sábado, 31 de julio de 2010

Cartas a Sandra

Cartas a Sandra. Vergílio Ferreira. Acantilado. 104 páginas. 14 €.

La saudade describe un sentimiento de melancolía importante y de nostalgia de la alegría ya ausente. En nuestro país vecino se utiliza para evocar amores perdidos o tiempos mejores. En si mismo el término no expresa nada concreto, pero su significado es una conjunción de amor, soledad, necesidad, distancia, vacío y pérdida. Todo lo que alguna vez se tuvo y ya no, vuelve a la memoria de la persona para así volver a disfrutar de una variante de alegría ausente que nos devuelve a la vida.

Podría decirse que en la novela, esta correspondencia, de única dirección, con Sandra, constituye un ejemplo clarísimo de la evidencia del término. El poeta Paulo escribe devotamente a la mujer que un día compartió vida y alcoba con él, y que ahora ya no está. La melancolía y el paso del tiempo reinan de principio a fin en esta obra de Vergílio Ferreira.

Todas las cartas de esta obra son publicadas tras la muerte del escritor que las redacta, después de que un amigo y su hija se decidan a la publicación por su alto valor literario y sobre todo sentimental. Todo esto es explicado perfectamente por un prólogo de la propia hija del ficticio escritor, Xana, de la que, a menudo, habla en sus cartas a su madre.

Ya desde la introducción de esta, Vergílio Ferreira muestra una increíble sensibilidad, ya que mediante sus palabras, Xana se muestra muy melancólica e incluso, a veces, arrepentida de la relación que ha mantenido siempre con sus padres. Todos los sentimientos que deja asomar en sus palabras quedan fuertemente eclipsados por una emotividad delicada y muy fiel a la línea que posteriormente seguirán las cartas de Paulo a Sandra.

Estas cartas intentan hablar de amor sin caer en los tópicos. Sin que el amor sea necesariamente cursi. El escritor intenta demostrarse a sí mismo que la visión de Pessoa sobre el amor no es cierta y que sí se puede escribir de amor sin caer en ese registro adolescente y simplón. Y lo hace con unas palabras muy comedidas y aparentemente estudiadas en la mente del escritor que da sentimiento a las misivas, aunque a pesar de sus intentos, muchas veces las emociones desbordan a la razón.

Ejemplos de esta situación son la carta en la que Paulo recuerda a Sandra la noche en la que la hija de ambos cumplía dieciocho años y se marchó de casa, casi sin avisar, y cómo ellos dos se quedaron solos, el uno con el otro, pues no tenían otra cosa, y celebraron triste y silenciosamente aquel aniversario de su pequeña. O como, a pesar del paso del tiempo, y de considerarla ya profundamente muerta en su memoria, aún sigue recordando su rostro joven, sobre el rostro más mayor y curtido que se encontró cuando se cruzó varias veces con ella posteriormente a su partida.

La última carta de Paulo está incompleta. A su muerte, Xana se la encontró inacabada, junto a las demás, manuscritas por el propio escritor, y posteriormente, como también expone en el prefacio a la obra, decidió que tenía que publicarla porque daba sentido al resto de la correspondencia.

Cartas a Sandra es una evocación de la ausencia, una canción nostálgica que recuerda a la amada ya ausente. Tan ausente que como el propio Paulo reconoce está mucho más viva desde el momento en el que está muerta. Las palabras dibujan un presente en el que el escritor necesita recordar para sobrevivir, con la pérdida consolidada de la amada y la ausencia casi permanente de su hija.

Una obra en la que Vergílio Ferreira se eleva como gran escritor portugués y demuestra que sobre la pasión no se puede escribir racionalmente. Una novela que constituye quizá la línea entre la ficción y lo real, ya que de principio a fin, Cartas a Sandra es novela, pero perfectamente podría ser realidad. En una única frase: todo un fado de saudade, con una delicadeza sin límites.

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jueves, 29 de julio de 2010

Por los tiempos de Manhattan

Con motivo de PhotoEspaña 2010, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía acoge la exposición colectiva Manhattan, uso mixto. Fotografía y otras prácticas artísticas desde 1970 al presente. Pese al nombre tan largo, se puede decir que la exposición consta de alrededor de cuatrocientas fotografías aderezadas con algunas pequeñas proyecciones y videos.

El conjunto de las fotos está considerado como una muestra de mucha altura. No defraudará al que vaya a ver la exposición y pague los tres euros (si eres estudiante la entrada es gratis y da derecho a ver todo el resto del museo), aunque creo que tampoco saldrá demasiado entusiasmado de la exposición, en cuanto a la belleza de ésta, pero sí, en cambio, a su valor documental. Fotografías, algunas que dicen mucho y otras que no aportan absolutamente nada, pero que muestran, sin duda, el tiempo.

Con una organización un poco caótica, quizá mejorable, los pasillos del Reina Sofía acogen series de aquí y de allá, sin aparentemente orden lógico, ni cronológico, ni por autor, ni temática. Se podría decir que Manhattan se convierte en el edificio Sabatini del Reina Sofía en un conjunto de pasillos que se entrelazan de manera similar a los transbordos de metro, plagados de fotogramas.

Existen series colectivas verdaderamente impactantes y originales, fruto del trabajo de multitud de autores, que retrataron el cambio que sufrió la ciudad desde los años setenta, con el aprovechamiento de las naves industriales por parte tanto de artistas como de los encargados de diversas actividades muy lejos del arte, hasta la actualidad más cercana.

La muestra recoge muchas imágenes que muestran un Manhattan cargado de melancolía y calles vacías, como delatan las fotografías de Peter Hujar o, sobre todo, las de Catherine Opie, fantásticas. También me parecieron de lo más destacable las series de Barbara Probst y Robert Longo en las que se pueden ver varias personas sobre una azotea y al fondo el skyline neoyorquino y en actitud artística. Ese es el aprovechamiento de la ciudad del que hablábamos anteriormente.

También se dota de series extravagantes esta exposición. Así lo documenta la serie que Emily Roysdon tomó en los muelles abandonados en la orilla del río Hudson, por ejemplo, en la que aparecen parejas, heterosexuales y homosexuales, practicando sexo, entre muchas otras actividades que no nos serán para nada indiferentes. Un tipo de trabajo que se acerca más a lo fotoperiodístico que al arte.

No sería mi impresión la misma si me hubiese ido sin pasar por la última sala. Se hubiese quedado la muestra un poco huérfana en cuanto a lo artístico. En ella se muestran fotografías de una serie de Jennifer Bolande. La artista recorrió las calles de la ciudad fotografiando bolas del mundo en los alfeizares de la ventana. Posiblemente esta serie sea una de las que menos valor documental tenga, pero a mí fue una de las que más me gustó y me pareció eternamente tierna. Muy evocadora de la infancia, en la que cualquiera ha jugado alguna vez con algún globo terráqueo de estas características.

Manhattan, uso mixto es, más que una exposición fotográfica, una muestra del paso del tiempo a través de las modificaciones a las que se ve sometida la ciudad. Una muestra colectiva muy acertada, teniendo en cuenta el tema central de PhotoEspaña: el propio paso del tiempo.

En definitiva, una exposición interesante sobre Manhattan, de la que merece la pena aprovechar su paso por Madrid, aunque sigo pensando que para conocer mejor Manhattan y Nueva York mediante el arte es necesario ver a Woody Allen. La exposición se podrá ver en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía hasta el 27 de septiembre.

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miércoles, 14 de julio de 2010

Las tres orillas de Mordzinski

Una exposición para amantes de la literatura. Creo que esa sería la frase con la que resumiría la muestra que expone el Instituto Francés de Madrid (Marqués de la Ensenada, 12), dentro del marco de PhotoEspaña 2010, hasta el próximo día 23 de julio.

Yo, como amante de la literatura, aviso de que antes de ponerme a escribir, incluso antes de visitar la sala de exposiciones, situada en la embajada francesa, adolezco de cierta imparcialidad. Me confieso seguidor del trabajo de este fotógrafo argentino afincado desde 1980 en París.

Las tres orillas recoge alrededor de 150 retratos de grandes escritores y personalidades del mundo contemporáneo de las letras. Su carrera le ha llevado a erigirse como “el fotógrafo de los escritores”, y parece complicado quitarle esa etiqueta. Todo empezó en 1978, con una azarosa fotografía en la que el genio argentino Jorge Luis Borges aparece en Buenos Aires interceptado vagamente por el dedo de una persona, que parece señalar a algún tipo de infinito por encima de la mente del escritor.

Al principio la fotografía no revistió especial importancia para el fotógrafo, que por entonces no sabía, ni siquiera imaginaba que iba a terminar construyendo aquel abanico de escritores, esa colección de mariposas, como le gusta llamarla, según confiesa en anteriores entrevistas.

Aunque la totalidad de su obra no comenzó con la literatura y los escritores, siempre tuvo algo que ver con ella. Al poco de llegar a París, le pidieron una exposición de sus fotografías, que tenían como tema central a los mendigos que se colocaban delante de las puertas de los restaurantes. Entonces, con cierto descaro, no dudo un instante en llamar a la persona que él consideraba que le había hecho llegar, de alguna manera, a París: Julio Cortázar, mediante su obra.

Y allí estaba el escritor, en la exposición de un desconocido fotógrafo que le había dejado un mensaje en el contestador. A partir de entonces, su carrera fotográfica se puede decir que ha estado marcada, de inicio a fin, por los escritores y la literatura. Y eso es, precisamente, lo que se expone en esta muestra del Instituto Francés.

De las paredes de la galería cuelgan retratos de grandes personalidades de las letras patrias, Ana María Matute, con su pelo cándido y canoso, o el recientemente fallecido Miguel Delibes, con un propio retrato suyo a la espalda, en una clara interpretación del paso del tiempo. La mirada penetrante de un oscuro Camilo José Cela, que cala hondo desde el marco inerte, o la mirada también, esta vez algo nostálgica de Vázquez Montalbán que, junto a su perro, atisba el horizonte por la ventana.

También dedica el platense un espacio a los escritores españoles más contemporáneos, véase tanto Juan José Millas o Javier Marías, como Almudena Grandes y García Montero en un retrato conjunto; José Manuel Fajardo Fajardo, Julio Llamazares y Rosa Montero en una bonita foto grupal, o Juan Cruz, que visita al cronopio de la tumba de Cortázar y Carol Dunlop.

Enrique Vila-Matas posa en actitud de pseudo-héroe con varios retratos en las cartucheras, mientras Carlos Salem aparece con un tatuaje de un ancla y su clásico pañuelo en la cabeza. Pero no son los únicos, la lista no acaba: Andrés Neuman, Muñoz Molina, Javier Cercas… y una larga lista de grandes firmas de nuestra literatura que pasan por el objetivo de Mordzinski.

No se olvida éste de los más cercanos, lingüísticamente hablando, y el apartado latinoamericano es bastante notable también. Como una de sus orillas, quizá la más productiva, su objetivo da buena cuenta de grandes nombres de todos los tiempos en cuanto a la literatura latina, como el ya citado Borges, un pensativo Vargas Llosa, Julio Cortázar, o Gabriel García Márquez, en la que para mí es la foto con mejor composición de toda la muestra, junto al retrato de Santiago Gamboa.

Octavio Paz se muestra serio, mientras que Mario Benedetti figura detrás de un niño que le roba algo de protagonismo en la instantánea, tal vez queriendo jugar a despistar con el eterno niño que siempre quiso ser. Otro poeta, como Juan Gelman mira fríamente a la cámara, llegando incluso a dar impresión de amenazarla, en contraposición a la mirada melancólica y algo triste de Ernesto Sabato.

Más recientemente, temporalmente hablando, aparecen el malogrado Roberto Bolaño, Juan Gabriel Vásquez, Karla Suárez, Luis Sepúlveda, Reina María Rodríguez, Álvaro Mutis, entre otros.

Y por último, la tercera orilla, que se erige en la novedad desde su última exposición en la capital. Esa tercera oleada que está compuesta por los retratos de escritores internacionales, de lenguas distintas al castellano. En ella destacan desde Levi Strauss hasta Amelie Nothomb, en un ambiente muy lúgubre, pasando por grandes nombres de la literatura universal como el afgano Atiq Rahimi, o el crítico Frederic Beigbeder, en otra preciosa imagen junto a su gato.

Nombrar todos los escritores que aparecen retratados por Daniel Mordzinski sería una tarea prácticamente imposible. Es mucho mejor acudir, si disponen de la oportunidad, a la sala de exposiciones de la embajada francesa y disfrutar de la muestra. Eso si, no esperen encontrarse con retratos convencionales, porque si algo diferencia los retratos del argentino es su personalidad propia, capaz de extraer una parte del alma del retratado, que disfruta y juega delante del objetivo, o que se muestra de una manera natural frente a él.

Las tres orillas de Daniel Mordzinski permanecerá en la galería del Instituto Francés de Madrid (Marqués de la Ensenada, 10) hasta el 23 de julio. El horario de visitas es de lunes a viernes de 10:30 a 20 horas. La entrada es libre.

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martes, 13 de julio de 2010

Las rosas

Las rosas. Eça de Queirós. Acantilado. 56 páginas. 10 €.

Las rosas fue publicada por la Gazeta de Noticias de Río de Janeiro en 1893, los días 11, 12, 14, 16 y 18 de junio. En sus páginas, el gran escritor luso describe una pequeña historia de la flor y toda su simbología desde el periodo clásico hasta la era contemporánea, en la que, pese a haber perdido cierta identidad, esta flor sigue atesorando multitud de connotaciones positivas y simbologías ocultas.

Eça de Queirós se destapa en estas páginas como el gran periodista que fue, aunque a él le costase reconocer que ejercía dicha profesión, como muestran sus propias palabras. “Soy, a mi manera, y de muy imperfecto modo, una especie de periodista”, decía el propio escritor. Pero lo cierto es que empezó su andadura en las letras escribiendo para un periódico y culminó de la misma manera. Además, a lo largo de su carrera literaria, una extensa lista de sus publicaciones se compone de series y recopilaciones de artículos periodísticos.

En Las rosas, Eça se refiere a las rosas como un importante elemento divino en la mitología griega, en la que describe con minucioso detalle algunos vergeles repletos de ella. Narra también como, poco a poco, incluso divinidades que al principio se mostraban reacias ante los encantos de la flor, acabaron sucumbiendo ante su belleza. Muy destacable la bonita historia que narra el luso de cómo se tiñó la rosa de color rojo, gracias a Venus, ya que originariamente su tonalidad era blanca. Anécdotas de dioses y héroes que resultan verdaderamente bellas.

No obstante, uno de los elementos en los que más énfasis pone el autor portugués es en la relación de altibajos con la Iglesia católica, que mostraba cierto recelo a la flor, por su pasado pagano. Y de cómo, el paso del tiempo hizo de un elemento claramente pagano, algo perfectamente introducido dentro de las tradiciones católicas, como por ejemplo los sepelios.

Además, Eça de Queirós añade a su extenso reportaje un punto muy importante: la conversión de la rosa en un elemento claramente político, primero asociado a la nobleza y clases más altas, y después tomada como símbolo popular del socialismo. En definitiva, la rosa ha conseguido rendir a todos ante su belleza; en palabras del propio autor, esta flor “embellece el amor y consuela la muerte. Con ella se coronan los que triunfan en la guerra y los que triunfan en el arte.”.

Existen artículos periodísticos que merecen entrar en la historia del periodismo, e incluso convertirse sigilosamente en novelas cortas, dignas de lectura por cualquier periodista o amante de las letras. Creo que Las rosas es una de estas obras. Sus cincuenta páginas se presentan como la historia de una flor “que ha sido sucesivamente helénica, pagana, imperial, feudal, católica y mística”.

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martes, 6 de julio de 2010

Ligeramente desenfocado

LIGERAMENTE DESENFOCADO - 1

¿Por qué ese título?, retumba en mi cabeza alguna voz que me pregunta. Porque creo que el título que se utilizó para las memorias del fotógrafo Robert Capa es idóneo para resumir la vida de un fotógrafo.

Ligeramente desenfocado, sin más.

Cómo las fotografías del desembarco del propio Capa. Con un ligero desenfoque que, en cambio, no desmerecen para nada la imagen, ya que en ellas no es lo artístico lo que más importa, sino lo documental. Creo que por eso eligió ese título. Porque además de esa característica, la fotografía tiene ese punto de desenfoque que supone a veces un pequeño riesgo.

¿No lo habéis sentido así nunca? Tienes en mente una fotografía desde hace tiempo, tienes todo el equipo preparado, la composición medida, la exposición calculada y todo el orden de cosas pendiente de cómo tú habías planeado ese momento. Sólo falta el último clic y el descender del espejo y apertura y cierre del obturador, en milésimas de segundo, que por un instante se convierten en lo más importante.

Por fin, realizas la fotografía que llevabas tiempo esperando, pero cuando llegas a casa y la descargas en el ordenador (también podría decir que la revelas, aunque esto ya –tristemente- no se lleva), ¡sorpresa!, está ligeramente desenfocada. Se la enseñas a alguien que está cerca de ti en ese momento, para tener algo en qué apoyar tu visión, pero no ve nada extraño. Para él o ella está perfectamente enfocada. El desenfoque es tan ligero que sólo el fotógrafo lo percibe y ya no le gusta tanto esa imagen tan esperada.

Es una cualidad única del ojo fotográfico, el desenfoque. En ocasiones puede resultar una ventaja. Tu mirada se puede centrar en algo que, a ojos de una mirada, llamémosle normal, no se percibe. Y eso puede dar lugar a visiones muy originales de algo muy cotidiano. Pero el problema viene en estos casos, cuando el ojo fotográfico se fija en pequeños detalles técnicos de la instantánea: una esquina en la que una sombra afea la composición, una pequeña rama encima del motivo, o un ligero desenfoque en el motivo central.

Así es la vida. Si algún fotógrafo lee estas líneas, estoy seguro de que entenderá esta curiosidad, e incluso, a lo mejor se siente identificado con ellas. O igual es sólo cosa de algunos, pero creo que la existencia de un fotógrafo se resume en estas dos palabras. Ligeramente desenfocado.

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lunes, 5 de julio de 2010

Primavera de café


Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas. Joseph Roth. Acantilado. Rústica cosida, 13 x 21 cm. 248 páginas. 20 €.

No es una novela al uso; es más, Primavera de café es un conjunto de relatos recopilados por Helmut Peschina. Cada relato constituye un islote que nada tiene que ver con el siguiente, sin embargo el global de la obra sí recoge un retrato a grandes rasgos, aunque también en los detalles más inapreciables, de la Viena que le tocó vivir -o sobrevivir- a Joseph Roth. Por esta razón creo que es acertado incluirla como una suerte de novela de capítulos inconexos.

En Primavera de café, Roth traza una Viena convulsa, una ciudad de entreguerras en la que los perdedores de la primera guerra mundial se reúnen en cafés, en las calles, en los parques... Una urbe en la que deambulan artistas, porteros y antiguos capitanes del ejército. La Viena de los cafés, en la que da la impresión de que en cualquier esquina Roth nos va a contar como se ha encontrado de frente con el Café Gluck y con el librero Mendel, siempre inmerso en algún manuscrito.

Una ciudad de la que dice en la primera página: "Mirando a estas terrazas abandonadas de la mano de Dios, a uno le viene casi involuntariamente a la memoria la comparación con unos sueños de paz jamás cumplidos, unas expectativas pasadas por agua y una situación internacional resfriada.".

Los antiguos teatros imperiales, un callejón en el que el escritor y periodista encuentra una vivienda que le entusiasma, el parque de Schönbrunn, conversaciones con los que él denomina "los hijos de la calle", que son, al fin y al cabo, los verdaderos vieneses, o una señora que acaba de cumplir cien años y "vive, naturalmente, en la calle que lleva a la eternidad", son el telón de fondo sobre el que Roth perfila sus palabras en esta primavera.

Una época difícil la que narra, aunque para ello no descarte dar algunas pinceladas de alto lirismo a muchos de sus párrafos. En Primavera de café se recogen los artículos más brillantes y reveladores de uno de los mejores escritores de entreguerras -junto a Kafka, Zweig o Robert Musil-, casi todos publicados en el diario Der Neue Tag y firmados con el pseudónimo de Josephus. En ellos trata temas tan controvertidos como el mercado de la especulación y el estraperlo, la caída de los precios o las cartillas de racionamiento austriacas. Y lo hace con un lenguaje, como ya dije anteriormente, no exento de lírica e, incluso, de dosis importantes de humor.

Este conjunto de relatos revela un Roth crítico con la sociedad, con el sistema y las instituciones que sostienen sus cimientos e, incluso con los grandes mandatarios mundiales de su época. No obstante, siempre construye una fachada crítica excelsa y desde la más profunda coherencia como ciudadano. La ironía y los juegos de palabras, con apellidos, calles, plazas... son muy habituales en cada uno de sus textos.

En definitiva, Joseph Roth nos regala en cada una de sus composiciones un capítulo, que junto al resto conforma la más grande novela de la Viena de entreguerras.

Publicado en Otro Lunes

jueves, 1 de julio de 2010

La mirada tierna de Adriana Lestido

Envuelta en el marco de PhotoEspaña, la Casa de América de Madrid acoge una de las exposiciones que más me han gustado en los últimos años. Amores difíciles, de Adriana Lestido, es una exposición que recoge la viveza y el paso del tiempo, y que ayuda a comprender los distintos tipos de amor que nos tocan a lo largo de la vida.

En el mejor marco posible, la recogida y coqueta sala de exposiciones de Casa de América, la fotografía de Lestido nos transporta a varias situaciones de la vida de varias mujeres con alrededor de 160 instantáneas en blanco y negro.

Desde las fotografías tomadas en un hospital infanto-juvenil, entre el año 1986 a 1989, hasta los últimos experimentos fotográficos de la argentina, en Villa Gesell, una ciudad de la costa argentina, en el año 2005; la artista hace pasar su objetivo por todas las relaciones de amor posibles, con fotografías que, en palabras de la propia autora, tratan de mostrar la dificultad de amar.

Con un marcado acento fotoperiodístico, que se ha ido apagando conforme al paso de los años, para dar paso a la vena más artística; los inicios de Adriana Lestido dejan entrever una fotografía más comprometida y más social, véase la preciosa imagen de una madre manifestándose y gritando con su niña en brazos o la propia serie sobre el hospital infanto-juvenil, que muestra cómo transcurre la infancia dentro de un centro de salud.

Si analizamos por partes la exposición, Madres adolescentes trata de dar voz a esas madres jóvenes que sacaron adelante a sus pequeños en tiempos difíciles con muy pocos recursos y con la soledad y el miedo a flor de piel. Mujeres presas, la parte más impactante de la exposición, narra fotográficamente la vida y las sensaciones de las mujeres que convivían en las cárceles, donde también vivían madres con sus hijos, que se convierten un poco en los hijos de todas las mujeres presas.

El trabajo de Lestido en Madres e hijas es el más intimista de la fotógrafa. Para llevarlo a cabo, convivió durante tres años con cuatro madres y sus cuatro hijas, y retrató muchos de los momentos más íntimos en la relación materno-filial que se da entre estas mujeres. El resultado de esta labor es una serie de fotografías que conmueven y calan hondo en la mente del lector, que puede incluso evocar muchas situaciones que se hayan dado a lo largo de su vida junto a su madre.

Por último, la exposición recoge una de las últimas series que ha realizado Lestido. El amor recoge imágenes que parten de la propia experiencia personal de la autora y que se acercan más al ámbito artístico que cualquier fotografía de las otras secciones. Cabe destacar una de las imágenes que ilustran la publicidad de esta exposición por toda la ciudad en paradas de autobús y letreros publicitarios: La salsera, de la que pocas explicaciones caben. Simplemente su visión es suficiente.

Durante toda la exposición, las instantáneas, perfectamente presentadas visualmente, se dotan de una ternura especial y dejan claro que la fotógrafa consiguió reflejar, sin duda alguna, las relaciones de amor, en todos los ámbitos en los que se propuso hacerlo.

En el año en que PhotoEspaña ha querido dar importancia al paso del tiempo, la exposición Amores difíciles es un perfecto ejemplo de cómo nacemos, y desde ese momento, nos empezamos a preparar para la separación de nuestra madre, y viceversa. La ternura y la experiencia de Lestido plasmadas en sus películas. Una manera de hacer fotografía de una mujer para la que, según sus propias palabras, “fotografiar es quitarse oscuridad de encima”.

Amores difíciles. Adriana Lestido. En Casa de América hasta el 29 de agosto de 2010. Exposición perteneciente a PhotoEspaña 2010.

Publicado en Culturamas