lunes, 20 de agosto de 2012

Nadadores de fondo

Los nadadores. Joaquín Pérez Azaústre. Anagrama. 248 páginas. 

El nadador, como el corredor de fondo, ejerce su actividad solo. Así le ocurre al protagonista de esta novela, Jonás, un fotógrafo de prensa, que ahoga sus ratos libres en la piscina junto a su amigo Sergio. Un problema de espalda en su infancia le llevó a sumergirse varias veces por semana y, desde entonces, cada vez que nada se detiene unos instantes para ver las siluetas sombrías que parecen mirarle desde la mampara que separa la piscina del exterior. 

Esa es la vida de Jonás: fotografías de prensa, alguna exposición esporádica en alguna galería y las tardes de natación. Desde su ruptura con Ada vive solo en un piso al sur de la ciudad y pocos son los vínculos con su pasado que aún quedan firmes. La monotonía lo engulle silenciosamente a cada brazada. Sin embargo, cuando recibe una llamada y escucha la voz nerviosa de su padre, su rutina se verá sacudida de repente. Su madre, que ya no vive con él, ha desaparecido y lleva dos meses sin dar señales de vida. 

Al principio Jonás parece no darle demasiada importancia. Pérez Azaústre consigue crear un carácter que asimila todo lo que le llega del exterior: la soledad, la derrota, el vacío. Un personaje a imagen y semejanza de los individuos de nuestra sociedad, que se conforman y aceptan casi todo como normal. 

El fotógrafo supone que su madre habrá encontrado otra persona o se habrá visto en la necesidad de huir y no dar explicaciones. De esta forma, se intenta cubrir a sí mismo y no buscar una razón a la desaparición de su madre. Pero el nadador verá como empiezan a esfumarse otras personas: otro fotógrafo de la galería, algunos de los nadadores de la piscina… Es entonces cuando decide buscarla, visitar su casa e indagar en las posibles razones de la huida. Mientras tanto, aceptará un misterioso encargo fotográfico que le llevará hasta “las puertas del infierno”. 

Los nadadores es una novela sobre la soledad y el vacío devastador causado por ésta. Un canto existencialista del vacío y la voracidad del tiempo en una sociedad en la que, envolviendo nuestra soledad, sólo resiste la amistad, el amor o la familia. El autor crea un ambiente magnético gracias a un estilo narrativo de frases largas y elaboradas. El ritmo, sin embargo, es acelerado y el desarrollo de la trama hace que la historia vaya de menos a más hasta desembocar en un soberbio final abierto, que llenará al lector de dudas y le hará plantearse la dirección que ha cobrado la sociedad contemporánea. 

Mientras la ciudad –sin nombre, aunque se identifica Madrid- ve como sus habitantes desaparecen poco a poco, Jonás sigue refugiándose en la piscina. Las siluetas oscuras que le observan desde arriba le traen de vuelta sus recuerdos, que serán una de las claves de la historia, y le llevan, cada vez más, a preguntarse por las desapariciones, que le arrastran su propio miedo a perderse. 

La angustia, la amenaza invisible de la pérdida, la paradoja de invisibilidad que nos brinda una sociedad cada vez más interconectada o la excavación enigmática en busca de la identidad, son algunos de los temas que encontramos en esta magnífica novela, que ha catapultado a Pérez Azaústre a lo más alto de la narrativa actual.

Publicado en Culturamas

viernes, 10 de agosto de 2012

Claudia Piñeiro: “Un escritor puede mentir, es más, todos esperan que mintamos”

Aterrizó en España con la novela Las viudas de los jueves, que ganó el Premio Clarín-Alfaguara del 2006. Sin embargo, esta no era la primera obra que escribía Claudia Piñeiro. Su primera novela, El secreto de las rubias, fue finalista del concurso ‘La sonrisa vertical’ de Tusquets en 1991. Tras su irrupción, totalmente casual, en la ficción -según cuenta en una entrevista decidió escribir su primera obra en un vuelo de negocios-, ha escrito numerosas novelas y obras de teatro. En España se han publicado, además de Las viudas de los jueves, dos novelas policiacas, Tuya (2010), que fue finalista del Premio Planeta Argentina en 2003, y Las grietas de Jara (2011). En 2012, Claudia Piñeiro retorna con Betibú, una magnífica novela negra que gira en torno al periodismo, la ficción y el crimen.


Al principio de la novela hay un amplio perfil de Betty Boop. En él se habla de su creación, su significado a lo largo de la historia e, incluso, de su prácticamente desconocido simbolismo. ¿Es hoy en día una gran desconocida a pesar de aparecer en multitud de soportes (carteras, regalos, cuadernos, juguetes para niñas…)? 

Creo que muchas de las chicas que la llevan en mochilas, cuadernos y demás, no saben para nada qué significa el ícono. Probablemente sus madres sí lo sepan, y se pondrán contentas o no con que la porten de acuerdo a si a ellas les gusta o no el tipo de mujer que Betty Boop representa. 

¿Aceptamos cualquier icono que nos quieran vender, hasta el punto de saturarlo, aunque no lo conozcamos apenas, sólo porque así nos lo inculcan? ¿Somos seres tan dóciles? 

Puede ser que en un principio sí, que el poder del marketing y el lavado de cabeza desde la publicidad tenga un primer triunfo. Pero a la larga me parece que sólo subsisten aquellos íconos que, de verdad, significan algo. Incluso puede ser que alguno vaya modificando lo que representa para poder subsistir. Es un proceso que tarda, primero llegan los espejitos de colores, pero hace falta una reflexión más calmada para llegar a separar la paja del trigo. Y eso lleva tiempo y ganas de enterarse. 

Durante toda la novela están latentes –o no tanto- las nuevas formas de comunicación (redes sociales, Google, Wikipedia o YouTube, entre otras). ¿Podrían llegar a ser fuentes primordiales a considerar por los profesionales de la información o habría que apartarlas a un lado y desconfiar de ellas? 

Ninguna de las dos cosas. El punto a buscar es más intermedio. Sin las fuentes primordiales y los métodos tradicionales de investigación es muy difícil profundizar en un tema de forma adecuada. Pero evidentemente las nuevas tecnologías allanaron mucho el camino de la investigación, resulta mucho más fácil acceder a algunos datos, e incluso a datos que de otra manera sería imposible o muy costoso llegar. Al principio de la novela parecería que si Jaime Brena (el periodista a la vieja usanza) no le da una mano a “el pibe de policiales”, éste no llegará a hacer su trabajo bien. Sin embargo a lo largo de la novela Brena también aprende del pibe y gran parte de la resolución de la trama policial se logra a través de internet y las redes. 

En Betibú se entremezclan los nuevos paradigmas periodísticos con los clásicos, que simbolizan el pibe de Policiales y Jaime Brena. ¿Una mezcla de los dos daría como resultado “el periodista total”? 

Sí, creo que está básicamente respondido en la pregunta anterior. 

“Si querés ser buen periodista, tenés que leer ficción”, dice Jaime Brena. ¿Puede la ficción representar la realidad más fielmente que el propio periodismo? 

Vamos a un ejemplo: Yo creo que no hay nada que mienta hoy más que el índice que mide el riesgo país. ¿Cómo se mide el riesgo de un país? ¿Sólo con parámetros económicos? EEUU poco antes de que dos aviones estallaran contra las torres gemelas no tenía un alto riesgo país, ¿pero no era un país en riesgo? ¿Quién lo mide? ¿A qué intereses responde? En medio de todo esto, nada más real que la ficción que no engaña a nadie, quien la lee sabe que eso que está entre sus manos es un cuento. En ese contrato entre lector y autor no hay mentiras. 

Escribe: “piensa en cómo la vida de cada día, lo cotidiano, hasta lo banal, se mezclan con el crimen como un menjunje que quita dramatismo al horror y perturba lo simple. ¿Se puede batir un café cuando anoche colgaba un cadáver de un árbol?, ¿se puede preparar un desayuno creyendo que ese muerto puede ser parte de algún plan o proyecto criminal mayor?”. ¿La sociedad contemporánea tiende a banalizar el crimen y la violencia? 

La sociedad contemporánea convive con el crimen y la violencia. Aprende a seguir adelante a pesar de él. Si no fuera así quedaríamos paralizados. Lo que no quiere decir que no podamos aprender de nuestros errores como sociedad, sobre todo si no los tapamos y tenemos memoria. 

Escribe Nurit en una de sus notas: “Una agenda de prioridades informativas que deja afuera ciertas noticias es censura.” Según esta manifestación, ¿hasta qué punto existe la censura en el periodismo actual? 

Es un tema complicado, no siempre hay órdenes expresas, no siempre viene alguien y dice “de esto no se puede hablar”. Si fuera así podría denunciarse. Los mecanismos son más sutiles y muchos periodistas ni siquiera proponen temas porque saben que les costará el enojo de su editor o hasta su puesto de trabajo. Nadie se lo dijo, pero lo saben. Otros fuerzan esta tensión y logran imponer temas que no son bien vistos a priori. Otros en el intento son despedidos. Hay de todo. 

En esta obra vemos un abanico total de carácter de los personajes: cretinos, tímidos, desconfiados, calculadores… ¿Siente alguna empatía especial con los personajes? En ese caso, ¿qué tipo de personajes despierta más sus simpatías y antipatías? 

Aprendí hace muchos años, con una maestra de guion (María Inés Andres) que uno como autor debe ponerse en los zapatos de cualquier personaje, sentir que puede ser el más malo como el más bueno. No importa quién te guste más fuera de tu oficio de escritor. Pero puesto a desarrollar un personaje, a darle su curva dramática, uno debe poder ser él, sino termina describiendo estereotipos. Me parece que la elección del lugar donde se para el autor desde su ideología está en el punto de vista y no en la composición de los personajes. 

En la parte final hay un informe que es casi un alegato de la ficción frente al periodismo. ¿Resulta más sencillo escribir sobre la realidad cuando la encuadramos en un marco de ficción? 

Sin dudas. Un periodista debe ajustarse a la verdad. Un escritor puede mentir, es más, todos esperan que mintamos. Y, si se puede elegir, que mintamos de la mejor manera posible. 

Muchísimas gracias y enhorabuena por su escritura.

Publicado en Punto de Encuentro