viernes, 30 de noviembre de 2012

Los recuerdos que perdimos

Barrio perdido. Patrick Modiano. Cabaret Voltaire. Trad. Adoración Elvira Rodríguez. 224 páginas. 17’95 €. 

“También Georges Maillot silbaba los mismos estribillos lentos y tiernos”, escribe Modiano en su Barrio perdido como si de una pintada en la pared se tratase. Y así mismo escribe, como nos tiene acostumbrados, con esa cadencia lenta y melancólica del que busca ahuyentar fantasmas e intenta pensar a toda costa que cualquier tiempo pasado fue mejor. 

Tal vez si hay un escritor que tiene un estilo propio y tangible es Modiano. El francés, veterano ya en el panorama literario contemporáneo, ha conseguido plasmar su sello en cada una de sus novelas. Esa melancolía, esa eterna búsqueda de la identidad, o ese refugio constante en la memoria y el recuerdo, se han convertido desde hace años en su leit motiv particular. 

En Barrio perdido, novela de 1984 que ahora rescata Cabaret Voltaire, el escritor nos lleva otra vez a lo que podemos conocer como el París de Modiano. Ambrose Guise, un escritor de novela negra con éxito en Reino Unido, vuelve a París para encontrarse con el editor de su obra en Japón. 

Ambrose Guise, cuyo verdadero nombre es Jean Dekker, vuelve, tras veinte años de ausencia, a pisar su ciudad. Pronto retornará a su memoria aquella ciudad que abandonó tras un asesinato sin resolver, que ahora se le presenta repleta de fantasmas y evocaciones de su etapa allí. “Las personas que uno conoce a los veinte años siempre dejan huella…”, se dice el escritor en una de sus digresiones. 

De esta forma Dekker comenzará a desenmarañar sus recuerdos gracias a las misteriosas conversaciones con Ghita Wattier, a las notas que tomó su marido Daniel De Rocroy, a las que llega a través de ella, y a los recuerdos vagos que conserva de Carmen Blin o Georges Maillot, personajes envueltos en el misterio que se ajustan al patrón del novelista. 

Patrick Modiano juega con la perspectiva del tiempo, alternando la escritura en pasado y presente, para diferenciar las acciones de los recuerdos y adentrarnos en una ciudad siempre a punto de anochecer, llena de misterios y personajes que se tratan de encontrar a si mismos mucho tiempo después. “Por mucho que me lo pregunte, no sé por qué esta noche he encallado, solo, en esta ciudad indiferente donde no queda nada de nosotros.”, escribe. 

Se podría asegurar que cada nuevo libro que se conoce de Modiano es, a su vez, una reinterpretación de su narrativa. Una repetición de historias a lo largo del tiempo, que, sin embargo, continúan atrapando al lector irremediablemente entre sus páginas. 

La memoria y la subjetividad que envuelve a los recuerdos son temas capitales en la obra del narrador francés. En Barrio perdido veremos como Jean Dekker va arrojando luz sobre los hechos del pasado y, poco a poco, vuelve a la noche crucial tras la que decidió abandonar París. 

Una novela poderosa, que nos trae de vuelta el resto de obras de Modiano que, en su conjunto, conforman un melancólico mapa de un París en el que la memoria juega un papel determinante y recóndito. Modiano es, sin duda, un autor indispensable para entender la narrativa francesa contemporánea.

Publicado en Punto de Encuentro

lunes, 19 de noviembre de 2012

Las oscilaciones del verdadero amor

La felicidad conyugal. Lev Tolstói. Acantilado. Traducción de Selma Ancira, Premio Nacional de Traducción. Barcelona, 2012. 176 páginas. 11 €. 

La decepción y el fracaso son parte inseparable del amor. Rara vez lo hace el luto. Muchas veces ese amor del principio, entregado a la pasión, se queda en el camino y expira. El famoso “hasta que la muerte nos separe” deja de tener efecto entonces. Cuando esto no ocurre, la pasión deja paso al verdadero amor, el tema central de esta novela corta. 

La obra, editada por Acantilado y con una brillante traducción de Selma Ancira, que obtuvo el Premio Nacional de Traducción, se centra en la relación de Masha y Serguéi. Tras la muerte del padre de ella, llega él, un buen amigo de la familia, del que Masha se enamorará pronto y con el que contraerá matrimonio siendo aún muy joven. 

La felicidad conyugal, escrita en 1859, anticipa lo que a la postre sería la propia biografía del escritor, que también se casaría en 1862 con Sofía, una muchacha que era dieciséis años menor que él y cuyo padre era un buen amigo suyo. Por lo tanto, vemos como el escritor narra, tres años antes de que ocurra, lo que acabará siendo su historia. 

A la sombra de sus grandes obras, las inmortales Guerra y paz y Anna Karenina, Tolstói se adentra en esta breve novela en la psicología femenina a través de una narradora en primera persona. La propia Masha nos cuenta el curso de la relación y los cambios que experimenta desde su punto de vista. De esta forma, somos testigos de los primeros encuentros, del enamoramiento juvenil, y, finalmente, de las decepciones, los fracasos y las rencillas, que ceden su lugar a un amor distinto, mucho más sosegado. Se puede decir que, a lo largo de la historia, el lector es cómplice de las dudas y del aprendizaje de Masha sobre lo que significa el matrimonio y el amor hacia una persona. 

Tal vez sea ésta una novela que se pueda proyectar en cualquier tiempo y espacio; no obstante, el amor sobre el que reflexiona Tolstói está impregnado de una perspectiva burguesa y poetizada de la familia, la sociedad o el propio matrimonio. Sorprende, eso sí, la perfecta separación entre los dos personajes; el hombre, más experimentado en los aspectos fundamentales de la vida, y la joven, todavía una adolescente que comienza a vivir por si misma. El verdadero amor, según el propio autor, surge cuando las dos personas igualan su conocimiento sobre la vida y los sentimientos. Entonces, en otra de sus vertientes, vuelven a amarse y a crear un vínculo casi perfecto. 

Es probable que La felicidad conyugal sea una de las novelas menos conocidas del escritor ruso, algo comprensible teniendo en cuenta que posteriormente escribiría Guerra y paz y Anna Karenina, entre otras; sin embargo, es una obra muy recomendable en la que el escritor sembró el germen de su narrativa posterior. En poco menos de doscientas páginas, nos describe a la perfección los vaivenes de una pareja, desarrolla la psicología de los personajes de una manera magnífica y redacta, en definitiva, una bella alegoría del amor conyugal.

Publicado en Culturamas

lunes, 12 de noviembre de 2012

La vida que no cicatriza

Diario de un cuerpo. Daniel Pennac. Mondadori. 336 páginas. 21’90 €.

No cabe duda de que nuestra sociedad es la del culto al cuerpo por encima de casi todas las cosas. Ni siquiera el mens sana in corpore sano tiene vigencia hoy, pues las expectativas generadas por la parte física del ser humano han desbordado a las mentales. Sin duda. Y en esta sociedad de la adoración extrema de lo corporal, el escritor Daniel Pennac nos brinda su particular culto al cuerpo. 

Pese a todo, surge una pregunta: ¿llegamos a conocer verdaderamente nuestro cuerpo? ¿Somos conscientes de las secuelas que el paso del tiempo imprime en él? La anatomía es, a menudo, un territorio inexplorado para nosotros. Ni siquiera nos solemos preocupar de cuidarnos hasta que las dolencias se hacen manifiestas. Es entonces cuando el miedo nos lleva a cuidarnos, en ocasiones inútil e irracionalmente. 

De este modo, con el miedo que siente un niño de doce años, comienza este diario. Existen múltiples formas de contar una vida y, en esta obra, la estructura elegida por Pennac es la de un hombre que recoge las sensaciones respecto a su cuerpo, desde los doce años hasta su muerte, a los ochenta y siete. Original. 

Diario de un cuerpo es la novelización de una vida escrita y fechada por el propio personaje, con su lenguaje propio y sus reflexiones. A lo largo de estos nueve cuadernos, en los recoge minuciosamente anotaciones sobre el dolor, el placer o el asco que experimenta, somos testigos del desarrollo de una persona desde la infancia hasta la decrepitud. 

Pennac nos presenta a un protagonista temeroso, que alberga un miedo latente a su cuerpo en el que dice “albergarse ya el mal que acabará con él”, y con un pánico atroz al cáncer, que ya se llevó a su padre cuando aún era muy pequeño, y sobre todo a sus infaustas consecuencias sobre el cuerpo. 

No obstante, a pesar de ser un diario de sensaciones, según transcurre el tiempo y dejamos atrás la infancia del protagonista, el lector se hará partícipe también de su madurez y su vejez. Conocemos así las etapas como soldado de la resistencia, trabajador o vividor por las que atraviesa el protagonista de nuestra mano. Y lo hacemos en tiempo real, gracias a la escritura del diario, pero también desde la actualidad, mediante las notas que el protagonista, ya viejo y al borde de la muerte, incluye para su hija Lison, que heredará estas memorias. 

El diario supone la visión de la vida como una gran cicatriz; como ese camino que acabará por llevarnos, inevitablemente, a la oscuridad. En multitud de ocasiones el personaje se repite, en sus escritos, que no quiere redactar un diario común, sino sólo de lo que experimenta en su cuerpo, aunque es inevitable que, en momentos determinados, afloren sus sentimientos en el papel. A lo largo de los años, y sobre todo cuando la vida va tocando fin, el hombre se desnuda, culpándose de errores como no recordar ni una sola imagen de Mona, su mujer, embarazada, o se echa en cara sus discusiones con su hijo Bruno. Pero también se acuerda con nostalgia del padre o de la cuidadora Violette, muertos siendo él niño, o de sus grandes amigos Tijo o la quebecquiana Suzanne, entre otros. 

Diario de un cuerpo transita la vida sin tapujos. Pennac nos hace reflexionar sobre la fugacidad del tiempo, las relaciones y el amor o sobre la enfermedad y la muerte, con una franqueza elogiable. A lo largo de las más de trescientas páginas, le vemos desvivirse por Mona, y por sus hijos y nietos, a los que adora, con diferentes suertes. La novela del escritor marroquí es una obra reflexiva, de aparente tosquedad por los cambios continuos en la escritura y los estados de ánimo del personaje, pero con altos aportes de lirismo –como la vida misma- y llevada de forma magistral por el autor.

Publicado en Otro Lunes

El matiz gris de la juventud

Aquí todo es mejor. Justin Taylor. Alpha Decay. 208 páginas. 19’50 €. 

A pesar de la apariencia dura –de caparazón, a veces-, que nos empeñamos en mostrar los humanos, lo cierto es que vivimos cargados de inseguridades. La juventud, ese periodo de tiempo indeterminado que transita desde el fin de la adolescencia hasta la adultez, tal vez sea la etapa de más dudas por la que atravesamos. 

Esa juventud es, precisamente, la época que se retrata en Aquí todo es mejor, la recopilación de cuentos de Justin Taylor que recoge la editorial Alpha Decay, una obra en la que todos los personajes van de la veintena a la treintena y arrastran profundos dilemas generacionales. De hecho, ese es el único nexo que une estos cuentos. 

Taylor relata fotografiando, escribe escenas desprovistas de cualquier interpretación, le cede el protagonismo a sus personajes, que desvelan mediante sus vivencias una máxima mucho mayor: la juventud norteamericana, aunque esta pueda ser extensible al resto. 

El autor recurre a unos personajes a menudo solitarios, dubitativos con respecto al futuro, pero con un cierto tono de nostalgia adelantada, y presos de una desolación indiferente que imanta cada una de las páginas del libro. 

Los temas propios de esa juventud que se hace partícipe, como pueden ser unas vacaciones de verano en la casa de un familiar o la pérdida de la virginidad, entre otros, preceden a temas más universales como la situación de la comunidad judía, la religión en su sentido más amplio, el aborto o la futilidad de las relaciones en nuestra sociedad contemporánea, todo ello desde el prisma de esos personajes jóvenes e inmaduros. 

Tal vez el cuento Una pizca de gris, el último de la recopilación, sea el que mejor refleje lo que significa esa generación que se retrata en el libro: ese escalón de lo adolescente a lo adulto. Una muestra de ese vaivén generacional es esta frase sobre las relaciones, cargada de condicionales e incertidumbres: “Tim, treinta y un años, acababa de empezar una relación con Kim cuando su vieja amiga Natalie, veintinueve, le dijo que tal vez estuviera lista para darse, por fin, la auténtica oportunidad que, secretamente, tanto ella como él siempre habían creído que se merecían. Y aunque lo de Kim parecía prometedor, Tim rompió con ella.”

La escritura de Justin Taylor no es de alardes, sino todo lo contrario: es una forma de escribir directa, muy tosca en ocasiones, pero sin caer nunca en el exabrupto ni en lo grosero; incluso por momentos desprende una cierta sentimentalidad, que procede de la propia marginalidad y vacilación de los personajes a los que da vida. Los cuentos del joven escritor norteamericano nos hacen recordar el realismo sucio angelino y a escritores como Bukowski, John Fante o, por momentos incluso, a Salinger, ya que combina esa escritura ruda con temas de apariencia más lírica. No en vano, se le compara con el gran cuentista Raymond Carver.

Publicado en Otro Lunes