martes, 21 de junio de 2011

Un sutil exilio a Brooklyn

Brooklyn. Colm Tóibín. Editorial Lumen. 315 páginas. 18’90 €.

Muchas veces no nos ponemos de acuerdo sobre qué es mejor: si una gran novela o una pequeña historia que vaya de la mano con la sencillez, cuya escritura nos cautive y haga merecer la pena los ratos de lectura. Particularmente pienso que la sutilidad en la escritura es la clave de que un libro pueda gustar o no. Así me ha ocurrido con Brooklyn, una novela que aúna sencillez y emotividad, además de una escritura en la que ninguna nota desafina.

El escritor irlandés Colm Tóibín nos regala una novela de personaje en la que la protagonista absoluta, en todos los pasajes, es Eilis Lacey. Esta joven, nacida en una pequeña aldea irlandesa, vive tranquilamente en Enniscorthy -la ciudad natal del autor, por cierto- junto a su madre y su hermana Rose. La vida en ese pequeño pueblo es aparentemente sencilla, pero la capacidad de progresar, en cualquier ámbito, es escasa. Tras un trabajo de dependienta en una tienda de alimentos, el padre Flood, un sacerdote cercano a Rose, le otorgará la oportunidad de su vida: la ciudad de Brooklyn.

La insistencia de Rose y de su madre, buscando la prosperidad futura de Eilis, sabiendo que Nueva York es una gran oportunidad, la arrastrarán a aceptar la nueva vida que se le presenta al otro lado del charco. Por tanto, tenemos un planteamiento que casi podríamos llamar tradicional cuando en alguna historia se cruza Nueva York: una persona extranjera que llega, el ya clásico viaje en barco –descrito de manera sublime por cierto-, la adaptación al modo de vida, el sueño americano…

Eilis conseguirá, gracias al cura, una habitación en una casa de huéspedes irlandesa, regentada por la señora Kehoe, una especie de nueva madre centinela de todas las chicas que residen allí. Poco a poco irá adaptándose a los mecanismos de la gran ciudad. Gracias a la señora Fortini comenzará a trabajar en la tienda de moda Bartocci’s. En su tiempo libre comenzará unas clases nocturnas de contabilidad que le llevarán a obtener el título que la permita trabajar en las oficinas, en un puesto más amable.

Paulatinamente Eilis se verá casi como una ciudadana más de Nueva York, aunque siempre recuerde a su familia y cómo era su vida en Irlanda y se imagine cómo estarán sucediendo allí las cosas. Las inquilinas de la casa de la señora Kehoe conseguirán llevarla a un baile en la parroquia, donde conocerá gente nueva. Entre ellos un primer amor, el apacible italiano Tony, un personaje bien trazado que llevará al lector a ahondar en una nueva faceta de Eilis. Sin embargo, cuando mejor marcha todo, ella recibirá una trágica noticia y se verá obligada a volver a Enniscorthy tan pronto como pueda. El regreso traerá consigo nuevos miedos, dudas y desasosiego, aunque a la vez la conducirá a un reencuentro con su pasado, que la llevará a cuestionarse si el presente que ha labrado en Brooklyn es el que imaginaba al marcharse.

El escritor irlandés bucea con rotundo éxito en los engranajes mentales de la muchacha. Durante toda la historia vamos experimentando junto a ella todos los estados de ánimo posibles. La duda ante la nueva gran ciudad, la soledad de no encontrar a nadie salvo al padre Flood, al que ni siquiera conoce bien, el miedo a ser vulnerable en aquella metrópolis tan distinta de Enniscorthy. Y sobre el resto la dualidad entre el afecto hacia su nueva vida y los sentimientos de nostalgia ante la ausencia de su familia. Tóibín consigue adentrarse de manera sorprendente en el pensamiento femenino de Eilis para trasladar al lector una visión completa y conmovedora de la marcha de la chica a América.

Es destacable como el autor consigue dar una detallada descripción de situaciones complejas de asimilar incluso para la propia persona. La frase con la que describe los días previos a la marcha de Eilis es una buena muestra de ello: “La casa, pensó Eilis, estaba alegre de un modo desacostumbrado, casi anormal, y en las comidas que compartían había demasiadas charlas y risas. Le recordó las semanas anteriores a la partida de Jack a Birmingham, cuando hacían lo que fuera para apartar de sus mentes que iban a perderlo.”.

Colm Tóibín consigue transmitir emociones al lector con sus palabras. En sus párrafos no sobra ni falta nada, todo esta perfectamente ubicado en su sitio. Su prosa fluida consigue envolvernos de principio a fin en los pensamientos de Eilis, a pesar de que el relato se constituye siempre en una tercera persona lineal que se mantiene a una prudente distancia de la protagonista a la hora de narrar.

Brooklyn es una obra meritoria y memorable desde la compleja sencillez con la que está llevada a cabo, que habla del destino, la fatalidad, la familia, el amor y el exilio, y que obtuvo el Premio Costa de Novela en el año 2009. Ya se dice que es la mejor obra de Tóibín, uno de los mejores contemporáneos irlandeses.

Publicado en Culturamas

lunes, 13 de junio de 2011

La inspiración escondida en los sueños

La cámara oscura. Georges Perec. Editorial Impedimenta. 288 páginas. 21’50 €.

“Creía que anotaba los sueños que tenía: me di cuenta de que, muy pronto, solamente soñaba para escribir mis sueños.”.
Georges Perec.

Hace bastante tiempo que algunos martes desayuno, sumergido en la lectura del periódico, en el Café Perec, regentado por el gran escritor Vila-Matas, a mi juicio uno de los mejores de nuestra lengua. Fue gracias a él y a su acogedor rincón, que conocí a Georges Perec y me decidí a leerlo. Me habían advertido que la lectura de este autor me iba a resultar distinta, quizás extraña. No podía ser de otra manera viniendo de la OuLiPo, el grupo literario-matemático de Raymond Queneau y François Le Lionnais, al que se aproximaron figuras de la talla de Ítalo Calvino, Julio Cortázar o Marcel Duchamp, entre otros.

Tal vez escribir los sueños sea una de las cosas más difíciles y en las que se precisa un mejor dominio de la escritura y una mayor capacidad de ordenar una serie de ideas. Estos días he leído un artículo de un buen amigo en el que hablaba de la creciente tendencia del escritor a incluir sueños en sus argumentos y al mal resultado general de esta práctica. Ciertamente es complicado escribir un sueño.

Georges Perec lo hace en La cámara oscura con total fidelidad a lo que, según nos cuenta, vive cada noche. Escribir un sueño de manera lineal sería faltar a la verdad de lo acontecido en el letargo. Rara vez acontecen de la forma en que concebimos los relatos cuando estamos despiertos. En los sueños ocurren cosas que son inexplicables en la realidad, por eso son sueños.

De esta manera, Perec escribe sus 124 narraciones respetando ese desorden que reina cuando nos adentramos en la cámara oscura. En sus historias convergen saltos en el tiempo con cambios repentinos en las personas, al igual que en nuestras fantasías oníricas. ¿Quién no puede decir que alguna vez estaba soñando con alguien cuando de repente esa persona pasó a ser otra completamente distinta? Todas esas situaciones las recoge Perec en estos textos-experimento.

El estudio de los sueños, si pudiese realizarse, nos detallaría el complejo mundo interior de cada soñador, y nos permitiría adentrarnos fielmente en sus impresiones sobre el mundo y sus obsesiones. Durante los cuatro años que se recogen en esta obra, desde mayo del 1968 a agosto de 72, existen varios motivos que se repiten por encima del resto: mujeres con las que Perec termina siempre haciendo el amor, a menudo en público, sus amigos, a los que menciona con iniciales, y que en ocasiones aparecen muertos, o su gato.

Pero sin duda, el sueño más recurrente de Georges Perec tiene que ver con los campos de concentración, a los que vuelve a menudo por las noches y en los que presencia el horror y la barbarie nazi. La muerte de su madre en Auschwitz en 1943 propicia que el autor judío reviva escenas de las que nunca ha sido testigo, con las sensaciones a flor de piel, pese a que, en ocasiones, él mismo sea consciente de que lo que está viviendo es sólo un sueño.

La editorial Impedimenta nos trae esta recopilación de sueños de uno de los escritores más rompedores de la literatura francesa de la segunda mitad del pasado siglo. La edición viene acompañada de las notas explicativas que el propio escritor hace de sus saltos temporales y anímicos, además de un glosario que recoge los sueños en los que aparece cada uno de los elementos recogidos. La cámara oscura es una demostración de que los sueños se pueden escribir tal como ocurren, aunque el resultado sea un texto de gran complejidad.

Publicado en La Huella Digital