martes, 19 de abril de 2011

Un momento de sarcasmo


Un momento de descanso. Antonio Orejudo. Tusquets Editores. 248 páginas. 17 €.

La nueva novela de Orejudo aborda un tema muy complejo en nuestro país. Hablar de una institución tan surrealista como la universidad actual es una tarea ardua y que no se puede abordar desde otra perspectiva que no sea el humor. De esta manera, el autor escribe una de las llamadas novelas de campus, en la que muestra a profesores que intentan coaccionar a otros para amañar una decisión –pura ficción, por supuesto-, intereses subrepticios en las contrataciones, secretos desde años atrás que se desvelan de repente.

¿Qué se puede decir sobre la universidad actualmente? En uno de los pasajes, uno de los personajes de la novela la define de esta manera: “La universidad española, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil.”. Una afirmación bastante lapidaria ante la que decir más sería echar leña sobre el árbol caído.

Con este pretexto Antonio Orejudo cimenta Un momento de descanso, dividida bien es cierto en tres partes que poco tienen que ver entre sí. La primera parte de la novela se centra en el personaje de Arturo Cifuentes, un profesor universitario que, después de un periplo por los Estados Unidos, que acabó no muy bien, regresa a España y se reencuentra con su compañero y amigo, que cuenta la historia. Cifuentes ve como progresivamente su relación con su mujer Lib se deteriora y le lleva al propio desmoronamiento junto al fracaso profesional, consumado con un hecho que le enfrenta con una alumna y parte del profesorado. El narrador va dando cuenta de los días de Arturo desde que se marchó hasta su retorno. Esta primera parte, con un ritmo agradable y bastante alígero, adelanta lo que parece que va a ser la estructura básica de la novela de ahí en adelante.

La sorpresa llega con la segunda parte, en la que da la impresión de que el libro que hemos cogido al salir de casa es otro diferente al que teníamos ayer en las manos. El narrador empieza a contar una suerte de experimentos farmacéuticos a los que se somete, que derivan en un desarrollo de unas capacidades y una imaginación sorprendentes. La narración de los hechos es bastante buena, no hay posibilidad de negarlo, pero falla un poco el hilo que la conecta con la primera parte: ambas quedan colgando como si de dos breves historias se tratase.

La lectura de Un momento de descanso es ágil, por lo que rápidamente nos vemos en la tercera parte, de título La felicidad del hombre descansado. Este tercio final de la novela recobra gradualmente el ritmo que había tenido el inicio. El narrador, que por momentos es el propio escritor, y por momentos parece no serlo, descubre junto a su amigo Cifuentes un hecho que hará cambiar su visión sobre su mítico profesor Desmoines y su hijo, rector actual de la universidad. Desde entonces comenzará una travesía de investigación muy alocada, que albergará en sus entresijos una feroz e hilarante crítica de la universidad española. En esta institución encontrarán de todo, profesores chiflados dispuestos a todo por revelar su verdad, otros docentes con más pinta de gánsteres que de maestros, que harían cualquier cosa para ocultarla y salirse con la suya, y un sinfín de cosas fruto de la imaginación del autor –o no-.

Antonio Orejudo muestra que tiene unas dotes especiales para la narración y se interna en un terreno poco usual en nuestra literatura. El desenfado y la naturalidad con los que escribe y el humor ácido y picante que desborda las páginas de la novela conforman una buena muestra de sus habilidades creativas. Finalizan estas palabras con otra frase ilustrativa del mismo personaje que abre estas líneas: “¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la universidad española, que sea elegante y además verosímil.”. Se ha dicho.

Publicado en La Huella Digital

lunes, 11 de abril de 2011

La vida es algo maravilloso

“La Vida es algo maravilloso. Que baila, salta, vuela, ríe y pasa”
Jacques Henri Lartigue

Jacques Henri Lartigue explicaba en numerosas ocasiones que desde pequeño siempre había experimentado la sensación –él la define como terrible enfermedad- de que todo lo que le entusiasmaba se le escapaba de las manos y no duraba nada. Posteriormente esta sensación se convertiría para el galo en pura obsesión por el paso del tiempo y por retener cada instante entre sus dedos.

Desde muy pequeño, cuando ni siquiera se le podía llamar fotógrafo, el francés ya mostró una sensibilidad especial y una gran capacidad para inmortalizar los momentos sencillos y cotidianos que a la larga componen el inmenso mosaico de la vida. No superaba aún los diez años cuando su padre, gran aficionado a la fotografía, le regaló su primera máquina y le animó a investigar y capturar la vida que tanto le obsesionaba. Se trataba de una cámara plegable Le Revé, de carrete extraíble 8 x 11 cm, que reposa en una vitrina de la exposición, con la que Lartigue comenzó a solventar el problema del paso del tiempo.

Contaba con ocho años y ya había realizado fotografías con un sentimiento y una belleza, tanto técnica como de ejecución, increíbles, véase como muestra un retrato de su padre y su madre, que evoca el amor de un matrimonio feliz. Y es que, durante toda su obra, este fue el motivo principal: la felicidad. Se dice que en alguna ocasión se le escuchó decir: “Nací feliz, eso ayuda, ¿no es cierto?”. Toda una declaración de intenciones respecto a su idea de la vida.

Lartigue nunca se consideró un fotógrafo, ni mucho menos, por tanto, un profesional. Pasaba las horas muertas con su cámara en la mano, inmortalizando todo aquello que sus ojos veían y que, como él ya había descubierto de niño, era tan efímero y se escaparía tan pronto de su alcance que posiblemente ni se diese cuenta. Sin embargo, pese a no considerarse profesional en la materia, sí es cierto que a lo largo de toda su creación existe un hilo argumental: la felicidad de la vida cotidiana en familia y el paso del tiempo.

Esta etiqueta de fotógrafo aficionado que se quiso colocar le sirvió para tomarse la licencia de experimentar a su juicio con todo aquello que le apetecía en cada momento. En pocas palabras: le ofreció la garantía de no tener que rendir cuentas a nadie, ni agencias ni nada por el estilo. Sólo se limitó a captar aquello que en cada instante le parecía bello. Un buen ejemplo de ello son las fotografías que tomó de sus tres mujeres, que componen un álbum importante dentro de su obra. Bibi, Coco y Renée, tres bellísimas mujeres a las que no se cansó de retratar en el tiempo que duraron sus intensas relaciones y de las que captó imágenes preciosas.


Otra muestra más de la obsesión del fotógrafo por guardar cada momento para que no se escapase a su memoria son los diarios de Lartigue, incluidos en la muestra, en los que anotaba absolutamente todo lo que hacía, segmentando el día por horas, además de todo tipo de acotaciones meteorológicas durante más de setenta años día en los que no falta ningún día.

El encuadre es uno de los puntos fuertes de Lartigue, ya que con encuadres aparentemente sencillos o poco estudiados, como si en ocasiones hubiese disparado sin pensarlo, consigue captar el preciso instante en el que la mirada de una mujer se posa en su objetivo, el momento exacto en el que un hombre cae al agua o el paso fugaz de un vehículo de carreras por la recta en la que él se encontraba con su equipo fotográfico. Imágenes muy en la línea de aquellos momentos perfectos de Cartier-Bresson.

Caixa Forum (Paseo del Prado, 36) ofrece una gran retrospectiva del fotógrafo francés, compuesta por más de 230 piezas, además de los diarios del autor y algunas de las máquinas que utilizó en su labor. Auténticas piezas de museo que nos enseñan como realizó sus tomas Lartigue, además de una parte importante de la historia de la fotografía, ligada a los nombres de Eastman, Kodak o Lippman, entre otros.

La muestra Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) estará en cartel hasta el 19 de junio en Caixa Forum, de lunes a domingo de 10:00 a 20:00 horas. La entrada es gratuita.

Publicado en Culturamas

domingo, 3 de abril de 2011

Un cisne demasiado negro

Recuerdo haber dicho alguna vez a alguien: “Yo nunca llegaré a esos extremos”. Y también me acuerdo perfectamente de la rotunda respuesta: “Nunca digas nunca”. Esta breve historia podría resumir la transformación en la que se ven inmersos el entorno y la propia protagonista de esta danza psicótica creada por Aronofsky.

Nina Sayers es una bailarina del ballet de Nueva York, que aspira a la interpretación de grandes papeles. Sus interminables días transcurren por y para su carrera, que en ocasiones llega a convertirse en una verdadera y demoledora obsesión. Nina vive con su madre, una bailarina a la que su nacimiento truncó la carrera, y que proyecta sus frustraciones y fracasos pasados en el posible éxito de su hija.

Todo transcurre aparentemente de manera normal. El principio es suave, tranquilo: Nina es dulce, trabajadora y por momentos casi angelical. Si continúa por ese camino, pronto le llegará su momento. Y así es, en uno de los entrenamientos, Thomas (Vincent Cassel), el director del ballet, irrumpe en la clase buscando solistas para trabajar en El lago de los cisnes. Finalmente, tras un proceso de selección difícil y unas turbulentas audiciones, víspera de la decisión final, el papel de la reina cisne recae en Nina.

Por fin el gran papel de su vida ha llegado. Sustituirá a la bailarina principal, Beth, que atraviesa momentos fatídicos y que roza ya el final de su carrera. Soberbia secundaria Winona Ryder. Ha llegado el momento esperado, ese impulso que su carrera necesitaba, pero la presión del director y el continuo control de su madre -en otra magnífica interpretación de Barbara Hershey- a veces parecen superarla. Comenzará a darse una dualidad que acompañará a Nina durante el resto de la película: interpreta a la perfección la inocencia del cisne negro, pero le cuesta llevar a las tablas la sensualidad y esa pizca de maldad con la que el cisne negro seduce al príncipe.

Como detonante, entrará en escena Lily (Mila Kunis), una bailarina que llega de Los Ángeles a Nueva York, con la que la historia dará un giro. Una serie de movimientos y gestos de Lily desencadenan los celos y las suspicacias de una Nina, completamente desbordada por la situación. Su carácter empezará a deteriorarse y a sufrir un endurecimiento y el ballet se verá salpicado por tintes altamente competitivos y dramáticos. Germinará entonces en la protagonista una fuerte rivalidad hacia Lily, que irá creciendo regada por una espiral de autodestrucción que amenaza gravemente con esa inocencia y esa dulzura inicial.

Desde este momento, Darren Aronofsky abrumará al espectador con una interminable serie de planos violentos, sugestivos, visiones de Nina cada vez más absurdas y clásicos juegos de espejos. Todo esto se alternará con la tensión narrativa y el terror propio de sus películas –como ya dejó constancia en Réquiem por un sueño- y será acompañado por una inmensa obra musical, que será uno de los pilares sobre los que se sustente la obra.

La oscarizada Natalie Portman cierra la mejor interpretación de su carrera, completando con éxito todos los registros que la cinta le exige y acumulando por ello todos los elogios posibles, con un final previsible desde el inicio, pero que, sin embargo, no le quita eficacia.

Publicado en La Huella Digital