Estos días otoñales se conmemora uno de los hechos quizás más importantes y transcendentales en la historia universal contemporánea. El 9 de noviembre de 1989 caía el muro de que resquebrajaba Berlín en dos partes, y con él, el denominado telón de acero. Parecía que aquel gesto, televisado y narrado por millares de periodistas de todo el globo, precipitaba la llegada de un mundo mejor, de una democracia plena, o, al menos, de una convivencia real. Pero, ciertamente, aún a día de hoy, en nuestro aparentemente mundo razonable y demócrata, siguen existiendo muros.
La ideología, posiblemente el “invento” humano más devastador, sigue siendo una férrea barrera difícil de superar en algunas regiones, en la que sus habitantes siguen sufriendo la desolación de vivir separados de sus paisanos, familiares o amigos, por el mero hecho de caer en uno u otro lado del muro. Muchas son las ciudades que por estos motivos: religión, ideología, raza… no pueden desarrollar su actividad metropolitana de la manera que debieran.
Denominados con apelativos desmerecedores, son los llamados muros de la vergüenza, levantados todos ellos en los siglos XX y XXI, en pleno apogeo de los valores de la libertad y el libre tránsito entre fronteras. Kilómetros de distancia cubiertos con puntos de reconocimiento y vigilancia que mantienen a la libertad maniatada y apuntada por el cañón imponente de los rifles del poderoso.
Tijuana, el Sáhara Occidental, Palestina, y otras barreras de menor rango mediático –quizás porque son las más cercanas para nuestro país-, como las vallas separadoras de Ceuta y Melilla. Territorios muchas veces olvidados por Occidente, por el Occidente poderoso y elitista en el que algunas veces vivimos. Ciudades asoladas por las muertes de miles de personas que intentan transitar a mundos más benevolentes consigo. Así lo denuncian las 3000 cruces que “adornan” el muro fronterizo entre Estados Unidos y Méjico, a su paso por Tijuana; y así lo podrían declarar los cientos de minas anti personas que separan el territorio saharaui del territorio ocupado por Marruecos, que tantas vidas se han llevado ante la impasible mirada de los guardias marroquíes, y lo que es peor, de la comunidad internacional.
Sí, estos días se conmemoran los veinte años de la caída del muro de Berlín. Un gran acontecimiento histórico. Y, como la ocasión merece, se preparan grandes eventos y actos para su recuerdo y su afianzamiento como símbolo del cambio y el progreso. Berlín se viste de gala, organizando exposiciones, reproducciones de graffitis en el muro (como el de la imagen), muros que caen al efecto dominó, y un amplio abanico de maneras; pero yo propondría una forma más de celebrarlo, que se uniese a todas las anteriores: el derribo de todos aquellos muros que aún están levantados y vigentes en nuestras sociedades, en nuestro mundo tan libre y democrático aparentemente.
¿Qué mejor manera que esa? Que la libertad verdadera… y no sólo el concepto.
Publicado en La Huella Digital
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