Una novela francesa. Frédéric Beigbeder. Editorial Anagrama. 224 páginas. 18’50 €.
Desde la soledad de su celda de detención preventiva, en la que fue encerrado por consumo de cocaína en la vía pública en 2008, Frédéric Beigbeder nos relata los recuerdos de su infancia en su novela francesa, que obtuvo el Premio Renaudot 2009.
Las letras francesas están de enhorabuena de un tiempo a esta parte. Los agradecimientos han de enviárselos, sobre todo, a sus dos escritores más polémicos, grandes amigos además –Dios los cría…-, Beigbeder y Houellebecq, que con su última novela también ganó el Goncourt y que firma el prefacio a esta obra de su colega.
Beigbeder reconstruye su infancia desde la dicotomía patente entre él y su hermano Charles, que pocos días después de la detención recibela Legión de Honor de manos del presidente. Gracias a sus pensamientos fragmentarios y desordenados, el escritor nos cuenta la historia de tres generaciones de su familia, hasta su hija, Chloë, de la que escribe párrafos de una delicadeza y una ternura sorprendentes en su estilo.
Habla Beigbeder de sus dos familias: los Chasteigner, vetustos aristócratas, y los Beigbeder, burgueses acomodados en permanente decadencia social. Entre críticas al trato policial, las condiciones carcelarias y el cinismo de la sociedad francesa, el polémico autor nos introduce en la memoria de sus veranos felices en Guéthary, el recuerdo de cómo sus abuelos se conocieron, o la tristeza y el desconcierto que le dejó el divorcio de sus padres.
Los barrotes de la cárcel parecen cargar de lucidez al escritor, que reconoce no recordar nada de su niñez al principio de la novela, pero que poco a poco va llenando el papel de anécdotas e historias familiares. Es destacable el inicio de la novela, el prologo en el que cuenta la historia de su bisabuelo, abatido en la Primera Guerra Mundial. “Soy más viejo que mi bisabuelo”, comienza el autor. Una frase de carácter marcadamente poético, que adelanta el matiz nostálgico que acompaña a las historias familiares durante toda la novela.
No obstante, el carácter a veces melancólico de Una novela francesa, no oculta el apelativo de enfant terrible que se ha ganado Beigbeder a lo largo de la última década. Su punto de vista más irreverente impregna las páginas en las que arremete contra el fiscal parisino Jean-Claude Marin, contra el régimen judicial y de prisiones o en las que hace una auténtica apología del consumo libre de drogas.
Frédéric Beigbeder nos sorprende con una suerte de memorias autobiográficas que aúnan la ternura y candidez del niño que todavía se considera el autor con la habitual perorata contra el Estado y los mecanismos gubernamentales franceses.
Publicado en Culturamas
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