Sumisión. Michel Houellebecq. Anagrama Editores, Panorama de narrativas, 2015. Traducción de Joan Riambau. 288 páginas.
Michel Houellebecq nunca carga su pluma en vano. Gran parte de la brillantez de su narrativa reside en la meditada provocación que el francés inculca a sus textos. Muchas han sido las “instituciones” que el denominado enfant terrible de la literatura gala ha situado bajo su lupa. En este caso, el futuro más cercano de la política de su país le sirve para establecer una parábola en clave de estudio ficcional sobre la realidad sociopolítica de la Francia actual.
Tal vez sea Houellebecq el escritor que mejor se maneja en esa fina línea que separa el ensayo de la novela. En sus obras siempre se complementan elementos de ambos géneros, que se nutren unos de otros y establecen una simbiosis que alimenta la historia de principio a fin. En Sumisión no ocurre de otra forma; el autor adopta herramientas del análisis de actualidad política para imaginar y novelar la situación de una Francia que, en 2020, es gobernada por los Hermanos Musulmanes tras vencer en la segunda vuelta electoral al Frente Nacional de Marine LePen.
El punto de partida le sirve a Houellebecq para colocar a su personaje en la misma disyuntiva que se encuentra la mayoría de la sociedad francesa: sucumbir a los “encantos” de la Sharia o mantenerse al margen gracias a las “jubilaciones” ofrecidas por los islámicos a cambio de tranquilidad y silencio. Sin embargo, pese a que François, alter ego del escritor, sea un personaje interesante y dicotómico, el autor de El mapa y el territorio se centra demasiado en su historia personal, anteponiéndola al interesante caldo de cultivo que le ofrecía su arriesgada propuesta. El resultado es una de esas novelas que apuntan hacia una dirección poco transitada, polémica y con multitud de aristas, que, pese a todo, adolecen de una cierta falta de desarrollo en su conjunto. Sobre todo si se toma en cuenta la profundidad a la que se prestaba el tema y la tendencia del propio autor a acercarse a sus temáticas desde una cierta perspectiva sociológica (El mundo como supermercado, Ampliación del campo de batalla, El mapa y el territorio, etc.). En cambio, tampoco sería justo asegurar que el autor no indaga absolutamente nada. Las reflexiones, en boca del narrador, son constantes. Houellebecq arremete con la fuerza de un toro bravo y la elegancia de una mariposa. Tal vez el estamento más perjudicado sea el de la política contemporánea, atenuada por el filtro de un sistema de valores al que nunca duda en señalar. En sus propias palabras: “La mediocridad de la ‘oferta política’ era incluso sorprendente. Un candidato de centroizquierda era elegido, por uno o dos mandatos según su carisma individual, y oscuras razones le impedían llevar a cabo un tercero; luego la población se hartaba de ese candidato y más generalmente del centroizquierda, se observaba una alternancia democrática y los votantes llevaban al poder a un candidato de centroderecha, a ese también por uno o dos mandatos, en función de su propia naturaleza. Curiosamente, los países occidentales estaban extremadamente orgullosos de ese sistema electoral que, sin embargo, no era mucho más que el reparto de poder entre dos bandas rivales, y llegaban incluso a declarar guerras para imponerlo a países que no compartían su entusiasmo.”
Sumisión, por tanto, es otra demostración del interés de un autor por la realidad en la que vive, por una sociedad podrida a la que, en cambio, no cesa de buscar explicaciones. Un retrato mordaz de un país con muchos fantasmas políticos de todos los espectros, tanto del pasado como del presente (y, por extensión, del futuro), de la derecha o de la izquierda, de la sumisión o de la rebeldía. Houellebecq ha firmado una distopía contemporánea, cuyo principal arma es el miedo que puede generar su veracidad y la actualidad que desprende cada una de sus frases.
Publicado en Otro Lunes, nº 37, junio de 2015.