martes, 25 de septiembre de 2012

¿Una novela?

El sentido interrogativo. Padgett Powell. Alpha Decay. 160 páginas. 17 €.

Difícil la tarea de clasificar esta obra dentro de alguna categoría. ¿Podría ser una novela? Es la pregunta que se hace el autor en el subtítulo. Lo cierto es que las miles de preguntas que componen este libro se pueden leer de forma fluida. Esta lectura ofrece como resultado un personaje volátil, un narrador ávido de respuestas, que termina por contagiar su curiosidad al lector. 

El autor establece poco a poco un diálogo con el lector, que empieza a responderse las preguntas que éste le lanza indiscriminadamente. El sentido interrogativo se convierte de esta manera en una entrevista. Una conversación, por la vía rápida, sobre la vida. 

El autor nos aborda, nos satura, con preguntas de todo tipo, tanto sobre cuestiones aparentemente íntimas, como sobre aspectos más universales. La obra parece más bien un juego destinado a conocerse mejor, tanto para el escritor, al que imaginamos respondiéndose a sí mismo mientras redacta, como para el lector que lo hace al recibir las preguntas en sus manos. Padgett Powell nos somete a una búsqueda desesperada del yo mediante la hilaridad o la rotundidad de las situaciones que plantea. 

El sentido interrogativo recoge el testigo de la OuLiPo. Powell se auto invita con esta obra, de técnica brillante, al grupo de los Perec o los Queneau, experimentadores del lenguaje. La pretensión del autor es escribir una novela con preguntas, así lo dice su título original (The interrogative mood: a novel?), aunque en la edición española se ha eliminado la pregunta incomprensiblemente. 

No podemos decir si el norteamericano lo ha conseguido o no: habrá quiénes digan que sí, que esta obra puede clasificarse como una novela neovanguardista, aunque también habrá detractores de esta idea. Lo que sí alcanza Powell es la creación de un personaje sin rasgos, del que no conocemos nada, ni siquiera su nombre o edad; un personaje que bien podría ser nuestra propia conciencia tratando de que nos conozcamos como realmente somos. 

El sentido interrogativo es una obra sin alardes de estilo, sin apenas metáforas, pese a que toda ella en conjunto se pueda interpretar como un recurso estilístico. Tenemos ante nosotros un truco de magia fabricado con letras, un juego para la mente que nos hará pasar un buen rato. ¿Quieren conocerse mejor? Entonces respóndanse cada una de estas preguntas. Y permitan que la lectura les haga formularse otras distintas. Al final, esa es una de las funciones de la Literatura: hacer que el lector se cuestione la realidad.

Publicado en Punto de Encuentro

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Héroes caídos

Aquella edad inolvidable. Ramiro Pinilla. Tusquets Editores. 232 páginas.

Lo superficial es, por norma general, mucho más visible que las intrahistorias. Ramiro Pinilla lleva toda su carrera intentando romper con esta afirmación, es decir, intentando dar luz a los pequeños dramas o felicidades cotidianas. En su nueva novela, Aquella edad inolvidable, título evocador donde los haya, elige a un futbolista, el delantero centro Souto Menaya, para llevar a cabo su misión. 

El jugador tuvo su momento de gloria en la final de Copa del Generalísimo de 1943, que su amado Athletic le venció al Real Madrid en su propia casa, con un solitario y polémico gol del delantero, que pudo haberlo metido con la mano. Desde entonces, Souto, conocido como “el Botas”, se ha convertido en el héroe y la leyenda de San Mamés y de Getxo, ciudad en la que vive. 

No ha sido un camino fácil: antes de que el Athletic llegase con su oferta profesional, Souto ha vivido como un ciudadano más, trabajando de albañil y jugando en el Getxo cada domingo. Pero ahora el delantero tocará brevemente el cielo, con el fichaje al equipo de sus amores, al que veía cada fin de semana junto a su padre Cecilio, y el gol de la final, para después permanecer en un largo infierno, gracias a una grave lesión que le deja cojo. 

Así es como Souto llega a trabajar de ensobrador de cromos, uno de los pocos trabajos que le permite estar sentado y mantener su maltrecha pierna en reposo. La vida del futbolista cambia por completo junto a la de su humilde familia. Los mejores años de Souto se han esfumado en lo que tarda un niño en rellenar su álbum de cromos, y ahora sabe que él ya no podrá ser nunca el que fue. No podrá trabajar ni llevar una vida normal, y ni siquiera su novia Irune, la lechera, consigue alegrar su tristeza, por lo que decide no convertirse en una carga para ella y cortar la relación. Pronto tendrá que elegir entre seguir ensobrando cromos de la Liga, con la tristeza que le provoca ver su rostro entre todos sus compañeros, o aceptar una jugosa y oscura oferta de un periodista del diario Marca que le insiste y le tienta con una promesa casi irrechazable para que hable de aquel polémico gol. 

La novela de Pinilla es un soberbio retrato familiar. Los Menaya nos abren las puertas de su casa en Getxo para que entremos en ella y descubramos la desdicha de Socorro, la madre de Souto, sin habla desde que perdió a su hijo pequeño en un trágico accidente; la ilusión de Cecilio, que por fin va a ver a su hijo en el club de sus vidas, o la relación turbulenta de Souto e Irune, que cada día va a casa de los Menaya a repartir leche con la esperanza de encontrarse al Souto del que se enamoró. Es por eso que Aquella edad inolvidable es una novela de intrahistorias más que de héroes. De ídolos venidos a menos, que ya no lo son, en todo caso. 

Ramiro Pinilla ha acostumbrado a los lectores a crear un ambiente muy distintivo, que roza la cotidianeidad. Surgen así unos espacios en los que el lector se impregna del análisis del partido en el bar, tanto como de las conversaciones familiares de los Menaya, o se ve, de repente, sin que parezca extraño, dentro de San Mamés, en mitad de un partido o una negociación. 

Poco a poco el fútbol va dejando su lugar central al día a día de Souto y su entorno tras la lesión. Lo que había empezado como una historia de fútbol, del Athletic, con su tensa relación con el régimen franquista y su nacionalismo, se convierte en un drama familiar en el que el deporte sólo es un telón de fondo, una parte de la escenografía en la que se apoyan el resto de las historias. 

Aquella edad inolvidable es un canto al fútbol clásico, ese que se jugaba en domingo por la tarde y con botas negras, ese que ha sido sustituido por el fútbol de maniquí y salas de prensa a todas horas. Un canto al fútbol, a la historia del Athletic y una evocación de la derrota y el coraje de seguir adelante, pues la novela se compone de derrotas sucesivas y de ilustres perdedores que se reinventan una y otra vez para seguir con el curso de los días.

Publicado en Culturamas

lunes, 10 de septiembre de 2012

La cosmética del interlocutor

El Sunset Limited. Cormac McCarthy. Mondadori. 112 páginas. 14’90 €. 

Pongámonos en situación: Blanco se quiere suicidar. Está a punto de hacerlo cuando, de pronto, Negro surge –no sé sabe de dónde-, y como una sombra de ángel de la guarda, aborta su intento de lanzarse a las vías por las que transita el Sunset Limited. La acción ha comenzado. 

Con este planteamiento inicia Cormac McCarthy su segunda obra de teatro –tras The Stonemason-, rescatada para el público español por Mondadori. La obra aparenta sencillez. Dos personajes, una habitación y una conversación en la que un tema dará pie al siguiente y en la que siempre colearán dos puntos de vista distintos. La aparente sencillez del planteamiento esconde una profundidad elevada en la batalla dialéctica entre Blanco y Negro. 

Blanco es un profesor universitario hastiado que, pese a su conocimiento del mundo y las personas que lo habitan y su amplia cultura, ha decidido abandonarlo. Ha perdido su interés en la vida y considera necesaria la desaparición para su alivio. Por su parte, Negro no ha tenido una vida tan brillante como Blanco. Pese a crecer rodeado de violencia, sangre y odio, sigue manteniendo firme su deseo de vivir, y una promesa de ayuda al prójimo, gracias a su inquebrantable fe. 

Los nombres, además de ilustrarnos el único rasgo físico que conoceremos de los personajes: su color de piel, hacen referencia a la posición de cada interlocutor en la conversación. El diálogo que tiene lugar en el pequeño cuarto no deja de ser el eterno debate entre la fe y la razón –leitmotiv del autor-, entre un devoto y el hombre que ni cree, ni quiere creer. 

La conversación discurre por temas tan diversos como las vivencias de Negro en la cárcel, la vida, la envidia, el falso circo de la sociedad y el suicidio. Es posible que ninguno logre convencer al otro de nada, de hecho es algo que barruntamos desde el principio, pero aun así la tensión del diálogo hace permanecer a los interlocutores en esa mesa, uno frente al otro, entablando incluso una cierta complicidad. 

Cormac McCarthy desarrolla un intercambio de impresiones que recuerdan vagamente la brillante persuasión de Textor Texel en Cosmética del enemigo de Amélie Nothomb. Las palabras de los dos personajes son una constante introspección hacia el ser humano, una indagación pragmática en aspectos como el individualismo preponderante en la era contemporánea o la falsa libertad de la que gozamos actualmente. 

El lector empatiza con las visiones de Negro y Blanco, indistintamente, y se va contagiando de una estancia viciada y una tertulia cargada continuamente de persuasión y retórica. No obstante, los dos interlocutores, como reconocemos desde el principio, son poco permeables a los argumentos de su “contrincante”. El resultado es una trama claustrofóbica, que, sin embargo, nos mantiene en vilo, aunque desde la primera frase intuimos cuál puede ser el resultado. 

¿Logrará alguno de los dos convencer al otro?

Publicado en Otro Lunes

El lento flujo del temporal

Años lentos. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 224 páginas. 17 €. VII Premio Tusquets Editores de Novela. 

Tal vez una de las empresas más complicadas para un escritor sea la de crear un ambiente y un hogar en los que situar una historia. En Años lentos, brillante ganadora del Premio Tusquets de Novela, Fernando Aramburu consigue superar las dos pruebas y aprueba el examen con mención de honor. 

El narrador, que entonces cuenta ocho años, llega a la San Sebastián de los sesenta para vivir en casa de sus tíos, los Barriola. El barrio es, por entonces, tranquilo: los niños juegan en la calle, los hombres van del trabajo a casa, pasando por el bar –y viceversa- y los jóvenes están, como siempre suele pasar, a sus cosas. 

Pero el País Vasco de finales de los sesenta, como sabemos, fue uno de los lugares más convulsos, sobre todo cuando el franquismo empezaba a flaquear y a tocar fin. Poco a poco vemos de la mano del narrador cómo el barrio va experimentando un cambio. 

La técnica narrativa que utiliza Aramburu es magnífica, por efectiva y poco vista en la escritura contemporánea –no antaño, como recordarán los barojianos o galdosianos, o incluso los lectores del lazarillo-. El narrador cuenta la historia mediante notas que le envía al propio Aramburu para que se ponga a escribir una supuesta novela. Éste completa la historia con unos pequeños apuntes al final de cada capítulo, que contextualizan y estructuran la novela. De esa forma se intercalan las memorias del narrador con las notas para la escritura del Aramburu personaje al que se dirige, creando un panel literario muy jugoso. De igual manera se entrelazan en Años lentos varias historias: la historia de Julen, cada vez más involucrado en las excursiones al monte del seminario; o la de Mari Nieves, tocada por la desgracia de Dios, para deshonra de su familia, entre otras. 

El escritor de San Sebastián nos muestra como en la escritura, al igual que en la vida, nadie es bueno ni malo a jornada completa. No se puede reducir todo a eso. La vida es mucho más compleja y los mecanismos que motivan la reacción de cada pieza son inescrutables. De esta forma, por la ciudad de Años lentos desfilan todo tipo de personajes. La madre, de personalidad fuerte, que se carga el peso de la familia al hombro, el padre pasota que soluciona –u olvida- todo en el Artola, el bar de debajo de casa; la joven Mari Nieves, que anda suelta de cama en cama entregada a la búsqueda de los placeres, o, por último, el tándem formado por el cura Victoriano, fervoroso nacionalista en pro del euskera y de la patria vasca, y el primo del narrador, Julen –el verdadero personaje central de esta obra-, que poco a poco se adentrará peligrosamente en la banda terrorista ETA. 

La novela de Aramburu opera con los personajes de la misma manera que el paso del tiempo lo hará con sus lectores: poniendo a cada uno en su sitio. De este modo, podremos ver la imagen del héroe desolado, solitario, venido a menos, así como el decrecimiento o desarrollo de otros de los protagonistas. Nadie comienza la historia en el punto en el que la terminara, ni siquiera cerca. Los personajes cumplen con un ciclo, un desarrollo vital, lleno de vuelcos y vaivenes hasta el desenlace. 

Como en otras ocasiones, léase su obra Los peces de la amargura, el autor escribe sobre un tema delicado, que además conoce de primera mano: los complejos mecanismos de la sociedad vasca, que por entonces se empezaba a dividir entre los partidarios de la patria vasca y los “españoles”. Una sociedad tan envilecida por la palabrería que, llegado el momento, no distingue entre antiguos amigos, vecinos o, incluso, familiares. Una sociedad en la que los años pasan más despacio y de forma más cruda.

Publicado en Otro Lunes