La creación de un mundo consistente es lo que verdaderamente hace que una novela o saga adquiera la categoría de inmortal. Parece fácil, pero lo cierto es que en su creación las complicaciones se suceden y pocos lo consiguen. No basta con ponerse a escribir y ya está. Los personajes tienen que tener un pasado, un presente y un futuro en mente. No sirve que se sucedan los hechos en su vida para crear la ilusión de realidad. Tienen que pensar, no ser simples marionetas del autor, aunque en cierto modo también lo sean. El mundo creado en la obra tiene que ser verídico, tener verosimilitud, aunque no necesariamente tiene que ser cierto.
Es obvio que Unamuno nunca habló con sus personajes como ocurre en Niebla, acaso en sus sueños o su imaginación, ni siquiera García Márquez vivió alguna peste de olvido; pero los dos lo hacen verosímil en sus páginas. Lo importante es que, dentro del juego de la ficción, la historia sea creíble. Hay que tener cuidado, a veces el autor incurre en situaciones que si bien podrían ser verdaderas y ocurrir en la vida real –y por tanto en una novela-, cuando las trasladamos a los folios pierden su credibilidad por la improbabilidad de que sucedan.
Una saga jamás será completa si en ella no se vislumbra un mundo bien estructurado y perfectamente plausible. Aunque sea ficticio. Al hilo de esta disertación, mentaré una saga que, por juvenil que parezca, no tiene nada de eso. El título en cuestión es el famoso mago Harry Potter. Pocas veces he leído la creación de un mundo cómo el creado por la británica. El mundo está dividido entre magos y muggles –los que no lo son-, pero el mundo mágico no se queda en un simple lugar en el que las personas se lanzan conjuros y hechizos sin más.
Este mundo mágico está perfectamente estructurado. Existen gobierno y mecanismos gubernamentales como el Ministerio de Magia, existen grandes figuras de la historia universal de la magia, grandes comunicadores y periodistas, mitos, realidades, guerras mágicas a lo largo de la historia… Los magos tienen un sistema educativo bien definido, similar a lo que podemos ver en cualquier sociedad, salvo que en este caso los colegios son tan sólo cuatro en todo el mundo, pero el sistema es similar al que conocemos en nuestros países. Incluso constan cuentos populares al uso de nuestras caperucitas y patitos feos, recogidos por la autora en Los cuentos de Beedle el Bardo. El quidditch y los mundiales de este deporte mágico son otra señal de que el mundo imaginado por J. K. Rowling durante un viaje en tren va mucho más allá de su mente y está perfectamente diseñado en las páginas de la saga. Ni qué decir tiene, por no redundar, la Tierra Media de Tolkien.
La creación de un mundo implica muchas pequeñas creaciones. El autor tiene que saber resolver cualquier pequeña duda que se le plantee sobre su creación. De esta manera equivaldría a algo así como un ser que observa todo desde el punto de vista del que conoce cualquier pequeño matiz de ese pequeño mundo inventado.
¿Quién cree que si preguntásemos a Gabriel García Márquez sobre algún hecho ocurrido en Macondo no sabría contestar? Si en las páginas de Cien años de soledad ilustra a la perfección la historia de ese pequeño pueblo y de todas las visitas que ha recibido de los gitanos, las enfermedades que han atacado a sus habitantes, las guerras que se han librado entre liberales y conservadores o las aventuras del coronel Aureliano Buendía en sus viajes fuera de la localidad. La historia de Macondo es tan amplia como puede ser la de América Latina o la de la ciudad de Barcelona, pues está perfectamente constituida por el colombiano desde antes de terminar de escribir la novela. Y seguramente esté guardada acumulando polvo en la biblioteca municipal de Macondo, si es que existe alguna.
Un ejemplo muy curioso y explicativo de esto y de cómo coexisten estas creaciones con nuestro mundo podrían ser las novelas de Enrique Vila-Matas. En Dublinesca, por ejemplo, el personaje escribe una teoría literaria, que recientemente ha sido publicada con la firma del autor bajo el nombre Perder teorías. A veces los mundos literarios y nuestro mundo real pueden cohabitar e, incluso, colaborar entre ellos con aportaciones y todo tipo de ayudas e injerencias.
Escribir parece fácil, y quizá lo sea. Todo el mundo sabe escribir. La complejidad radica en cuando se quiere escribir bien, cuando lo que se busca es narrar. Ahí es cuando la cosa se complica y entonces es donde se ve si un escritor y su ficción perdurarán en el tiempo. Esa es la literatura que merece laureles y reconocimientos. La literatura real, pese a la redundancia de la palabra en este artículo, la que merece la pena estudiar.
Si todavía alguien cree que puede ser fácil, que coja un papel y lo intente. Igual se da cuenta entonces de la complejidad y la capacidad que requiere. O quizás sea un genio…
Publicado en La Huella Digital
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