Todo
el mundo busca a alguien en ese lugar tan impersonal que es el subway. La primera novela de la prosista
mexicana Valeria Luiselli transcurre
haciendo honor a su nombre, en espacios ausentes de gravidez en los que unos
personajes ávidos de rozarse unos con otros se entrecruzan buscando el
encuentro definitivo.
Existen
novelas que se pueden leer de diferentes formas, tal vez cada persona las
lea según su estado de ánimo. Es lo que solemos denominar como novelas o
textos fragmentarios, en los que las páginas se suceden sin orden aparente y
los personajes van construyendo realidades que bien se podrían comenzar a
edificar por el tejado. Así es Los
ingrávidos, una novela compuesta por fragmentos de extensiones dispares que
se juntan y se distancian al igual que sus personajes.
“¿De qué es tu libro, mamá? Es una
novela de fantasmas”. El hijo de la
narradora principal es quien pregunta, la mamá responde. Y así es. Si nos
ceñimos a la explicación de la narradora, es una novela de fantasmas y reflejos.
Dos voces componen la historia.
La
narradora, que relata su juventud como editora en Nueva York entremezclada con
su vida sin vínculos afectivos del presente, en la que sólo trata de escribir
su novela lidiando con las dificultades del día a día. La segunda voz es la del
poeta centroamericano Gilberto Owen, del que Valeria Luiselli rescata sus años
en la gran manzana, a través de su
propia narración.
La
joven editora encuentra una carta del poeta en la que descubre que vivía muy
cerca de la casa en la que ella reside. A partir de entonces investigará y
creará notas sin parar sobre el poeta que fabulaba nuevos grupos literarios
junto a Lorca y Louis Zukofsky. La voz de Gilberto Owen hará las funciones de
hilo que une las dos historias, que por momentos se tornan paralelas.
La
historia del pasado y el presente se liga y se acentúa cada vez que los
personajes descienden al metro –el subway-,
el hilo conductor que desgrana y vigoriza el pretérito. La joven lee, apoyada
en el cristal, cuando de repente se percata que hay un vagón que circula en
paralelo al suyo a la misma velocidad. El cristal le devuelve un reflejo de si
misma que poco a poco se convertirá en la persona que la mira desde el otro
vagón. A su vez, el poeta Owen observa
siempre a la misma chica que lee apoyada en el cristal y, que, en un momento
dado, se detiene a observarle un instante.
Sus
vidas –o sus muertes- circulan en paralelo durante toda la historia, como si
ambos fuesen personajes de la narración del otro, que sólo son capaces de
encontrarse en ese purgatorio temporal que supone la red de metro, donde los
fantasmas de otras vidas se deslizan junto a los presentes.
La
estructura fragmentaria, así como el estilo oscuro de Luiselli, rememoran desde
una prudente barrera la hipertextualidad
de Julio Cortázar y su obra maestra Rayuela.
La novela de la mexicana guarda tantos matices que no debe asustarnos la idea
de llevar a cabo una relectura: seguro que en ella obtenemos datos que
inicialmente habíamos desestimado o pasado por alto.
Valeria
Luiselli se ha erigido como una de las voces más laureadas de la nueva
narrativa mexicana. Su literatura supone un soplo de aire fresco para la
cultura del país centroamericano, que celebra su primera novela con grandes
elogios de la crítica. Pocos escritores que no sobrepasen la treintena
consiguen hitos semejantes hoy en día. Sin duda, Los ingrávidos es merecedora de todas las buenas palabras que haya
cosechado.
Publicado en La Huella Digital
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