jueves, 31 de marzo de 2011

Landen

Landen. Laia Fàbregas. Alfaguara. 200 páginas. 17 €.

Existen historias que se vertebran en torno a una casualidad. Así ocurre en Landen. Una mujer holandesa que regresa a casa coincide en un vuelo Barcelona-Ámsterdam con un anciano extremeño que viaja para visitar a su hijo. Empiezan una conversación, pero justo antes de aterrizar ocurre lo inesperado y el hombre fallece. Antes de marcharse, sin explicarse por qué, ella recoge una misteriosa caja que él portaba y se la lleva consigo.

A partir de entonces Laia Fàbregas alternará dos historias. Sus personajes no tienen nombre, serán para el lector Él y Ella. Él emigró a Holanda para trabajar en los años setenta, junto con un montón de chavales del pueblo. Intentaba aparcar un fracaso amoroso con la actual mujer de su hermano y una dura vida familiar antes de embarcar en el avión. El cambio de costumbres fue complicado, pero su afán por aprender el idioma le llevó a conocer a la novia de su profesor, que se convertiría en su mujer: Willemien, de la que habla con verdadera devoción.

Willemien es una mujer especial, cariñosa y comprensiva. Su capacidad de adaptación a las situaciones de la vida es grande y su carácter es alegre y curioso. Le apasiona el arte y pinta cuadros. En Holanda crearon una familia, tienen tres hijos y son felices. Sin embargo, tras quince años, un hecho les obliga a trasladarse a Figueres. El giro en sus vidas es importante, tendrán que volver a adaptarse, pero conseguirán hacerlo gracias a los sueños que acumulan para el futuro y a la irrupción de la familia del nuevo jefe de Él, que supondrá un gran apoyo a la hora de adecuarse a sus nuevas condiciones.

Ella es una joven holandesa que trabaja en Hacienda y que, en su tiempo libre, se dedica a buscar a cien personas de una lista antigua y arrugada que guarda siempre consigo. Es una persona desconfiada y muy reservada. Un trágico acontecimiento del pasado le unió de por vida con un joven, que desde entonces se convertirá en un ángel para ella, y con su pareja, a los que no ha vuelto a ver desde aquel día y ni siquiera sabe quiénes son. Tiempo después de aquel suceso, alguien le hará llegar una lista y Ella comenzará una incansable búsqueda, acompañada por la primera persona de la lista, Karen Abrams, que se convertirá casi sin saberlo en su confidente.

Laia Fàbregas escribe con un estilo sencillo y eficaz que envuelve al lector en el entramado de pequeñas historias que pueblan las páginas. La autora intercala de manera brillante las dos historias y consigue que ninguna destaque por encima de la otra, que ambas tengan una fuerza similar que arrastre al lector por la geografía de sus páginas. La trama gana fuerza conforme avanza y lo que al principio es una casualidad pasa a ser el centro de una novela magnífica, que estará entre las mejores del año 2011 cuando este concluya.

Publicado en Culturamas

jueves, 17 de marzo de 2011

Un amor que nunca muere

Un amor único. Johanna Adorján. Seix Barral. 160 páginas. 16’50 €.

El 13 de octubre de 1991, mis abuelos se quitaron la vida. Era domingo. Verdaderamente, no es día propicio para suicidarse.”. Son las primeras frases de la novela Un amor único, publicada en Seix Barral. Estas palabras evidencian el tono que embriaga las páginas de toda la novela.

Vera e István, dos supervivientes del holocausto nazi, deciden suicidarse juntos. El uno no sería capaz de seguir con vida si el otro no estuviese, y ante la enfermedad de él, deciden acabar. Se conocieron poco tiempo antes de que la barbarie llegase a Hungría. Incluso llegaron a conocer los acontecimientos de la II Guerra Mundial cuando aún parecía que quedaba lejos. Pero la horda de Hitler invadió todo el continente en escasos días y, finalmente, como judíos, fueron perseguidos.

István –Pista, como le llama cariñosamente su mujer- estuvo internado en Mauthausen y poco antes de la liberación fue trasladado a Gunskirchen. Ella, por su parte, consiguió librarse del horror con documentaciones falsas. Vivió escondida durante la mayor parte de la invasión nazi. Siempre tuvo claro que si no el no hubiera vuelto se habría suicidado. Pero volvió, consiguieron rehacer su vida y, tras vivir el comunismo en Hungría, marcharon a vivir a Copenhague, donde el 13 de octubre de 1991 se quitaron la vida.

Ahora Vera está decidida a hacerlo, aunque el miedo viene se asoma a menudo a la puerta, sobre todo los últimos días de ese octubre, en los que última los preparativos. István, antiguo médico de carácter reservado, padece una enfermedad terminal y para la pareja será una especie de huida. Y desaparecerán, desafiando juntos por última vez al destino y a las palabras: “Hasta que la muerte nos separe.”.

Durante toda la novela, Johanna Adorján alterna dos hilos: la última mañana de sus abuelos, desde que se levantan hasta que todo concluye, y, por otra parte, la historia de ambos desde la invasión de Hungría por los alemanes en 1944, mediante entrevistas con antiguos amigos comunes, compañeros o familiares. La escritora no juzga, sólo intenta entender las razones del suicidio de sus familiares.

El tono de la obra está dominado por una nostalgia profunda y conmovedora, aunque también vemos cómo la narradora evoluciona hacia un sentimiento de orgullo por sus abuelos y por todo aquello que tiene que ver con el pueblo judío. Afirma incluso que en Tel Aviv se siente como en su casa. También escribe que Jerusalén, ciudad que denomina “la más peligrosa del mundo”, es el lugar en el que más seguro se ha sentido. Sin embargo, no había visitado antes ninguna de las dos ciudades. Pero en el fondo es una apátrida.

Johanna Adorján busca la reconciliación con un pasado convulso y dedica una obra a su familia, pero sobre todo a su padre –a quien le dedica la novela en la primera página- y del que no se cansa de dar pequeñas pinceladas con una ternura especial y una admiración considerable.

La húngara viaja entre el pasado y el presente, entre la vida de sus abuelos y su muerte, e indaga en los mecanismos del cerebro en el día que sabemos que vamos a dejar todo. ¿Qué hacemos? ¿Cómo actuamos? ¿Igual que siempre? La historia es preciosa, una novedosa manera de ver las consecuencias del holocausto o, si se ve con unos ojos más líricos, de un amor que habiendo perdurado a las más duras adversidades decide que también tiene que apagarse con las manos unidas.

Publicado en Culturamas

lunes, 7 de marzo de 2011

El cementerio de Praga


El cementerio de Praga. Umberto Eco. Lumen, 2010. 608 páginas. 23’90 €.

Escribir un diario siempre es una actividad interior importante. A veces no conseguimos recordar algunas cosas, pero en el momento que nos sentamos delante de un papel y empezamos a escribir, los hechos se nos presentan de una forma más clara y el recuerdo nos sobreviene como si en ese momento estuviésemos reviviendo.

Un diario será el centro de la trama en El cementerio de Praga. Umberto Eco, semiótico, lingüista y novelista, utiliza este recurso para hacer recordar al capitán Simonini sus aventuras y para que intente solucionar la duda con la que se levanta el día 24 de marzo de 1897, sin saber muy bien quién es él, ni quién es un misterioso abate, que se hace nombrar Dalla Piccola, que le replica sus anotaciones en el diario.

Junto a las anotaciones de un narrador omnisciente que apunta aquello que la trama deja un poco en el aire, el escritor italiano, autor de El péndulo de Foucault (1988), crea una trama con ritmo pausado situada en uno de los periodos más convulsos de la historia contemporánea: finales del siglo XIX, en los que los orígenes del antisemitismo se empiezan a vislumbrar, las tensiones franco prusianas hacen prever una guerra en los años próximos…

Simonini ha trabajado desde su retirada militar como falsificador de documentos y es toda una eminencia en su labor. Mediante el diario, escrito junto al abate –lo que hace pensar a ambos que incluso puedan llegar a ser la misma persona-, el lector va descubriendo los encargos que ha realizado el protagonista, que ha trabajado dentro de la revuelta garibaldina, para franceses, prusianos, en ambientes judíos, entre masones…

La espiral y el frenético ritmo de los actos llevarán la acción a la ciudad de París, en la que empezará a prender la mecha antisemita europea, en la que el falsificador tomará una importante parte, mientras se ve envuelto en otros oscuros encargos.Las páginas del libro dibujan un mapa de finales del siglo XIX en las que ningún grupo sale indemne de prejuicios y en la que Simonini y Dalla Piccola no dejan de buscar su identidad incansablemente.

Dicen que la novela histórica está sujeta a unas exigencias menores y también he oído en multitud de círculos que los grandes intelectuales no pueden escribir novelas buenas, pese a ser grandes pensadores. Los tópicos están para romperlos. Esta vez Eco, brillante intelectual, ha escrito una buena novela en la que un único personaje ficticio, el protagonista, se las ve con personajes tan importantes y reales como Dumas, Freud o Garibaldi, entre otros.

La vuelta a la ficción del autor de El nombre de la rosa, treinta años después, se estructura en torno a un diario redactado a dos manos, que a veces resulta un poco lioso con tanto cambio. La estructura en capítulos prácticamente independientes en cuanto a la temática y el estilo rememoran la escritura folletinesca de la época en la que se sitúa, en la que todo tiene una intención y nada es lo que parece a primera vista.

Publicado en Otro Lunes

miércoles, 2 de marzo de 2011

Bolero

Me ocurre desde siempre una cosa que yo considero extraña. Se trata de cierta nostalgia que me aborda por algunas ciudades en las que nunca he estado. Una de ellas es La Habana, esa Habana que pinta Javier Mariscal y en la que coloca Fernando Trueba a los personajes de Chico y Rita.

Viendo las imágenes antes del estreno –incluso las que se vieron antes de que estuviese terminada- ya se podía ver que la película iba a ser distinta. Y así es porque quizá es lo que buscaron desde el principio sus creadores.

Un anciano recuerda el pasado desde una habitación con vistas a toda la ciudad. Una caja de la que, cuando se abre, brotan una serie de recuerdos en forma de notas musicales, como si de una caja de música se tratase. Y en este caso, Chico, el viejo, tiene su propia bailarina, que danza por toda la ciudad una sonatina dulce y apasionada a partes iguales. Se trata de Rita, una joven promesa de la canción cubana a la que conoció en un baile en La Habana.

Desde entonces, sus caminos se entrecruzarán, acariciándose y alejándose numerosas veces, como una tangente que va y viene con cierta cadencia. Los dos personajes vivirán una historia de amor, de las que yo suelo denominar como de verdad, esas que tienen altibajos, las turbulentas, con idas y venidas, con encuentros y desencuentros. Mientras, la caja de música suena, y los acontecimientos y sus carreras les harán desenvolverse en diversos ambientes y ciudades: Las Vegas, París, Nueva York, la propia Habana, Los Ángeles…

Cierra el cuadro de personajes un secundario muy delicado: el inseparable amigo de Chico, Ramón. Sin embargo, tras cambiar sus vidas, llegará Ron, un magnate americano y algo propiciará que Chico y Rita se separen por completo. Chico regresa al malecón de La Habana al triunfo de la Revolución de 1959. Poco a poco el músico se desvanecerá y tanto su éxito como su amor con Rita –conocida ya como Rita LaBelle en todo el mundo- se convertirán en un recuerdo que dejará de sonar en una caja que se cierra.

Los dibujos de Mariscal son minimalistas y aportan una visión muy efectiva tanto de los planos generales como de los más ínfimos detalles de cada ciudad. Lo que llamaríamos una fotografía interesante, si existiese.

Pero sin duda, argumentalmente, lo más interesante, además de la historia de amor entre los protagonistas, serán los músicos que aparecerán a lo largo de las carreras de ambos (Dizzy Gillespie, Chano Pozo, con el que entablarán relación en Nueva York, Charlie Parker o Estrella Morente). Mención especial merece la inconmensurable banda sonora, plagada de temas de estos artistas y otros similares.

Chico y Rita es un bolero. Un verdadero homenaje a la música, a Bebo Valdés, al jazz y la música cubana, además de un canto nostálgico al Cine (sí, con mayúsculas, como Arte).

Publicado en La Huella Digital