2012 ha sido su año. Tras escribir las novelas Lección de vuelo (ganadora del Premio Opera Prima Nuevos Ganadores en 2004), y Esto no es una pipa (Premio Salvador García Aguilar en 2009), Mondadori ha publicado su tercera novela, Un buen chico, que en menos de un año se ha convertido en un éxito notable, entrando en las listas de mejores novelas del año.
En ella, Javier Gutiérrez habla de la nostalgia, el pasado y la memoria en un barrio de Malasaña muy reconocible que, como el mismo dice, “ha perdido su aire mítico y underground”. Para ello se sirve de una visión intimista y de una técnica narrativa muy particular, que dejan huella en el lector.
Tras la brecha del cambio de año, Un buen chico está situada por muchos críticos como una de las mejores novelas de 2012. ¿Te ha sorprendido o cuando la terminaste ya intuías que podía llegar alto?
Es extraño. Cuando se iba acercando el momento de la publicación, recuerdo que estaba firmemente convencido de que la novela iba a pasar inadvertida para los medios culturales, que sólo sería reseñada en publicaciones independientes dirigidas a un público joven. Sin embargo, la acogida ha sido muy buena tanto por los medios de comunicación general como por las publicaciones especializadas. Y digo que es extraño porque salvo en ese momento inmediatamente anterior a la publicación, siempre estuve muy seguro del valor de la novela. Cuando acabé de escribirla, incluso antes de terminarla, ya era consciente de que estaba ante algo distinto, algo mejor de lo que había escrito hasta entonces. Hubo un momento, antes de que se la diera a leer a nadie, en que la única persona que sabía que la novela merecía la pena era yo mismo y fue una sensación emocionante y sorprendente a la vez, incluso fue mejor que el hecho de publicar en una gran editorial, mejor que recibir críticas positivas, fue mejor que tener el ejemplar por primera vez en la mano. Lo mejor fue tener esa certeza interior de haber escrito algo bueno y que nadie lo supiera.
En algunas reseñas sobre la obra se puede leer que es una novela videoclip por su estructura de flashes y ritmo rápido. ¿Cómo ha sido escribir con esa técnica? ¿Te ha permitido cosas que otro estilo no habría podido?
La estructura de la novela es fundamental en la narración. Generalmente cuando un escritor marca tanto su estilo suele resultar una limitación al desarrollo de la historia más que una ventaja. Sin embargo, lo que buscaba con esta técnica de las conversaciones cruzadas (inspirada en Faulkner y en Conversación en la Catedral de Vargas Llosa) era conseguir un efecto casi hipnótico en el lector. Hay un uso instrumental del estilo, se trata por un lado de mantener al lector pegado a la historia y, por otro, de desarrollar varios niveles de la trama de una forma simultánea.
Malasaña aparece en tu novela casi como un personaje principal. ¿Crees que perdería fuerza la historia si el escenario fuese otro con menos leyenda?
Al contrario, Malasaña es una marca bastante desgastada hoy por hoy. Ha perdido su aire mítico y underground. Hay una percepción general de que Malasaña es un parque temático para treintañeros modernos, que ha perdido su esencia y se ha trivializado. Y en parte, utilicé esa percepción general para dirigirla hacia Polo y su generación. No era Malasaña la que había perdido algo esencial desde los noventa a aquí, éramos nosotros, la generación de Polo, los que lo habíamos hecho. Y aun así esa Malasaña casi mitológica de los noventa que presenta el libro seguramente nunca existió. Es más bien un espacio emocional propio, mi propia deformación de la realidad provocada por cierto tipo de nostalgia.
La historia de Un buen chico se equipara en muchas intervenciones con Historias del Kronen de José Ángel Mañas. ¿Es difícil crear una historia totalmente novedosa? ¿Consideras la literatura como un proceso cíclico?
Es imposible crear algo totalmente nuevo, inevitablemente siempre se parte de un acervo cultural propio. Y aunque alguien lo consiguiera, el receptor no podría evitar conectarlo con otras referencias. Es el ejemplo de Mañas que citas. Historias del Kronen estaba muy lejos de mis influencias cuando escribí la novela y, sin embargo, por razones circunstanciales Un buen chico se ha asociado mayoritariamente a la novela de Mañas. Son los lectores los que encuentran una conexión que yo puedo asegurar que nunca hubo o, si la hubo, fue inconsciente.
Escribes: “Nada tolera diez años de olvido. Nada resiste, te dices, el paso del tiempo.” ¿Qué papel juega la memoria en la literatura? ¿Es selectiva por naturaleza o somos nosotros los que fabricamos los recuerdos según nos conviene?
La memoria es selectiva y embaucadora pero su funcionamiento no es caprichoso. El modo en el que el cerebro interpreta la realidad es extremadamente lógico y lineal, metódico. Sigue patrones casi matemáticos a la hora de deformar la realidad. Somos nosotros los que hemos inventado las pasiones y las pulsiones para tratar de explicarnos esta disociación entre realidad y percepción. Para el cerebro todo es el resultado de un cálculo coste-beneficio, incluidas las enfermedades mentales. Por suerte, fuera de la neurobiología, el ser humano parece bastante más complejo e interesante.
Todos los protagonistas de la obra están muy marcados, precisamente, por la memoria. En cambio tienen muchos matices y distintas voces. ¿Cuáles son las diferencias que podemos encontrar entre ellos? ¿Son esos contrastes los que les dan vida?
Quizá la novela trate precisamente de cómo un mismo acontecimiento puede derivar en consecuencias muy distintas para cada una de las personas que lo vivieron. Para escribir Un buen chico partí del pasado, de los acontecimientos ocurridos a finales de los noventa. Tenía una idea bastante clara de lo que había ocurrido en la casa de los gemelos en 1997 y de cómo era la relación que mantenían los componentes del grupo antes de que aquello ocurriera. A partir de ahí hice transcurrir diez años y los dejé interaccionar. Nunca trabajo con una hoja de ruta, y hasta que no he escrito un 60-70% del texto no empiezo a entenderlo de verdad. Eso me obliga a escribir dos veces la novela, una para entenderla y otra para cuadrarla, pero el resultado, al menos en mi opinión, conserva la frescura de quien avanza junto al lector en la investigación de los hechos.
¿Le has prestado a Polo algo de ti en esta novela? ¿Crees que siempre podemos intuir rasgos del escritor en sus personajes?
Le he prestado mi voz con todo lo que eso conlleva. No he creado una voz para él, le he cedido la mía. Y, en parte, mi propio pasado. Siempre he escrito de una forma confesional, como quien escribe un diario. La literatura que admiro es aquella donde la conciencia del escritor, una conciencia deformada y ficcional, está detrás de cada palabra. Me gustan esas novelas autobiográficas donde uno asocia al protagonista de la novela con el propio escritor. Traté de generar ese ambiente intimista, autobiográfico, antes de introducir la trama de ficción. A Polo le he prestado mi mejor cualidad como escritor, he puesto a su servicio toda mi capacidad de persuasión. Y es ese flujo de empatía que recorre la novela lo que hace que resulte perturbadora. Algo que siempre tuve claro era que el resultado de la novela iba a depender de lo cerca que el lector estuviera de Rubén Polo, debía estar tan cerca como para emular sus sentimientos, para hacerlos suyos, unos sentimientos por otra parte muy oscuros.
En Un buen chico guardas un lugar muy importante para los silencios, casi igual de primordiales que aquello que sí se cuenta. ¿Qué papel juega el secreto, el propio silencio, en la literatura?
Es cierto, es una novela elíptica. Si tiene sólo 140 páginas es porque la mayor parte de los hechos no están narrados y, no lo están, porque no me parecía necesario hacerlo. En ese sentido, creo que el lector es mucho más inteligente de lo que la mayoría de los escritores piensan. Muchas veces basta un diálogo de tres líneas entre dos personajes para definir perfectamente cuál es su relación. Qué sentido tiene bucear hasta su infancia si con un fogonazo puedes mostrar al personaje por completo. Además en el caso de Un buen chico, la estructura de la novela, con sus saltos rápidos de personaje y tiempo, me permitía generar muchísimas elipsis que más adelante son recuperadas por la narración.
En una entrevista comentas que para ganarte la vida tu plan era ganar concursos literarios. ¿Qué consejo le darías hoy a alguien que comienza a escribir? ¿Es casi imposible vivir de la escritura actualmente?
Eso ocurrió hace unos cuatro años, dejé mi trabajo en una oficina, la crisis estaba a punto de estallar pero nadie lo imaginaba. Llevaba más de siete años sin escribir una palabra. Ahora, viendo cómo se han desarrollado los acontecimientos, me parece una idea bastante descabellada y, sin embargo, he superado todos los objetivos que me propuse al hacerlo. Lo que me lleva a pensar que no importa cómo empieces sino que empieces de una maldita vez. Volví a escribir, gané algunos concursos pero, sobre todo, encontré la fuerza interior que necesitaba para saber que podía escribir a un nivel profesional. En realidad, creo que uno puede conseguir cualquier cosa que se proponga con cierta combinación específica de talento y esfuerzo. Ahora trabajo algunas horas en otra oficina lo que me deja mucho tiempo para escribir. Para mí el objetivo es vivir “y” escribir, no vivir “de” escribir. Ni me lo planteo. Casi ninguna novela supera los tres mil ejemplares vendidos y si llega a esa cifra se considera un éxito. El autor cobra un 10% del precio del libro. Los libros cuestan entre 15 y 20 euros. Se suele publicar un libro cada dos años. El cálculo es descorazonador.
Por último, ¿crees que cambia la forma de escribir y desarrollarse en el mundo literario con el uso de internet? ¿Resistirá la literatura a esta herramienta? ¿Y el libro en papel?
No me preocupa nada de eso. Ni la evolución del formato del libro ni la posible desaparición del libro de papel ni los cambios que puedan darse en el sector editorial. En realidad, los autores no deberíamos tener ningún miedo a los cambios. Como ya he dicho, actualmente el único agente del sector editorial que no puede vivir de su trabajo es el escritor. Parece difícil que la cosa pueda ir a peor en el futuro. Me preocupo más de mi próximo proyecto que del futuro del libro. Las recompensas que un escritor puede recoger, aparte de su satisfacción personal, son muy discutibles: cierta vanidad y muy poco dinero.
Muchas gracias y enhorabuena por la acogida de la obra.
Publicada en Otro Lunes (nº 26)