Luis Ramiro repasó en la sala Galileo Galilei de la capital muchos de sus temas menos conocidos en la noche del 30 de marzo. Esta vez acudía más solo que la última vez que le vi en Joy Eslava, donde compartió directo con Marwan y una larga lista de ilustres invitados. La idea de este concierto era hacer un semi-acústico, en el que mezclaría algunas de las canciones menos conocidas del repertorio junto a las más escuchadas, acompañado de la banda, compuesta por cuatro músicos.
Como si estuviese en casa. Con una apariencia de tranquilidad absoluta. Un sofá en el escenario, sobre el que se intuían en la oscuridad un par de vinilos, entre ellos el Yellow Submarine, y sobre el que descansaba plácidamente un muñeco de Woody, el vaquero de Toy Story. Dos guitarras acústicas, una eléctrica, un teclado y una batería. Aderezado con unas cuantas velas –me recordaron un momento el mítico Unplugged de Nirvana- y el inconfundible cartel con el nombre de la sala en color rosa, Luis Ramiro se presentó en el escenario sobre las 10 de la noche.
Mañana nos casamos en Las Vegas comenzó a sonar nada más subir al escenario para dar paso después a muchas de las canciones que normalmente se dejan ver menos en sus directos, como KO Boy, La sirena, Dos coplas… Lo mejor de los conciertos de este artista es que nunca hay dos iguales. El cantautor trata de no avasallar al público con una sucesión de canciones sin más, y dialoga con la gente, hace juegos entre canción y canción y de vez en cuando cuenta alguna historia o anécdota que ameniza mucho la velada, haciéndola mucho más divertida. El ambiente que se genera en este tipo de salas más recogidas ayuda mucho a este juego.
Enseguida llegó Romper, el primer single de Dramas y caballeros, que se ha convertido en todo un himno para este artista. Y tras él, intercaladas con las canciones menos habituales, las de los discos, aunque se hicieron esperar: Mayo del 2002, Perfecta, Relocos y recuerdos, Te quiero te odio o Globos de chicle, que sonó mucho más a canción de estudio esta vez. Entonces tocaba presentar cuatro canciones nuevas al público, además, de las que me quedo con Casualidad.
La hora iba apretando y el directo empezaba a tocar fin, pero aún quedaban las grandes de su último disco. Sonó El reloj, que dentro de poco se convertirá en el segundo sencillo y será presentado su videoclip. Relocos y recuerdos, mucho más acústica que de costumbre, con un aire muy peculiar. El show tocó fin con La distancia en la que el artista pidió al público, entre flashes, que se pusiese en pie por ser la última de la noche.
Buen concierto del que disfrutó Galileo y Woody, sentado en el sofá del fondo junto al Yellow Submarine de los Beatles. Un gran guiño del cantautor de las botas de cowboy en una noche de pre-semana santa madrileña.
Publicado en La Huella Digital