martes, 10 de febrero de 2009

El último aliento de libertad de Eluana

Como si de un último golpe sobre la mesa se tratase. O como si un último hálito de libertad quedase en su cuerpo malogrado; Eluana Englaro murió este lunes, consiguiendo por fin, aquello que le había pedido a su padre Beppino. Eso a lo que algunos se empeñaban en llamar vida –y se aferraban a ello, creando un debate político irracional, alrededor de ella– se acababa, en medio de una propuesta de ley microscópica para impedir la desconexión.

A las ocho y diez de la tarde en la clínica de La Quiete de Udine se cumplía su voluntad. Eluana, tras 17 años en estado vegetativo, y la familia de la muchacha, tras 11 años de batalla por el descanso de su hija, por fin pudieron suspirar de alivio. Porque aquello no era humano, ni su supuesta vida era tal. Eluana murió justo en el momento en el que el Senado debatía la ley que el gobierno había diseñado para que se prolongase su vida, o como decía su padre, su agonía.

En Udine sonaron las campanas para comunicar la muerte de Eluana, y los vecinos que apoyaban a su padre encendieron algunas velas como homenaje. Beppino, su padre, un caballero siempre educado y correcto, que bien podría convertirse en una especie de nuevo padre coraje, recordaba emocionadísimo las palabras de su hija: “La muerte forma parte de la vida”. También su mejor amiga hablaba sobre Eluana esperando que ahora esté, por fin, tranquila en un sitio mejor.

El debate, que ha tomado gran protagonismo en estos últimos días, parece no haberle gustado a Eluana. Como si se hubiese saturado de tanto discurso político y católico, y de tanta pantomima sobre su vida o su muerte, este lunes ha decidido, en su última acción, morir, o quién sabe si a lo mejor volver a nacer.

En el Senado se recibió la noticia con diversidad de opiniones. En el momento en el que murió la chica, hablaba Umberto Veronesi, del Partido Demócrata, en contra de la ley. Su discurso estaba siendo realmente apasionado y precioso –como un último homenaje–, lo que aumenta aún la dosis de lirismo de este acontecimiento. Tras conocerse su muerte, la Cámara completó un minuto de silencio, tras el cual se oyeron gritos que increpaban a la izquierda, tildados de asesinos por la derecha, y de la izquierda, que respondía insultando a la derecha. Todo un circo.

Ajena a todo eso, Eluana, que ya había pasado a un mundo en el que no tuviese que depender de las máquinas, y su intimidad y su dignidad volviesen a relucir todo lo que en estos 17 años no había acostumbrado. Tal vez quisiese dar una final lección; explicar que cada uno tiene libertad sobre su cuerpo, y la decisión era suya y nada más que suya, o en todo caso de su familia, que sufría viéndola en esa situación. Pues, si no tenemos libertad ni sobre nuestra digna muerte, ¿sobre qué podemos asegurar que sí?

Publicado en Opinar.net

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