Cincuenta y un años tardó en marcharse el que parecía que lo había empezado a hacer tiempo atrás y que moría cada día un poco más. Su lucha, de gigantes, capituló en un hospital una mañana de mayo. Antonio Vega, el gran compositor y músico, cofundador del mítico grupo Nacha Pop e icono de toda una época; decidió, por fin, que ya no quería jugar más con su suerte.
Aquejado de un cáncer de pulmón, llevaba los últimos días ingresado con pronóstico grave en el hospital Puerta de Hierro. Por la mañana, en compañía de sus hermanos y su novia, alzó la bandera blanca y concedió un digno final en su batalla, con un gigante más poderoso que él.
“Me da miedo la enormidad, donde nadie oye mi voz”, decía en una de sus letras más alabadas. Pues no. Su voz será siempre escuchada por todos. Puede partir con la seguridad de que será así, su huella fue muy honda.
La vida es caprichosa y el destino quiso que dejase este mundo justo cuando tenía prevista la salida de un recopilatorio de poemas (¿Y si pongo una palabra?) para la semana que viene. Su editor, David Villanueva, no daba crédito a la noticia tras varias llamadas.
La huella que deja en Madrid –y el resto de España– es profunda. El Penta, donde fraguaron muchos de sus temas, brinda hoy por ellas, entre llamadas de los condolientes. Vega es de los autores que traspasan generaciones, sin perder su identidad y conservando su acogida. Sus restos mortales permanecieron en la sede de la SGAE en Madrid hasta el 14 de mayo y fueron después incinerados en el cementerio de la Almudena, tras lo que pudo marchar tranquilo a buscar el sitio de su recreo.
Publicado en Opinar.net
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