ni sus hermanos accediesen a una educación consistente, salvo en contadas ocasiones. Charles Dickens se convirtió así en un experto autodidacta que pasaba las horas muertas leyendo en cualquier rincón. Era aún muy pequeño cuando se sumergió en obras como El Quijote o en los hitos de la novela picaresca, muy a la orden del día en aquellos tiempos. 

Uno de los primeros barrios en los que vivió, acogido tras el ingreso de su padre en prisión, fue el mítico Camden Town, en el que hoy se asienta el mercado alternativo más famoso del mundo y en el que hasta hace poco tenía su residencia la malograda Amy Winehouse. El barrio de aquellos años nada tiene que ver con lo que encontramos ahora. Camden era entonces uno de los suburbios más pobres de Londres. Allí es donde el futuro escritor empezó a adquirir su sensibilidad con la pobreza y con los estratos más bajos de la sociedad, a los que él también pertenecía. 

A la edad de doce años, el joven Charles comenzó su vida laboral. En su primer trabajo pasaba en torno a diez horas pegando etiquetas en una fábrica de betún. Con el dinero que ganaba, un sueldo miserable, pagaba su habitación y ayudaba a su familia, que vivía con el padre en la prisión (práctica permitida por la ley de entonces). 

En sus primeros años de adolescencia, mientras trabajaba en la fábrica, adquirió esa conciencia generosa y altruista que sería uno de sus sellos de identidad desde entonces. Esa capacidad de observación y de narración que elogiaron tantos grandes personajes. Marx celebró al escritor diciendo, nada menos, que su obra había hecho más por la clase trabajadora inglesa que “todos los discursos de los profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos”. Y así es, Dickens era un hombre filantrópico, que se preocupaba por los demás y que narraba el drama de las clases bajas porque verdaderamente le inquietaba. 

A pesar de que se dice que Dickens no tenía una gran imaginación, la suplía con creces a base de observar. La cualidad más importante para cualquier escritor es la observación del mundo. Así se formó el gran novelista del XIX, mediante la observación del mundo que le rodeaba. De esta manera se convirtió en un símbolo de la cultura británica, que guarda toda su vigencia aún hoy. 

Buena muestra de ella es la cantidad de adaptaciones o menciones a sus obras que podemos ver en la cultura británica actual. Tal vez el mayor exponente sea Bleak House (Casa desolada), exitosa adaptación de la BBC sobre su novena novela, inspirada en su propia labor dentro del aparato judicial. Pero Casa desolada no es la única; las adaptaciones de Oliver Twist, David Copperfield, o A Christmas Carol son constantes. No pasa un año sin que podamos ver nuevos montajes o reinterpretaciones de sus obras. 

'Dickens dream'. 1875. Robert William Buss.
Londres y Dickens van de la mano. Uno se entiende menos sin el otro. La capital británica alberga un gran abanico de vestigios de la época victoriana en la que vivió Boz. Su casa de Londres, en el 48 de Doughty Street, y que curiosamente comenzó a habitar en 1837, año en el que comienza la era victoriana, es uno de ellos. Se trata de una vivienda de dos pisos, no demasiado pretenciosa, que se mantiene aproximadamente como el escritor la dejó a su marcha. Un lugar para el recuerdo del escritor, en el que podemos ver los manuscritos de obras suyas como Los papeles póstumos del Club Pickwick, que concluyó allí antes de comenzar Oliver Twist, o su colección de objetos más grande, entre ellos cartas y objetos que compartía con su esposa y sus hijas. 

El escritor popular que reivindicaba los derechos de autor 

Sabemos que en Londres terminó de forjarse como persona y comunicador. El escritor era, además, un gran convocador de masas. Cada vez que organizaba una de sus guías de lectura o una lectura pública, llenaba los locales o los parques en los que tenían lugar. Se convirtió en un personaje muy popular para los británicos y aún hoy sigue siéndolo. Con motivo del bicentenario, en la calle Victoria podemos encontrar, a menudo, un actor caracterizado como él, que da charlas a estudiantes o lee fragmentos de su obra desde un púlpito. Alrededor de él no cabe un alma. Todos escuchan con atención como otro nuevo Dickens nos narra sus historias de siempre. 

Peter Ackroyd, autor del reciente libro Dickens. El observador solitario, cuenta que: “En la época en que se inventaba la fotografía, ya era muy conocido popularmente, y cuando realizaba sus giras por América era seguido por multitudes en la calle y se congregaban masas frente a los hoteles en los que se alojaba.” Algo impensable hoy en día, en sociedades en las que los escritores pasan más bien desapercibidos entre modelos, futbolistas y actores. Boz se convirtió en una gran celebridad. 

A Dickens le encantaba que le adorasen, pero incluso esta adulación le parecía hiperbólica y no le terminó de gustar nunca, al igual que los propios Estados Unidos. Sus obras Notas americanas y Martin Chuzzlevit, escritas tras regresar del país norteamericano, dan muestra de ello. La relación del escritor con Estados Unidos no pasaba de una mera relación comercial, ya que allí había un número importante de lectores de Boz. 

Manuscrito de Dickens. Foto: Jesús V. S.
El origen de esta especie de aversión por los Estados Unidos viene dado por una polémica con los derechos de autor. El escritor se veía desprotegido por la ley estadounidense, muy proteccionista con los autores patrios, pero que, por el contrario, permitía a los editores publicar a los escritores extranjeros sin pagar ningún tipo de derechos. La cantidad de dólares que perdió Dickens por esta medida fue la espita de su recelo frente a América. Ni siquiera la popularidad que obtuvo, gracias a los precios populares que permitía este ahorro de los editores en derechos de autor, compensó la pérdida. Dickens lanzó una contraofensiva en sus discursos contra la ley que pronunció durante una gira estadounidense y en las obras posteriores que escribió al regresar. Se puede decir que el autor londinense fue uno de los primeros defensores de los derechos de propiedad intelectual. 

El caminante nocturno 

Quién sabe si fue entonces cuando comenzó a caminar en la noche. Su vida no era sólo éxito y adulación de su público, lo cual le encantaba y le hacía dedicarse en cuerpo y alma a ellos. No obstante, su mundo interior deja entrever un hombre corriente, que no se olvida de su pasado en la pobreza, que tiene graves problemas conyugales, su separación de Catherine o la complicada relación con sus hijos, entre otros. Tal vez sea esto lo que cargaba a su espalda cuando se internaba en la noche paso a paso. Dickens paseaba sin rumbo y sin horario. La noche casi era tan larga como sus caminatas. Cuentan las leyendas que una noche llegó a caminar hasta treinta kilómetros. 

Largo recorrido el de sus paseos, como larga es la magnitud de sus trabajos. Todavía hoy, dos siglos después, sigue siendo uno de los autores más traducidos y reproducidos. Sin duda, Dickens fue el escritor victoriano por excelencia y un narrador más que fiable de su época. Aún hoy conserva intactos su energía, su humor y su capacidad de observación. Quizás sean estas las características de su obra que le mantienen tan vivo hoy, doscientos años después de su nacimiento en Portsmouth. Boz está tan vivo como entonces.

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lunes, 7 de mayo de 2012

La oscuridad de lo efímero y lo duradero

La existencia de Dios. Miguel Barrero. Ediciones Trea, 2012. 96 páginas. 12 €. 

La memoria y el olvido son como dos enamorados cortazarianos: van de la mano, sin uno no puede existir el otro, se necesitan, pero, a la hora de la verdad, cuando la cosa se pone seria, son incompatibles. Miguel Barrero ha escrito una novela en la que uno de los temas que trata es, precisamente, la memoria. 

Haciendo equilibrios en la delgada línea que separa ficción y realidad, el escritor asturiano ejerce de funambulista, para contarnos la historia de Pablo, un amigo de la infancia con el que se ha ido distanciando a medida que el tiempo ha ido erosionando su estrecho y antiguo vínculo. 

La novela de Barrero es ese tipo de novelas en las que el escritor suele ser preguntado mil veces sobre qué parte de lo que cuenta es cierto y cuáles no. Desde la oscuridad de la noche más amarga de su vida, el narrador evoca todos los recuerdos que guarda de su adolescencia, aquellos en los que su amigo Pablo, un excéntrico y alocado chico, es el protagonista. Y el autor lo cuenta con una escritura delicada y dura a la vez, que consigue evocar vivencias compartidas de algún modo por cualquiera en la adolescencia. 

La soledad del estudiante que llega a una nueva ciudad y no conoce a nadie, la sensación de apatía y extrañeza al regresar a la antigua ciudad en los periodos vacacionales (Mieres, en este caso), o la transformación de la identidad de la persona a través del tiempo, desfilan por la mente del narrador en esta historia. 

La existencia de Dios es una breve novela que consigue mantenernos atentos desde la página uno hasta un revelador epílogo. Una obra en la que la memoria de Miguel y el recuerdo de una conversación con Elena, en la que Pablo también fue el centro de atención, nos hacen reflexionar sobre el tránsito de la niñez a la madurez y sobre la pérdida de la inocencia que eso conlleva. 

El escritor, en general, suele proyectarse en todas sus palabras. Es un hábito casi tan inalterable como la propia escritura. Esa proyección, en muchas ocasiones, se lleva a cabo en otras personas. Es más soportable escribir tu historia en la piel de otro. “Porque hablar de ti fue la mejor manera que se me ocurrió de hablar de mí”, escribe el autor en el epílogo. 

La nueva novela de Barrero es un texto magnífico, de lectura ágil, que nos hará reflexionar durante casi más rato del que tardaremos en leerla, sobre la vida y la muerte, la amistad, el olvido, el presente, y la fugacidad de todo lo anterior.

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Memorias de nieve


Diario de invierno. Paul Auster. Editorial Anagrama. 248 páginas. 18’90 €.

Paul Auster es un escritor con aura. Sus personajes, generalmente seres vulnerables que buscan un hálito de esperanza en cualquier esquina, suenan vagamente al escritor. Como él mismo dice, “los escritores somos seres heridos”. En su nueva obra, una suerte de memorias de la niñez desde el principio del ocaso, nos desvela alguno de sus secretos y se desnuda ante el lector. 

Hablar a estas alturas de Paul Auster sería contraproducente. Cualquiera que lo haya leído sabe cuál es su estilo, la delicadeza de sus historias, generalmente muy cotidianas, y ese punto mágico que siempre le da a sus libros, que los hace tan especiales. En este Diario de invierno el escritor nos regala unas memorias que hacen un recorrido de su vida a través de su cuerpo: sus cicatrices, los cambios que experimenta, los hogares que ha habitado, sus viajes y las mujeres con las que ha compartido alguna noche de sus sesenta y cuatro años. 

Con este fin, el neoyorquino ha utilizado una segunda persona que le permite permanecer distante a sus propias vivencias e incluso vanagloriarse de algún triunfo, pero sobre todo echarse en cara sus fracasos, fallos en las decisiones y avivar la llama de sus remordimientos. “Corriste un riesgo que no debiste asumir, y ese error de juicio continúa llenándote de vergüenza. Por eso al salir del hospital juraste no volver a conducir, por eso no te has sentado al volante desde el día en que casi mataste a tu familia”, dice sobre un terrible accidente de coche en el cual él conducía. Auster se muestra como un hombre frágil, lleno de culpabilidad en ocasiones, que es incapaz de expresar su dolor en los momentos trágicos de su vida y que conoce de cerca el olor de la muerte, con la que asegura haber coqueteado en un par de ocasiones. 

El autor comenzó a escribir esta obra una noche de enero de 2011 en la que, según él mismo escribe, nevaba en Nueva York. Quizá contagiado por la climatología, Auster desliza las palabras con la suavidad del copo de nieve que cae lento para posarse finalmente en la retina del lector y crear una imagen del relato que compone. 

Especialmente delicadas son las palabras que dedica a las mujeres, o más bien, a las tres mujeres de su vida: su madre, su mujer, la escritora Siri Hustvedt, y su hija Sophie. La vida del escritor parece haberse desarrollado siempre con algún vínculo fuerte con el sexo femenino. Las palabras a Siri son excelsas, muestra de un amor que es más bien veneración. Cuando el lector cierra la tapa de estas memorias, es muy posible que le hayan suscitado el interés por la escritora de origen noruego, a la que Paul Auster define como “la persona más grande y más pequeña que habías conocido nunca, o quizá la más pequeña y más grande”. 

Dice de ella: “La inteligencia es una cualidad humana que no admite falsificaciones, y en cuanto tus ojos se habituaron al resplandor de su belleza, comprendiste que aquella mujer poseía talento, las mejores facultades mentales con que te habías encontrado.” Y así continuamente. No son las únicas palabras de adoración que aparecen, tanto hacia Siri como hacia su madre, pero será mejor que se lean la obra. Puede pensar el lector que el nuevo libro de Auster no pasa de ser una obra de memorias sin más, y lo cierto es que lo son, pero con el ingrediente especial con el que toca el autor americano a todas sus obras. No estamos ante su mejor obra, eso queda lejos, pero sí podemos decir que, junto a La invención de la soledad o A salto de mata, nos encontramos ante la obra más íntima y cicatrizante que haya escrito Auster hasta ahora.

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Aire de Dylan

Aire de Dylan. Enrique Vila-Matas. Seix Barral. 328 páginas. 19’50 €. 

Bob Dylan deambula por la nueva novela de Vila-Matas, atrapado en el cuerpo de Vilnius, un joven cineasta al que todos conocen como Little Dylan, por su parecido con el cantante, además de con Rimbaud. 

El joven Vilnius está convencido de que el fantasma de su padre, el intelectual Lancastre, que acaba de fallecer, se cuela en sus pensamientos para comunicarle algo. Por esta razón, mientras trabaja en la creación de su Archivo General del Fracaso, se sumerge en la búsqueda de un escritor que sea capaz de reconstruir las memorias que su padre dejó a la mitad antes de morir, que su madre lanzó a las llamas en un arrebato, en busca de pistas. 

La novela de Vila-Matas sitúa su centro narrativo en una serie de conferencias de Vilnius a las que asiste el narrador de la historia, el clásico narrador vila-matiano. A través de ellas conocemos al personaje y su labor de creación cinematográfica, sus trabajos sobre el fracaso incluidos. Vilnius es un holgazán que se jacta de poder sobrevivir con sólo una idea al día y que parasita la sociedad todo lo que puede y más. 

El autor establece así un contraste con Lancastre, su padre, referente de la cultura del esfuerzo y la constancia. Cuando los dos estaban en vida, su relación era más bien parca, incluso espinosa, pero tras su muerte, las incursiones del difunto en la mente de su hijo parecen tener un objetivo: revelar la verdad escondida. Para ello, Vilnius creará, junto a Débora –su actual pareja y anterior amante de Lancastre-, la extraña y minúscula sociedad Aire de Dylan, que intentará esclarecer el suceso mediante una representación teatral. 

Así llegamos a la página doscientos, casi dos tercios de la obra, hasta la que poco o nada más descubriremos. A partir de entonces, Vila-Matas confiere a su historia algo más de ritmo gracias a una trama policíaca en torno a Lancastre, Laura Verás, mujer de Lancastre y madre de Vilnius, y su pérfido amante, Claudio Arístides Maxwell. 

Lejos de Dublinesca, una de sus mejores obras de los últimos años, Vila-Matas firma en Aire de Dylan un ejercicio de admiración y respeto por el teatro, sobre todo por la obras de Shakespeare. Es verdad que cuesta entrar, ya que lo más destacable se encuentra en las últimas páginas, en las que la obra gana enteros frente al inicio, que puede dejar frío al lector. No obstante, Aire de Dylan es una obra llena de enredos, referencias cruzadas y homenajes, aderezada con la admirable escritura del barcelonés, que ha conseguido crear su propio estilo, reconocible y justamente admirado en el panorama literario nacional.

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miércoles, 2 de mayo de 2012

Balial, ese canalla tierno

Historia de una gárgola. Milo J. Krmpotic. Seix Barral. 203 páginas. 16 €. 

La novela que nos ocupa es una aventura diferente; una nouvelle con tintes góticos en la que los monstruos con los que todos hemos soñado de pequeños cobran vida. Pero no lo hacen de una manera tan espantosa. Balial es un monstruo, sí, y muy canalla además, pero en su horripilante cuerpo pétreo se esconde un corazón que late y por momentos se vuelve muy entrañable. 

Hay que entender esta narración en clave de fábula. No obstante, no se debe obviar la profunda reflexión que se lee entre líneas. Balial es una criatura que encierra lo siniestro junto a lo cándido, lo carnal y lo demoníaco, lo fantástico y lo realista; en definitiva, el bien y el mal. 

Un día la gárgola se despierta fortuitamente después de caer desde la cornisa de una “célebre catedral de París” y tras observarse un rato, en el reflejo de un charco, recuerda que su cometido en la vida es hacer el mal y asustar a los humanos. Tanto es así que, en el momento que se cruza con algún humano que no se asusta ante su terrorífica presencia, el monstruo sufre crisis de identidad más propias de los seres humanos, que se convierten en elementos en clave de humor dentro de la historia. 

Desde su caída, la gárgola parece subirnos a lomos de su espalda y hacernos sobrevolar junto a él su historia. Poco a poco vemos como Balial se nos desnuda, tanto en sus hazañas diabólicas, como en las debilidades que siente por ciertas mujeres humanas, perras y otro tipo de seres de la tierra. Le podremos ver dejándose llevar por sus instintos animales para salvar a alguien de un peligro, para poco después echarse en cara que su función es la de aterrar. 

El título, Historia de una gárgola, no puede ser más acertado, ya que además de narrar las aventuras del monstruo, no las cuenta otro que el mismo Balial, con su lenguaje de aliento podrido, cargado de detalles sobre sus ventosidades y la putrefacción que tanto adora y que nos arrancará más de una sonrisa. El lenguaje y el estilo narrativo del autor se adecúan perfectamente al carácter del personaje: soez, chulesco, mordaz y escatológico en algunas ocasiones, lo que le hace ganar credibilidad en cada página. Milo J. Krmpotic ha creado un personaje especial, enternecedor a la vez que cínico y canalla. Balial es un antihéroe de extraña forma, diríase que un burlón con la capacidad de salvar el revolucionario mundo en el que renace o terminar de machacarlo. Un monstruo que cobra más humanidad que los propios hombres que aparecen en la obra y que llena las páginas con reflexiones cargadas de sarcasmo e ironía sobre la raza humana. Una alimaña tan humana que, en su intento de hacer el mal, puede llegar a causar el bien cuando menos se lo espera, sólo por mera equivocación.

Publicado en Punto de Encuentro