jueves, 26 de agosto de 2010

Historia del pelo

Historia del pelo. Alan Pauls. Editorial Anagrama. 200 páginas. 15 €.

La novela sobre una obsesión. Así podríamos definir esta novela de Alan Pauls, publicada en Anagrama. Las doscientas páginas de Pauls narran la obsesión de un hombre por su pelo. Como dice en su contraportada, no hay día en que no piense qué hacer con él, si cortarlo, si peinarlo de una manera, raparlo, venderlo… siempre el pelo en el centro de su vida. Sus dos mayores obsesiones: no seguir teniendo el pelo rubio y lacio que algún día pobló su cabeza, y no haber llegado nunca a tener un corte de pelo a lo afro.

El protagonista de esta historia llega incluso a analizar a las personas según el tipo de peinado o el corte de pelo que éstos lleven. Hasta ese punto llega la obsesión. Envueltas en una prosa ciertamente farragosa y densa, las historias, que acontecen lentas, van desfilando y dibujando un mapa de situación de los personajes.

Éstos son, fundamentalmente, cuatro. Y el hilo argumental se centra en la relación que mantiene cada uno de ellos con el protagonista. Eva, su mujer, Monti, su mejor amigo de la infancia, Celso, un peluquero paraguayo que irrumpe en la vida de nuestro protagonista de repente, y por último, el Veterano de guerra, un hombre que vuelve a la Argentina después de mucho tiempo y se dedica a sobrevivir de diversas maneras, algunas poco ortodoxas.

Uno de los puntos clave de la novela es la aparición intermitente de Monti, el mejor amigo del protagonista, que como el mismo le define siempre le recuerda la apariencia joven que mantiene, algo que no gusta al protagonista. Los recuerdos de su amigo siempre vuelven a su cabeza con el pelo de por medio: la imagen de Monti besándose con la chica de los mocasines rojos, el amor platónico adolescente del protagonista, su última aparición en un semáforo en rojo, con una larga melena canosa… El pelo, siempre el pelo.

Alan Pauls, a través de su Historia del pelo recrea una obsesión prácticamente inédita en la literatura, y ahonda en la historia reciente de Argentina. El recuerdo del primer viaje del protagonista después de marchar a París ofrece una retrospectiva que centra la atención en muchos de los cambios que ha sufrido el país de la plata en los últimos años, si bien es cierto que el personaje se centra en la cultura de los suburbios y en la vida que en ellos se practica.

Con un giro destacable al final, la novela consigue hacernos comprender buena parte de lo que antecede al cierre. Sin duda, una de las novelas más curiosas y extravagantes que he leído nunca, y posiblemente la más excéntrica que se publique este últimamente.

Publicado en Culturamas

martes, 24 de agosto de 2010

La guerra regresa a Madrid

“La verdad es la mejor fotografía, la mejor propaganda”. Son palabras del que está considerado el mejor fotógrafo de guerra: el húngaro André Friedmann. Tal vez les resulte más conocido si les digo Robert Capa.

¡Llaman a filas! El Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge hasta el próximo 5 de septiembre la exposición ¡Esto es la guerra!, con fotografías del propio Capa, y otra muestra bajo el nombre Gerda Taro, de su incansable acompañante, gran fotógrafa, Gerta Pohorylle, que como su mentor también cambió el nombre por el de Gerda Taro, para evitar suspicacias y persecuciones sobre su ascendencia judía.

Siempre juntos en el combate, los dos fotógrafos fueron los creadores de una sociedad fotográfica excelente y ciertamente peculiar: André Friedmann se convertiría en el empleado de laboratorio, y Gerda Taro pasaría a ser la representante. Los dos estarían bajo la tutela de un misterioso fotógrafo americano que se encargaría de vender las fotos, que por supuesto eran las de los dos, a las revistas y diarios mundiales, bajo el nombre de Robert Capa. Así se creó la sociedad y el mito del fotógrafo más importante de la guerra.

Ambos de profundas ideas antifascistas, no dudaron un instante en acudir a informar sobre el levantamiento franquista de 1936 contra la Segunda República. En cuanto tuvieron conocimiento de la sublevación fascista, los dos emprendieron el viaje a la primera línea de fuego para informar con sus fotorreportajes desde revistas tan importantes como Life y Regards, entre otras.

La compenetración era evidente entre los dos fotógrafos, como queda patente en la propia muestra recogida por el Círculo, en la que muchas fotografías muestran series correlativas de imágenes, recogidas simultáneamente por los dos (véase la serie en la que se enmarca la clásica fotografía Muerte de un miliciano republicano, tomada por el fotógrafo dentro de una serie conjunta).

Pero este equilibrio era tal que si uno de los dos faltaba, el otro podría acusar mucho su pérdida, y en cualquier momento era viable que esto ocurriese, trabajando ambos como trabajaban en el frente. Así, mientras los dos cubrían la batalla de Brunete en 1937, un carro de combate blindado golpeó a Gerda. La fotógrafa murió con tan solo 26 años, sólo seis días antes de cumplir 27. Ese mismo 22 de julio había publicado un reportaje en la revista Regards que le había dado mucho prestigio.

Desde entonces, André siguió firmando sus fotografías con el nombre que ambos habían creado, aunque aquella firma nunca resultó igual que en su origen. Posteriormente fotografió el conflicto chino-japonés, del que dejó una conocidísima portada en Life, en la que aparece un niño soldado sobre un fondo gris; el final de la segunda guerra mundial, en la que las fotografías del desembarco de Normandía tomaron el protagonismo, y algunas series sobre la toma de Leipzig por las tropas americanas. Todas estas tomas se pueden ver en el Círculo en esta muestra conjunta.

La exposición, organizada por la Fundación Pablo Iglesias junto al International Center of Photography de Nueva York, cuenta con un gran número de fotografías, algunas incluso inéditas, extraídas de negativos encontrados recientemente. Las imágenes documentan los mayores conflictos del siglo XX y constituyen una memoria del horror y la devastación ocasionados por los conflictos bélicos. Junto a todas las fotografías se exponen también algunas notas, pies de foto o anotaciones sobre las propias imágenes, realizadas por el propio fotógrafo, además de una emotiva carta de Robert Capa a su madre y su hermano, desde el propio bastión de batalla, un par de días después del Día D.

Además de todo esto, la exposición muestra por encima de todas las cosas, la compenetración de dos grandes figuras de la historia de la fotografía y la creación de una firma común que se convertiría en el mejor reportero de guerra de la historia y que cambiaría la manera de hacer fotoperiodismo y su utilidad. Como muestra de esta exposición no me quedaría con ninguna de las clásicas imágenes de la guerra, sino que ilustraría esta exposición con una imagen de Fred Stein en la que ambos sonríen en un café de París en 1935.

“Esto es la guerra. Robert Capa / Gerda Taro”, permanecerá en la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 5 de septiembre. El horario de visita es de martes a sábados de 11 a 14 y de 17 a 21 horas; y los domingos y festivos, de 11 a 14 horas.

Publicado en Culturamas

martes, 10 de agosto de 2010

Prohibido hacer fotos

LIGERAMENTE DESENFOCADO - 2

Que hoy en día con todo se comercia es algo que todos sabemos. Cualquier pequeño motivo se convierte en objeto comercial en cualquier momento. Sólo hace falta la mente de un “visionario” que sea capaz de ver el negocio antes que los demás.

La fotografía, como no podría ser de otra manera, también se ha convertido en pura mercancía en la gran mayoría de museos, centros de arte o edificios de interés cultural de cualquier ciudad.

Normalmente la excusa suele ser el deterioro que sufren los objetos cuando son sometidos a los destellos del flash. Hasta aquí entendible, ¿pero cuál es la motivación que lleva a estos museos, centros de arte, edificios de interés cultural (a partir de ahora los llamaré entidades gestoras, por el mero hecho de abreviar) a prohibir todo tipo de fotografías dentro de sus recintos, incluso las que no precisan de flash?

Aquí es, donde a mi juicio, radica el negocio. Si estuviese permitida la realización y toma de imágenes de cuadros, estatuas y demás, las entidades gestoras no tendrían la posibilidad de comerciar con las propias fotografías que han hecho ellas mismas de sus objetos -en las ya clásicas tiendas de recuerdos que conviven con cada museo en la actualidad. Algún visionario tuvo la idea de cobrar por algo que después prohibiría al vulgo.

Negocios.

No soy partidario de la palabra prohibir, en ninguna de sus posibilidades. Aunque, como apuntaba Javier Marías en uno de sus artículos en La zona fantasma, en España hay una cierta tendencia a prohibir aquello que no gusta a cada cual. Estoy muy de acuerdo con esta frase, aunque me tomaría la licencia de apuntarle al escritor que, además también se prohíbe aquello con lo que se puede “sacar tajada”.

Sueño con el día en el que me levante, con cara de sueño, me tome el café caliente y cuando bajé y pase por delante de un quiosco (o abra la edición digital del diario en cuestión, si es que me levanté en plan vago) pueda leer a toda página y con cuerpos en negrita -e incluso a colores- el siguiente titular:

“PROHIBIDO PROHIBIR”

Entonces, cargaré mi mochila con el equipo y correré a hacer fotos, sólo por desquitarme.

Publicado en Culturamas