Los peces no cierran los ojos. Erri De Luca. Seix-Barral. 128 páginas. 15 €.
El primer amor es tan difícil de olvidar como la ciudad en la que crecemos. Cuando las tardes de verano son el único nudo que amarra nuestra infancia, la memoria vuela. El narrador de la última novela de Erri De Luca es un hombre que se recuerda a sí mismo con diez años en Nápoles. El autor italiano revisa su infancia y su transición a la adolescencia desde su madurez. “Me arrimo a través de la escritura a mi yo de hace cincuenta años, para un jubileo privado mío”, escribe.
De esta forma, con la aparente inocencia con la que vería el mundo un niño, narra sus primeros flirteos serios con la propia vida. Nos cuenta como, en Nápoles, los niños se enrolaban en barcos pesqueros en los que los marineros les enseñaban el arte de la pesca o como era la vida en los pequeños pueblos costeros. En el verano de sus diez años el narrador experimenta en su propio cuerpo –torpe cascarón- la sensación de crecer.
En esa etapa, su madre, su hermana pequeña y él se quedan solos en casa, ya que su padre marcha a trabajar a los prometedores Estados Unidos. Tiene lugar entonces el verano de su iniciación en disciplinas tan importantes a lo largo de la vida como la violencia, la atracción sexual, el amor o la traición, entre otras.
Aquel fue también el verano en el que conoció a Ella, de la que no recuerda ni su nombre, aunque sí tiene una memoria milimétrica y secuencial de todo lo que pasó antes de la llegada de Septiembre. Ella, una niña que pasa el día leyendo y dice ser escritora, despliega una serie de encantos ya casi de mujer sobre el narrador. A raíz de este encuentro, que deriva en una serie de tardes, el pequeño narrador se mete en los clásicos problemas de crío, aunque en este caso tienen un grave componente violento, que recordará De Luca desde la lejanía del presente.
Poco a poco nos introducimos en la mente de aquel pequeño que hoy ya queda bastante a las espaldas, para sentir la traición junto a él, lamentarnos de la sal que escuece en las heridas, clamar contra lo que él considera injusto o quedarnos perplejos con la delicadeza con la que narra el primer beso.
La historia se centra en la relación con Ella, aunque nunca deja a un lado las turbulencias originadas entre sus padres, la madre en la pequeña isla, el padre en la gran América. La relación del narrador con su madre está muy presente, al contrario que el padre, perdido en Norteamérica. Debido a su ausencia, el chico de diez años que recuerda Erri De Luca se convierte en el único hombre de la casa, lo que a veces le lleva a preocuparse de cosas que no debería a sus diez años y a sentir una especie de culpa para con sus padres. “Se amaban, los dos se regalaban libros. Ella estaba embarazada de mí. La fecha de la dedicatoria denuncia mi intrusión en sus vidas. Se las obstaculicé cual extraño. Querían un hijo, me tuvieron a mí. Ellos son mi gente, pero yo fui poco y mal la suya.”
Durante las poco más de cien páginas del libro, De Luca utiliza una prosa muy delicada, casi poética, que, por sí sola, hace especial a esta breve novela. El mar, los pensamientos de su yo infantil y las palabras que escribe sobre Ella hacen el resto. Me permito utilizar, como muestra, un extracto de la obra: “Sonrió. A partir de las comisuras de la boca, la sonrisa invadió el resto de su cara y bajó por todo su cuerpo hasta los pies, que sonrieron también.”
Erri De Luca es, dicen muchos, el mejor escritor italiano de la actualidad. Es cierto que en los últimos tiempos dicha expresión está demasiado barata para la crítica. Cada año hay millones de “mejores escritores de nuestro tiempo”, pero lo que es innegable es que si obviamos esta obra pensando que nos vamos a encontrar con el tradicional y pesado libro de memorias, nos estamos equivocando de pleno. Los peces no cierran los ojos es un examen de la memoria, una refundación de la persona a través de sus recuerdos de chico, escritos con una sutileza que abruma.
Publicado en Culturamas