Cortázar y los libros. Jesús Marchamalo. Fórcola Ediciones, 2011. 112 páginas. 12’50 €.
Pese a mi amor declarado varias veces por el universo cortazariano, no tenía conocimiento de que la extensa biblioteca del vampiro descansaba –pues los libros del escritor eran sometidos a una gran actividad- en la Fundación Juan March de Madrid. Aprovecho una línea para avergonzarme públicamente de ello y, a la vez, agradecer a Jesús Marchamalo el descubrimiento y las próximas visitas que, intuyo, realizaré este invierno allí.
Siempre he pensado que por debajo de un buen escritor hay un lector todavía más notable. No es concebible la Literatura de una sola dirección. En esta pequeña obra, sólo en cuanto a extensión, Marchamalo nos sumerge entre los estantes de la biblioteca que el escritor tenía en París y que Aurora Bernárdez donó a la Fundación tras su fallecimiento.
Dice Jesús Marchamalo que los libros definen absolutamente a la persona que los posee y los lee. Me permito añadir que la forma en que los leemos y tratamos también nos retrata. De esta manera el autor nos va creando un busto figurado del escritor platense a través de los libros. Sorprende la cantidad de anotaciones, digresiones y correcciones que el autor de Rayuela dejó entre las páginas que leía.
No se arrugaba el argentino a la hora de corregir y reprender a sus compañeros de pluma o editores. “Che, Otero Silva, qué manera de corregir el manuscrito, carajo!”, espeta a Miguel Otero Silva, encargado de la edición de Confieso que he vivido, las memorias de su gran amigo Neruda, después de corregir docenas de erratas. No soportaba la mala edición, era un maniático de la corrección ortográfica y la limpieza tipográfica, como nos cuenta Marchamalo.
Julio establece una conversación con cada autor al que lee. Los márgenes se llenan de contestaciones y frases en las que muestra su desacuerdo o comparte la escritura. “A Baudelaire que lo pise un carro, ¿no?”, recrimina a Ezra Pound cuando éste olvida citarlo en su obra.
Pero en Cortázar y los libros se intuye también al Julio más divertido, por ejemplo cuando dibuja un bigote al Drácula de Stoker en la portada. Y también al más tierno, con una dedicatoria para su abuela en la que firma como Cocó, como acostumbraba a llamarle cariñosamente. Es un pequeño homenaje a la vieja. Ese señor corpulento y adorable que algunos dicen que era se deja ver sobre todo en las dedicatorias que le escriben en los libros.
La biblioteca del autor está repleta de obras firmadas. Dedicatorias de sus tres grandes amigos: Neruda, una de ellas empapada, Octavio Paz y Carlos Fuentes, del que cuenta una graciosa anécdota. Varias de las figuras más importantes de la Literatura desfilan entre sus estantes: Lezama Lima, Rafael Alberti, Gabriel García Márquez o María Zambrano, entre otros.
Sin embargo, se atisba el lado más humano sobre todo en las dedicatorias que le escribe la malograda poeta Alejandra Pizarnik. La escritura delicada y sencilla de Marchamalo nos transporta al salón en el que aquel gigante bueno podría haber leído las dulces y atormentadas dedicatorias de su amada Alejandra. “Con la promesa de portarme mejor”, escribe a Julio y Aurora, que velaron siempre por su prosperidad.
Una obrita imprescindible para todos aquellos amantes de la Literatura y sobre todo para los cortazarianos. Gran acierto el acompañamiento del autor de un amplio número de fotografías a las anotaciones, dedicatorias y demás misceláneas. Jesús Marchamalo ha concluido lo que pronto podría convertirse en una obra de culto entre los adoradores de Julio Denis. Sólo nos queda darle las gracias.
Publicado en Otro Lunes
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