viernes, 8 de noviembre de 2013

Stockholm syndrome

Explica Javier Marías en una de sus novelas la teoría por la que cuando una persona se enamora no lo hace de alguien, sino contra alguien. El amor puede ser una confrontación inagotable, un continuo cabezazo contra la pared y, algunas veces, una azotea desde la que mirar al horizonte por encima de todo o desde la que arrojarse al vacío.

En Stockholm, segunda película dirigida por Rodrigo Sorogoyen tras 8 citas, el amor es todo eso y más. Pero también mucho menos. La historia comienza una noche cualquiera, en una fiesta cualquiera, con dos personajes cualquiera; es un “chico conoce a chica” clásico. A ella (Aura Garrido) no parece hacerle mucha gracia al principio, pero a base de insistir y perseguirla, él (Javier Pereira) consigue seducirla para que se quede un rato más.

La noche madrileña será reconocible para cualquiera, algunas de las conversaciones que él intenta entablar, y el tonteo con el que intenta engatusarla, también. Sin embargo, a medida que la conversación y la noche pasan, él parece no entender algo: hay un límite que ella no quiere sobrepasar, aunque pudiese llegar a estar dispuesta a hacerlo.

Así se resume la primera mitad de la película, en una sucesión de secuencias casi teatral en la que los dos dialogan sin parar. Y entonces tiene lugar la ruptura, con la escena más poética y efectista de la cinta: un baile de ascensor y escaleras, en el que, mientras suena La gazza ladra de Rossini, una intenta salir del edificio y el otro que no lo haga para al final consumar el beso que toda la noche se intuía. El secuestro al que da nombre a la película se ha consumado.


A partir de entonces, cuando pasa la noche y sale el sol, todo parece haber cambiado. Ahora es él quien parece no tener más ganas de que ella se quede en casa y ella la que pone su paciencia a prueba con el mismo juego que él utilizó la noche anterior para seducirla. Cambio de tornas que puede llevar la situación al límite.

Stockholm es una panorámica de la manera de relacionarse de los hombres y las mujeres, ahora y siempre. Es verdad que la película supone un retrato quizás más fiel de la generación actual, la generación del “quiero esto y lo quiero ya”. La generación de la impaciencia, en la que por la noche, cuando todos nos ven, somos unos, y por la mañana, al resguardo de nuestro escondite, otros completamente distintos. La generación del “he conseguido esto, me ha costado mucho, pero ahora ya no lo quiero”.

El film se apoya incondicionalmente en los diálogos, con una teatralidad que llevan las secuencias a rozar los diez minutos mientras los dos conversan, se aprietan el uno al otro y se prueban. Por momentos, esa tensión latente y el cambio de tornas puede recordar vagamente a los funny games de Haneke, sobre todo cuando ella lleva el peso de la conversación. Aura Garrido (Crematorio, El cuerpo, Los ilusos) brilla por encima de todo con luz propia, y con una palidez tan lúcida como bella, que le han valido una merecida Biznaga de Plata en Málaga a la mejor actriz protagonista. Una protagonista que brilla más por la mañana que por la noche, a la que el giro sobre el que pivota la película le sienta de maravilla.

Es por la mañana cuando acompañamos a los personajes a la azotea, desde la que podemos intuir algún edificio emblemático de Madrid. La azotea, que cobra un valor tan simbólico. El aire que no hace más que representar la cárcel sobre la que se erige. “Ya no quiero hacer cosas que no quiero hacer”, dice ella por la mañana en referencia a lo ocurrido la noche anterior. La metáfora de la azotea como única ilusión de escape, la misma que utiliza el escritor Eduardo Ovejero en su última novela, La invención del amor.

Se puede decir, sin desvirtuarla ni una pizca, que Stockholm son dos películas en una, que se mueve entre dos géneros: una comedia romántica cercana a lo indie, en la primera media hora, y algo más cercano al thriller o al drama en la segunda. El resultado es un conjunto que engrana perfectamente, en los que, como mucho, chirría la escena introductoria, que pretende introducir una justificación al título de la película que, con el desarrollo, no habría sido necesaria. Por lo demás, un canto al cine hecho con escasos medios y por amor al arte, nunca mejor dicho, ya que el equipo sacrificó su sueldo para poder sacar adelante el proyecto. Digno de aplauso. Se cierra el telón. Os espera Estocolmo.

Publicado en In Magazine

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