El aroma de las páginas de un libro recién comprado, al pasar, no tiene precio. Al igual que el de un antiguo manuscrito encontrado en la biblioteca de uno de tus abuelos, mientras buscabas un ejemplar de Cien años de soledad o Historia de una escalera, por ejemplo.
Los libros siempre han formado plena parte de mi vida y de mi tiempo libre. Desde muy pequeño mis familiares me enseñaron a disfrutar el placer de las letras, de las letras impresas. Esa infundada sensación de calor que proporciona sentarse una tarde-noche de invierno, mientras afuera llueve o hace frío, y desplegar las páginas de una novela que nos mantenga atentos e inmersos en otros mundos.
¿Qué sería de nuestra cultura sin los libros como hoy los conocemos? ¿Dónde irían a parar nuestras bibliotecas, esos enormes centros de conocimiento, arte y letras, en los que perfectamente me quedaría a vivir si no tuviese casa? Además, dicen que el papel genera calor en los cuerpos.
La nueva oleada de lectores de libros electrónicos (e-books) parece que hará desaparecer –con mucho tiempo- el libro tal como lo conocemos ahora. Un mecanismo digno de una novela de Bradbury, en el que no se queman libros, si no que se reducen a pequeños archivos que caben en un bolsillo y que, con ello, pierden parte de su consonancia. Yo, desde mi particular visión, creo que voy a convertirme en uno de esos protectores del libro, que en la novela Fahrenheit 451 conservaban la cultura a base de aprenderse las obras de memoria. Lo malo es que no guardo mucho sitio para crear una biblioteca de “libros impresos”.
Nada tendría que ver, por ejemplo en Rayuela, el paseo de Oliveira por París en busca de la Maga; si lo leyésemos en esa pequeña maquinita, sin poder desplegar el pequeño mapa que adjuntan algunas ediciones. O simplemente si a mitad del maravilloso capítulo séptimo, el aparato se nos quedase sin batería. Un libro nunca se queda sin batería, siempre tiene energía suficiente para que alguien dispuesto a sumergirse en su historia pueda cogerlo y leer hasta que su cuerpo, su vista o su imaginación literaria le permitan.
Realmente, desconozco el alcance que podrán tener estas innovaciones tecnológicas. Lo que sí creo saber es que por mi parte no tendrán cabida entre mis papeles. No. Quiero seguir degustando libros, páginas, cuartillas, hojas de periódico con relatos inéditos… no quiero guardar 250.000 novelas en mi bolsillo, para acabar por no poder leer ninguna.
Por favor, ayudémonos entre todos a mantener nuestros libros como tales, como lo que son ahora. Si no la cultura podría resentirse, y perder una centenaria identidad.
Publicado en La Huella Digital
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