No cabe duda de que, hoy, el sepulcro más visitado de Montparnasse será el suyo. Su lápida se llenará, como es costumbre, aunque esta vez seguro que más, de pequeños trozos de papel con dibujos de rayuelas, que acompañarán al cronopio que yace junto a él. Ya se habrá dado cuenta, supongo, de que hablo de Julio Cortázar.
Hace hoy 25 años, un 12 de febrero como éste, fallecía el que posiblemente sea uno de los máximos exponentes de la literatura latinoamericana. Lo hacía en su casa, en su ciudad predilecta, París, en la que vivió durante los últimos años de su vida, y en la que ambientó algunas de sus obras, como su gran novela, Rayuela.
El escritor argentino –nació en la embajada argentina de Bélgica– comenzó a publicar poemarios bajo seudónimo. Su nombre por aquel entonces era el de Julio Denis. Al poco tiempo, otro grande de la literatura latina, Jorge Luis Borges, comenzó a publicarle alguno de sus relatos en su revista: Anales.
Tenía un humor extraordinario, propio del surrealismo en el que se vio inmerso, y su vida se basaba en la lectura, que alternaba con la escritura y su labor docente en Buenos Aires. “Mis experiencias fueron siempre literarias. Vivía lo que leía, no vivía la vida. Leí millares de libros encerrado en la pensión: estudié, traduje. Descubrí a los demás sólo muy tarde”, manifestaba en una entrevista en 1975.
Su nombre vuelve a estar, actualmente, en boca del mundo literario, gracias al descubrimiento por parte de su primera esposa, Aurora Bernárdez, de una cómoda en su casa, a finales de 2006. En ella guardaba textos inéditos, junto a multitud de cartas y misceláneas, que verán la luz en mayo en una recopilación que servirá como homenaje al aniversario de su muerte. Papeles inesperados.
El autor de Bestiario siempre se codeó con los grandes personajes del mundo de la literatura. Pablo Neruda, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, de quien se dijo que inspiró la Maga, el personaje femenino principal de Rayuela –aunque parece ser que no fue así, sino que la musa fue Edith Aron–, o el propio Borges; fueron algunos de los muchos que cautivó gracias a su estilo enrevesado e irónico en ocasiones, y con una dulzura y lirismo excepcionales en otras.
Cortázar murió dos años después de que su segunda y última esposa, Carol Dunlop, falleciese. Murió de leucemia, aunque ya una profunda depresión le había invadido el cuerpo. Es costumbre dejar una copa de vino, junto a los dibujos de las rayuelas, en la tumba donde descansa junto a Carol Dunlop. Seguro que, hoy, cuando nadie mire, se levantan y brindan al unísono por él. Todo un genio.
Publicado en Opinar.net