domingo, 30 de enero de 2011

Parque decadente

Sunset Park. Paul Auster. Editorial Anagrama. Colección Panorama de Narrativas. 288 páginas. 18’50 €.

La novela de las ausencias. A lo mejor si alguien me viniese ahora y me lanzase el reto de describir Sunset Park en una frase le diría esa. E igual me equivocaría por completo, porque habrá cien mil interpretaciones más, y mejores seguro, que la mía. Pero a mí, durante toda la lectura de su última novela, Auster me dejó el regusto de la ausencia en el paladar.

Miles Heller es un limpiador de casas desahuciadas, tiene veintiocho años y hace casi una década un hecho violento le hizo romper toda la relación que tenía con su familia y huir de Nueva York, ciudad a la que no ha vuelto desde entonces. En los últimos años, además de limpiar los hogares, hace fotografías de todas las cosas abandonadas que encuentra en ellas, con el simple pretexto de documentar gráficamente la certeza de que alguna vez existieron allí familias.

Ahora vive en Florida. Su vida allí se limitaba a trabajar y no acumular recuerdos del pasado ni tener un futuro demasiado definido, pero un día conoció en un parque a Pilar, una joven cubana, mientras los dos leían El gran Gatsby. La chica es menor, lo que complicará un poco su relación, que empieza a cobrar cuerpo. Entonces Miles tendrá un contratiempo con la hermana mayor de Pilar y se verá casi obligado a abandonar Florida hasta que la chica cumpla la mayoría de edad.

El protagonista arrastrará su cuerpo hasta Nueva York, con el peso de la ausencia de Pilar siempre encima, y allí se reunirá con un viejo amigo de la familia, Bing Nathan, que le hará un hueco en la casa que ocupa ilegalmente junto a dos chicas en el barrio de Sunset Park, en Brooklyn.

Entonces Miles descubrirá poco a poco a los personajes de la casa: Alice, una investigadora que se encuentra haciendo una tesis sobre Los mejores años de nuestra vida, Ellen, pintora frustrada, cargada de secretos, que vende casas, y el propio Bing, que trabaja en lo que él llama el Hospital de Objetos Rotos. Cada personaje es presentado con una panorámica perfecta, tanto interior como exterior, y el mundo interior de cada uno cobra una importancia primordial con los monólogos y los capítulos exclusivamente destinados a las reflexiones de todos ellos. Por si fuera poco, el contexto temporal en el que se desarrolla la acción, los primeros años de la actual crisis, ayudan a entender muchas situaciones de la novela.

Además de los personajes de la casa, Miles vuelve a encontrarse en la gran manzana con los fantasmas del pasado, con los que decide que es hora de reconciliarse. Vuelven a su imaginario los recuerdos con su padre, el editor Morris Heller, de cuando él era niño, o el abandono de su madre, Mary-Lee Swann, una actriz que le abandonó con seis meses, casándose con otro hombre, y de los pocos encuentros que tuvieron desde entonces. La madre es un personaje bien hilado desde el principio y que al final sorprende, como la actual mujer de su padre, una extravagante Willa, eminencia universitaria en Londres, que sufre crisis nerviosas, o como el propio marido de su madre.

Todos ellos han permanecido en contacto todo este tiempo que él no ha estado, porque aunque no tengan nada que ver, entre ellos aún desfila un hecho ocurrido hace unos años. Desde entonces Bobby, el hijo de Willa, y Miles son dos ausencias para ellos.

La novela comienza con mucho ritmo, en uno de los mejores principios del autor en toda su obra. La presentación del personaje es perfecta y culmina con la narración del hecho terrible ocurrido con Bobby. Después el ritmo decae algo, aunque la historia no pierde nada de fuelle y continúa sorprendiendo con alguno de los giros hasta el último revés, quizás algo más tardío de lo que se podía esperar, aunque muy revelador para el final de la historia.

Son muy destacables los tramos en los que el padre o el propio Miles recuerdan, cada uno desde su posición solitaria, pasajes que vivieron juntos, como sus conversaciones de beisbol o los almuerzos que tenían lugar junto a Bobby en aquel bar de mala muerte. Por momentos la escritura de Sunset Park nos trae a la memoria La invención de la soledad, otro hito del neoyorquino. También es interesante el seguimiento de los personajes a través de un hilo casi invisible como es la película Los mejores años de nuestra vida, con la que todos acaban entablando algún tipo de vínculo.

Auster vuelve a deleitarnos con una novela en la que se preocupa por la sociedad, por los derechos humanos como deja claro con el caso de Lu Xiaobo en el que trabaja Alice en la organización PEN. Y retorna el americano con una visión de pesimismo latente respecto a la ausencia y a la soledad, que vuelve a seducirnos con un catálogo de elementos muy propios de Auster, que casi podríamos archivar ya como austerianos, como el fotógrafo de cosas abandonadas o el Hospital de Objetos Rotos, que rememoran, por ejemplificar a simple vista, a la Bella y Perfecta Madre o al Hotel Existencia de Brooklyn Follies.

Una historia muy recomendable y que desprende humanidad por todos sus pliegues. Otra vez podemos leer a un Paul Auster que fija su ritmo de publicación en una novela por año, y que se erige como uno de los cronistas de Brooklyn más afamados de nuestra época, algo así como “el Woody Allen de la literatura”.

Publicado en Culturamas

lunes, 17 de enero de 2011

La creación de un mundo

La creación de un mundo consistente es lo que verdaderamente hace que una novela o saga adquiera la categoría de inmortal. Parece fácil, pero lo cierto es que en su creación las complicaciones se suceden y pocos lo consiguen. No basta con ponerse a escribir y ya está. Los personajes tienen que tener un pasado, un presente y un futuro en mente. No sirve que se sucedan los hechos en su vida para crear la ilusión de realidad. Tienen que pensar, no ser simples marionetas del autor, aunque en cierto modo también lo sean. El mundo creado en la obra tiene que ser verídico, tener verosimilitud, aunque no necesariamente tiene que ser cierto.

Es obvio que Unamuno nunca habló con sus personajes como ocurre en Niebla, acaso en sus sueños o su imaginación, ni siquiera García Márquez vivió alguna peste de olvido; pero los dos lo hacen verosímil en sus páginas. Lo importante es que, dentro del juego de la ficción, la historia sea creíble. Hay que tener cuidado, a veces el autor incurre en situaciones que si bien podrían ser verdaderas y ocurrir en la vida real –y por tanto en una novela-, cuando las trasladamos a los folios pierden su credibilidad por la improbabilidad de que sucedan.

Una saga jamás será completa si en ella no se vislumbra un mundo bien estructurado y perfectamente plausible. Aunque sea ficticio. Al hilo de esta disertación, mentaré una saga que, por juvenil que parezca, no tiene nada de eso. El título en cuestión es el famoso mago Harry Potter. Pocas veces he leído la creación de un mundo cómo el creado por la británica. El mundo está dividido entre magos y muggles –los que no lo son-, pero el mundo mágico no se queda en un simple lugar en el que las personas se lanzan conjuros y hechizos sin más.

Este mundo mágico está perfectamente estructurado. Existen gobierno y mecanismos gubernamentales como el Ministerio de Magia, existen grandes figuras de la historia universal de la magia, grandes comunicadores y periodistas, mitos, realidades, guerras mágicas a lo largo de la historia… Los magos tienen un sistema educativo bien definido, similar a lo que podemos ver en cualquier sociedad, salvo que en este caso los colegios son tan sólo cuatro en todo el mundo, pero el sistema es similar al que conocemos en nuestros países. Incluso constan cuentos populares al uso de nuestras caperucitas y patitos feos, recogidos por la autora en Los cuentos de Beedle el Bardo. El quidditch y los mundiales de este deporte mágico son otra señal de que el mundo imaginado por J. K. Rowling durante un viaje en tren va mucho más allá de su mente y está perfectamente diseñado en las páginas de la saga. Ni qué decir tiene, por no redundar, la Tierra Media de Tolkien.

La creación de un mundo implica muchas pequeñas creaciones. El autor tiene que saber resolver cualquier pequeña duda que se le plantee sobre su creación. De esta manera equivaldría a algo así como un ser que observa todo desde el punto de vista del que conoce cualquier pequeño matiz de ese pequeño mundo inventado.

¿Quién cree que si preguntásemos a Gabriel García Márquez sobre algún hecho ocurrido en Macondo no sabría contestar? Si en las páginas de Cien años de soledad ilustra a la perfección la historia de ese pequeño pueblo y de todas las visitas que ha recibido de los gitanos, las enfermedades que han atacado a sus habitantes, las guerras que se han librado entre liberales y conservadores o las aventuras del coronel Aureliano Buendía en sus viajes fuera de la localidad. La historia de Macondo es tan amplia como puede ser la de América Latina o la de la ciudad de Barcelona, pues está perfectamente constituida por el colombiano desde antes de terminar de escribir la novela. Y seguramente esté guardada acumulando polvo en la biblioteca municipal de Macondo, si es que existe alguna.

Un ejemplo muy curioso y explicativo de esto y de cómo coexisten estas creaciones con nuestro mundo podrían ser las novelas de Enrique Vila-Matas. En Dublinesca, por ejemplo, el personaje escribe una teoría literaria, que recientemente ha sido publicada con la firma del autor bajo el nombre Perder teorías. A veces los mundos literarios y nuestro mundo real pueden cohabitar e, incluso, colaborar entre ellos con aportaciones y todo tipo de ayudas e injerencias.

Escribir parece fácil, y quizá lo sea. Todo el mundo sabe escribir. La complejidad radica en cuando se quiere escribir bien, cuando lo que se busca es narrar. Ahí es cuando la cosa se complica y entonces es donde se ve si un escritor y su ficción perdurarán en el tiempo. Esa es la literatura que merece laureles y reconocimientos. La literatura real, pese a la redundancia de la palabra en este artículo, la que merece la pena estudiar.

Si todavía alguien cree que puede ser fácil, que coja un papel y lo intente. Igual se da cuenta entonces de la complejidad y la capacidad que requiere. O quizás sea un genio…

Publicado en La Huella Digital

martes, 11 de enero de 2011

El artificio de las apariencias

- Todo empezó cuando conocí a una mujer –dice Frank Tupelo.

- Mm, esto empieza a sonar interesante –contesta el policía veneciano.

Y así es. La historia comienza cuando ella, Elise, recibe una carta del misterioso Alexander Pearce. “Sube al tren de las 8.22 en la Gare de Lyon y cuando estés allí, busca alguien de mi apariencia y hazles creer que soy yo”. El encuentro tendrá lugar en ese tren y el elegido será un matemático que lee una novela de misterio, The Berlin Vendetta, y que responde al nombre de Frank Tupelo.

Pongámonos en un contexto más cerrado. Alexander Pearce y Elise Clifton Ward son antiguos amantes, él está buscado por Scotland Yard y ella está intervenida en todos sus movimientos. El motivo: delitos financieros. Elise desconoce la apariencia actual de su amante, que sólo contacta con ella mediante correo, siempre sellado con las iniciales AP, y que le llega cuando menos lo espera.

El tren de las 8.22 viaja desde París, donde había comenzado la acción –con una Jolie paseándose por las calles de un lado a otro con la policía detrás- hasta Venecia, y en el viaje Frank y Elise entablan cierta amistad. Cuando al llegar parece que cada uno tirará por su lado, ella le ofrece acompañarla, algo imposible de declinar por Frank Tupelo, desbordado por la situación.

Entonces empezará a desarrollarse una trama de enredos policíacos, en los que intervendrá un Paul Bettany, que nada recuerda ya al Silas de El código Da Vinci, y algunos secundarios de lujo, como Rufus Sewell o Steven Berkoff.

Será en Venecia cuando entre en acción un misterioso personaje, Reginald Shaw, que por problemas del pasado cambiará por completo el rumbo del viaje hasta el final. A partir de entonces, Venecia se convertirá en una carrera de ratas, una persecución constante y sonante que dejará continuas escenas de acción en las que poco se innova.

Pero no sólo acción contiene este film, también se deja un hueco para el humor (sobre todo con algunos secundarios o con Johnny Depp, que se lleva algunos gestos, tal vez excesivos e innecesarios, del capitán de los piratas del Caribe, Jack Sparrow) o el amor. The tourist supone un juego de personajes en los que, al final, cuesta saber qué papel puede desarrollar cada uno en el juego.

El marco en el que se desarrolla la película es bellísimo. La ciudad se deja querer desde un estudiado segundo plano, aunque adorna a la perfección lo que podemos llamar algo así como cine de catálogo. El director ha sabido aprovechar al máximo lo que ofrecía la canalizada metrópoli.

Por otra parte, la fotografía es exquisita –yo diría que lo más destacable de la película-, y el juego de planos cortos y largos que se realiza durante toda la cinta es perfecto. Sin duda un tratamiento fotográfico bastante mejor de lo que cabía esperar, y que supera con creces un argumento no demasiado potente, aunque aceptablemente tratado y que entretiene bastante.

La historia se romperá con un último giro que sorprenderá al resto. Y con una especie de moralina de uno de los policías, demasiado forzada desde mi parecer, pero muy ilustradora de lo que cuenta la película en todo su metraje. Por supuesto que no es la mejor película de la pareja de Hollywood, ni será la mejor del director –La vida de los otros tiene difícil superación. Sin embargo, está muy bien para pasar un buen rato y para disfrutar con una fotografía sublime y un guión que mantiene la atención del espectador de principio a fin.

Publicado en A mí películas

lunes, 10 de enero de 2011

Un año, muchos libros

Siempre es difícil hacer un balance, más cuando se trata de algo que te encanta, como los libros. Acabado el 2010 suceden los numerosos y típicos resúmenes del año. Las portadas de los periódicos que nos han acompañado a lo largo del año nos ayudan ahora a recordar qué ocurrió en estos 365 días que dejamos atrás hace hoy ya diez.

En nuestro caso, como no podía ser de otra manera, nos referimos a la literatura y, continuando con la labor de mis compañeros Carlos Gámez y Fátima Hernández voy a compartir con los lectores los que, a mi juicio, son los grandes aciertos literarios de 2010.

Quedarán muchos en el tintero, seguro, evidentemente no se puede leer todo lo editado –quién pudiese- y muchos no estarán de acuerdo, como es lógico, y además necesario. Pero creo que es preciso que yo hable de lo que he leído, como lector, fuera de una visión estudiosa y crítica, pues no soy crítico y mi palabra se aleja mucho de la suya en todos los sentidos.

Dublinesca, la última novela del escritor de escritores, Enrique Vila-Matas, es una de las mejores novelas españolas de este 2010, si no la mejor. Su trama es sencilla, pero muy bien trazada, aludiendo a grandes obras cumbre de la literatura universal –como suele hacer por otra parte en cada una de sus obras-. En este caso la obra citada es el Ulises de James Joyce. Un editor angustiado por la nueva era de los libros digitales decide viajar a Dublín para oficiar un peculiar funeral por la era Gutenberg y la imprenta.

Otra de las novelas destacadas del año ha sido publicada cuando este expiraba ya sus últimos días. Se trata de la aparición anual de Paul Auster con Sunset Park. El neoyorquino vuelve a dibujar un mapa de Brooklyn en el que la historia de varios personajes se entrecruzará en una casa ocupada ilegalmente. La ausencia, los recuerdos y una alta dosis de humanidad centrarán la historia en el barrio de Sunset Park. Lejos de su mejor versión aunque muy interesante y con elementos muy propios del autor estadounidense.

Patrick Modiano, otro de los escritores insignia de Anagrama, publicó este otoño su nueva novela, El horizonte. El autor vuelve a dar vida a unos personajes que se buscan incansablemente, que tratan de recordar su primer encuentro después de los años. El horizonte convierte definitivamente al escritor francés en el mago de la memoria. Nadie como él puede escribir sobre los recuerdos y el intento de encontrarlos y anclarlos.

Lo que sé de los hombrecillos, del siempre imaginativo Juan José Millás, nos deleita con un pequeño mundo paralelo plagado de copias del protagonista que realizan sus fantasías sin pudor alguno, pero que piden a cambio algunas licencias excesivas para la moral del protagonista. Muy interesante. Millás es el rey de las ocurrencias.

No son las únicas, aunque son cuatro novelas muy recomendables del 2010, sin duda el año del Premio Nobel de Vargas Llosa, que también deja su sello con El sueño del celta, y del Cervantes a la consagrada Ana María Matute, que publicó su recopilación de cuentos La puerta de la luna y la novela Paraíso inhabitado. Gran año para ella y para las letras españolas, sin duda.

Destacables también, aunque en una segunda línea, son algunos libros como la antología de artículos de Joseph Roth recogida por Acantilado en Primavera de café, la recopilación de los discursos de García Márquez en Yo no vengo a decir un discurso o otras publicaciones como Visión desde el fondo del mar, de Rafael Argullol o las aclamadas memorias noveladas del sudafricano Coetzee, plasmadas en Verano.

Publicado en Pero Libros

miércoles, 5 de enero de 2011

La sombra del amor es alargada

La alargada sombra del amor. Mathias Malzieu. Editorial Mondadori. Colección Reservoir Books. 128 páginas. 13’90 €.

La pérdida de alguien a quien queremos es dura y nos hace sufrir siempre. Pero teniendo presente el recuerdo y el amor por la persona que se ha ido se puede sobrellevar ese agujero de tristeza que nos genera la muerte. Eso es lo que nos viene a decir Malzieu en su nueva novela, parecida y diferente a la vez de la anterior, La mecánica del corazón.

Mathias acaba de perder a su madre, enferma desde hacía tiempo, y se encuentra solo en el hospital. Un equipo de médicos acaba de entregarles, a él, a su padre y a su hermana, una bolsa con las pertenencias que había llevado su madre al hospital cuando ingresó. Sentado en el aparcamiento del centro sanitario se decide por fin a abrirla, envuelto en la desazón que le crea la pérdida.

Dentro de la bolsa encuentra, entre otras cosas, un reloj con una misteriosa inscripción. Si canta una canción aparecerá un tal Jack que les ayudará a superar la ausencia. Mathias canta automáticamente la canción, sin apenas esperanzas de que pase nada, pero entonces aparecerá un misterioso gigante, que el lector familiarizado con el autor reconocerá en seguida, y le hará llegar un mensaje tan misterioso como su aparición: “Con un pedazo de mi sombra se pueden combatir el dolor y la muerte”.
Entonces la sombra de este gigante acompañará cada día a Mathias.

El protagonista podrá administrar la sombra de Jack como crea conveniente, podrá ayudar a su familia a que la pérdida sea más llevadera o podrá quedársela él mismo para descubrir cómo solventar la ausencia de la madre. El gigante ofrecerá unas pequeñas indicaciones, ya que usar la sombra puede parecer tarea sencilla pero no lo es en absoluto. “Utiliza la sombra, lee, sueña, descansa, diviértete. No cedas a la desesperación. Usa tus sueños. Y si están rotos, pégalos. Un sueño roto, bien pegado, puede volverse aun más bello de lo que era”.

Es destacable el tono de la narración, sumido en la nostalgia y el dolor por la desaparición. El autor consigue crear una atmósfera de desasosiego absoluto, muy patente sobre todo en el trayecto que realiza la familia desde el hospital a casa, el primer viaje en el coche sin ella, en el que dejan vacío el asiento que su madre solía ocupar, y durante los primeros días en los que la casa está vacía y su ausencia se nota aún más. El lenguaje utilizado por el francés es realmente sobrecogedor y el diálogo de un solo interlocutor que establece Mathias con su madre muerta encoge el corazón por completo.

Durante toda la novela, Mathias recordará a su madre, los momentos buenos y los malos, los días alegres y aquellos en los que la enfermedad era más visible. El retrato de la madre que hace el protagonista queda por encima de sus propios sentimientos, mientras que a la vez, se va dibujando el mapa para superar la pérdida en la familia, con pequeñas escenas destinadas a recordar a su madre como era en casa.

Entonces será cuando Mathias no pueda soportar más la pérdida y decida pedir ayuda a Jack. Llevará a cabo un viaje a través del que podría ocurrir que volviese a ver a su madre o a recibir noticias de cómo se encuentra ella o, por el contrario, podría quedarse para siempre en las sombras más profundas. Sin salida. En un mundo que no es el que le pertenece.

Con esta novela, Mathias Malzieu se convierte en Doctor en Sombrología, como el propio gigante Jack, y deja constancia de que está convirtiéndose paso a paso en un escritor especializado en los sentimientos de los humanos, la nostalgia, la melancolía y el amor en todas sus facetas. Muy recomendable este autor, cuestionado en sus inicios.

Publicado en Pero Libros

lunes, 3 de enero de 2011

El futuro es rezar

Nos encontramos entre dos ciudades: Londres y la fantástica Ciudad Intermedia. El mundo está muy sometido a un cierto oscurantismo y a la voluntad de las religiones. Hay multitud de cultos, de todo tipo, que coexisten en las metrópolis. Puedes ser de la religión que quieras (incluso, como menciona el protagonista, puedes rendir culto al manual de instrucciones de una lavadora), pero eso si: no puedes ser ateo. Sobrevuela la sociedad la obligación de rendir un culto, el que sea.

En este marco, Franklyn nos presenta a cuatro personajes: una estudiante de arte obsesiva (Eva Green) que graba todos sus intentos de suicidio para hacer una especie de proyecto, un justiciero enmascarado (Ryan Philippe) que trata de encontrar al asesino de una niña de once años, alternando Londres y Ciudad Intermedia, un joven melancólico (Sam Riley) que tras romper con su prometida se reencuentra con una antigua novia, y, por último, un padre incansable (Bernard Hill) que busca por toda la ciudad a su hijo enfermo.

El contexto es similar al de otras películas, de las cuales se percibe notable influencia, como V de Vendetta, o Batman, y sobre todo Gotham City, que es muy parecida a la Ciudad Intermedia y al Londres deprimente y gótico que dibuja la película. La paranoia reina en las ciudades y sobre todo en las mentes de los personajes, ya que en esta cinta todos arrastran desequilibrios.

Franklyn es una historia parecida a muchas otras, si bien guarda un punto de originalidad en el guión del que carecen otras, como es el punto de la religión. Sin embargo, la ejecución da lugar a una película un poco deslucida de la que se podría haber obtenido mucho más. Es la típica historia en la que tres vidas aparentemente distintas y sin relación alguna, que al final acaban por juntarse, aunque esta vez lo hacen de una forma un tanto precipitada y no termina de cerrarse bien la trama.

Las tres vidas tienen un elemento común, la locura, que, aunque latente la mayor parte del tiempo, nos hace ver los desequilibrios que llevan a las diferentes actuaciones que tienen lugar por ellos. En algunos momentos existen escenas, incluso, aparentemente rodadas en un hospital psiquiátrico.

Una película que, apuntando muy alto al principio, con una gran presentación de una sociedad interesante y gris, no termina de profundizar en los personajes, ni siquiera en ese ambiente, del que se puede sacar mucho más jugo. Al final puede volverse algo lenta, aunque lo cierto es que esta cinta es destacable en el sentido de que, después de terminar, y durante toda la película, nos hace pensar, dar vueltas a nuestras ideas y estar muy atentos a los derroteros que siguen los cuatro personajes.

Publicado en A mí películas