jueves, 31 de diciembre de 2009

El avión del rock and roll aterriza en el Nuevo Alcalá

Tan sólo quince minutos después de lo anunciado, a las 21:45 horas, aparecieron en el escenario del Nuevo Teatro Alcalá. El elenco instrumental de la banda los había esperado paciente sobreimpresa en el telón de fondo rojo. El ambiente que se respiraba en el patio de butacas hacía presagiar una noche de buen rock pre navideño.

Pereza despedía el año en la ciudad que lo vio nacer como grupo, y en la que más cariño recibe. “¡Hoy duermo en casa!”, gritó sonriente Rubén, con su clásica camiseta ajustada, y su look más discreto, que contrastaba con el de su compañero. Con un look made in Leiva: chaleco sobre el cuerpo tatuado, pitillos ajustados, botas y pañuelo tanto en el pantalón como en el pie de micro; parecía que quería comerse el escenario desde el primer acorde. Así entraron en escena los flacos.

Tardaron tres canciones en levantar a la gente de sus asientos, y sólo se volvieron a sentar por petición expresa del grupo en una de las canciones. Llévame al baile, el tema que cierra su disco Aviones, que llenó el teatro de silencio, sólo interrumpido por los acordes de las guitarras acústicas que acompañaron al baile a sus voces. Antes habían lle
gado Leones, Como lo tienes tú, 4 y 26 y otras.

El auge llegó con el que se podría denominar como el momento de Madrid. Los primeros acordes de su Madrid sonaron y el público se vino arriba por completo. Después Lady Madrid. Faltó, sin embargo en esta pequeña sesión madrileña, La chica de Tirso, sobre todo en esta noche en la que seguro que había más de una de ellas entre el público.

Pereza es mucho más que un dúo, como dejó claro Leiva en una de sus intervenciones. “Hace tres años tocamos por primera vez en el Nuevo Alcalá, y era la primera vez que tocábamos con cada uno de los que veis aquí. Quién nos iba a decir a nosotros que tres años después íbamos a volver a estar con vosotros y que Pereza sería una banda. Porque Pereza es una banda”. Jaleo y bromas en el escenario entre los componentes.

El show continuó. Aún quedaba mucha energía y las guitarras, de todo tipo, no dejaban de entrar y salir del escenario, a las manos de Leiva y, sobre todo, de Rubén. Como era la presentación del último disco Aviones, los temas de este, entre ellos Amelie, Windsor, Violento amor, o Pirata; se entremezclaban con los clásicos de la banda. Se corearon los grandes: Todo, Aproximación, Estrella Polar, Por mi tripa, Beatles… “¡Qué me perdone John Lennon!”, gritó Leiva al concluir una de las canciones.

Pereza supera con creces la pose. Es rock and roll. Lo confirmaron interpretando grandes temas de la historia de la música como Stand by me, I feel good de James Brown, o los primeros acordes del Smoke on the water de los Deep Purple. Por si quedaba alguna duda.

Llegó el primer final, pero el público no abandonó sus butacas, que por aquellas alturas sólo servían como soporte de los abrigos. Después de unos minutos, volvieron con un ligero cambio de vestuario –Rubén con sus gafas y un pañuelo estilo Woodstock en la cabeza, y Leiva con su tradicional sombrero oscuro, que ya se echaba de menos-. Regresaron y lo hicieron con un bis que superó los tres cuartos de hora.

Un actor en el papel de ladrón entró al escenario dando tiros, y enseguida, como persiguiéndole Rubén y Leiva, para comenzar el bis con Señor kioskero. Media hora más de buena música en el Nuevo Alcalá, que concluyó con uno de sus temas más aclamados: Superjunkies. Antes habían sonado Champagne, Que parezca un accidente y Está lloviendo, muy acertada para los días que asolan la capital. Faltaba, cómo no, aquel tema con el que dieron sus primeros pasos, y que no podía faltar a la cita del Puro Teatro Tour en Madrid. Y sonó, más acústico que a lo que nos tiene acostumbrados, pero sonó. Yo pienso en aquella tarde dio paso, para terminar ya, después de dos horas y media intensas de directo, a un rock and roll en el que toda la banda disfrutó, y se notó que así era, encima del escenario. Está claro que nacieron para estar en un conjunto.

Publicado en La Huella Digital

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Réquiem por todos nosotros

Todos tenemos nuestros propios fantasmas. Es algo innegable e inherente a la condición de humanos que se nos dio. Fantasmas del pasado; pero también a veces, fantasmas del futuro, que están aún por llegar. A veces es necesario hablar con los fantasmas para quedar en paz con nosotros mismos. Anoche tuve la oportunidad de ver una película sobre un tema similar.

Réquiem. En ella, un escritor, especialista en Fernando Pessoa (en la foto), acude a los muelles de Lisboa a encontrarse con el fantasma del poeta portugués. Pero éste, como buen y clásico fantasma, no se dignará en ir hasta medianoche. Mientras tanto el escritor tendrá la oportunidad de recorrer su antigua ciudad y atar cabos sobre su vida, a través de los fantasmas que le guarda su pasado. Si habéis visto la película, estaréis de acuerdo conmigo al decir que la escena del último vals es preciosa.

De esta manera el protagonista irá adquiriendo una especie de paz consigo mismo, que a veces nos queda perturbada para siempre con las acciones del pasado, con ese terrible “y si hubiera hecho esto” o “podría haberlo hecho así o de la otra forma”. La película está continuamente transitando entre la realidad y el sueño, de una manera muy lograda por el director, que se muestra muy fiel al universo onírico de Antonio Tabucchi, autor de la novela que inspiró el film.

La vida está llena de fantasmas. Las ciudades están llenas de espíritus que no saben a donde ir. Y a veces nos topamos con ellos en “un día de tribulaciones y purificación” con nosotros mismos. Todas las ciudades los cobijan. Y pienso que es muy importante tenerlos en cuenta, pues sin pasado, ¿en qué nos quedamos nosotros? La memoria, en ocasiones, lo es todo. Si la perdemos, no tiene sentido continuar el camino. Al hilo de este último giro, también os hablaré de una película que he visto estos últimos días: El tren de la memoria. Se trata de una cinta documental en la que se aborda un tema delicado, como es el de los españoles que emigraron a Alemania a trabajar durante los años sesenta. Si ellos perdiesen esa memoria de la que os hablo, quedarían reducidos a cenizas; aunque al fin y al cabo es casi seguro, que todos acabemos de la misma manera.

Así que os aconsejo no dejar de mirar atrás en algunas ocasiones, tampoco es cuestión de girar perpetuamente la cabeza, porque si no lo que perdemos de vista es el siguiente paso, y ese verdaderamente es el más importante. Pero, por lo menos, saberlo; tener presente que detrás de nosotros tenemos un pretérito que nos salvaguarda y nos hace ser como somos ahora. Y quién sabe si, a lo mejor, la próxima vez que bajemos a la calle, nos esperará, con un sombrero negro y una chaqueta parda, sentado entre la lluvia otoñal, alguno de nuestros fantasmas.

Publicado en La Huella Digital