La invención del amor. José Ovejero. Alfaguara, 2013. 256 páginas.
Escribimos por la misma razón que leemos y por la misma que nos dejamos llevar por la imaginación: para poder vivir en otras vidas. Necesitamos de las historias para sobrevivir, para escaparnos de lo que a veces nos parece una vida tediosa o para sentirnos vivos; en definitiva, para completar nuestra existencia. Esa es la razón de que, por ejemplo, exista el cine, la televisión o la literatura.
Sobre ese pivote, la imaginación, gira una y otra vez la última novela de José Ovejero, ganadora del Premio Alfaguara de Novela de 2013 y editada por el mismo sello. Samuel es un joven normal, un preso de la cotidianeidad, que sin embargo no tiene aparentes quejas con su vida. Es socio en una pequeña empresa dedicada a una rama de la construcción, tiene un grupo de amigos con los que pasar el rato y se confiesa como lo que un buen amigo mío considera un solterón alegre de su condición.
Pero los cambios llegan, para bien y para mal, cuando menos lo esperas. Abres la puerta y, ¡bum!, ahí lo tienes, sin envolver. En este caso, recibes una llamada y tu vida cambia por completo. “Samuel, hola, soy Luis. Tío, no me lo puedo creer. Clara… Clara ha muerto.” Ya está, el motor de cambio de una vida acaba de instaurarse. El problema es que, en la novela, el cambio arranca en el sitio en el que no debe, ya que Samuel, el protagonista, no conoce a ninguna Clara. A pesar de ello, su tedio tras una noche de copas en la que piensa que su vida gira en torno a una repetición constante le lleva a hacerse pasar por ese otro Samuel que no es. De esta forma, decidido a no sabe qué, acude al funeral de Clara, con la vaga idea de saber quién es y de conocer a la persona que lo ha avisado del accidente, sin duda confundiéndolo con otro Samuel.
Sin embargo, quién sabe si la excitación, la necesidad de inventar historias o el puñetazo que recibe del marido de Clara en el tanatorio lo llevan a seguir con la pantomima para conocer más de esa mujer y, sobre todo, de ese otro en el que se va a empezar a convertir poco a poco. ¿Por qué se merecía ese puñetazo? ¿Qué ha hecho Samuel? ¿Quién era en la vida de Clara? Para contestarse todas esas preguntas se vale de una mujer que lo recoge justo después del golpe recibido y lo lleva a casa; una mujer atractiva, que al principio entendemos como una de las amigas de Clara, a la que iremos descubriendo a la vez que el protagonista, en una clara declaración de la situación del lector en toda la historia.
La invención del amor narra la vida –o las dos vidas simultáneas– de Samuel, que un día decide emprender una búsqueda del yo a través de su negación, con un proceso por el cual el protagonista se deja llevar por la vida de otro. Ovejero reflexiona sobre el peligroso dominio que la invención ejerce sobre el ser humano. Conocemos poco a poco a Carina, nos enamoramos (o no) de ella, de sus reflexiones, de su pausa y de la proyección que hacemos de su personaje porque aún no lo conocemos. Y nos indignamos con la actitud cobarde de Samuel, porque en el fondo comprendemos ese impulso imprudente de seguir adelante con la mentira. Porque, en realidad, cualquiera de nosotros fabula con ideas similares, con inventarse que es otro para ganarse a alguien o simplemente por el placer de salir de nuestra piel por unos momentos. Pero la impostura siempre conlleva unos riesgos, los riesgos propios de la mentira, que llevada al extremo puede dañar todo nuestro entorno para que el mentiroso siga manteniendo su coraza.
La novela de José Ovejero es, según sus propias palabras, “una novela de amor para gente que no lee novelas de amor”. Y así es. Nos adentramos en una novela de intriga introspectiva en la que vamos descubriendo los misterios a través de giros narrativos, a veces demasiado inverosímiles, que sólo se atisban una vez sobrepasados. Samuel nos cuenta una historia de amor tan perfecta que en ningún momento alcanza a rozar un ápice de perfección. Y una historia de amor tan ilusoria, la de Clara, fruto total de la imaginación del protagonista, que da pie a la realidad más improvisada y cierta, la que sí vive con Carina.
Con La invención del amor José Ovejero nos lleva a un Madrid grisáceo y tristón, de calles angostas, vencejos y olor a calamares, pero también al de Atocha, las flores de Tirso de Molina y los paseos por el Retiro. Un Madrid atropellado en el que, aun así, caben reflexiones sobre la invención, el amor –que vertebra sigilosamente toda la obra–, el deseo o la memoria, como esta: “Nunca me han gustado los álbumes de fotografías: en ellos la gente tiende a parecer más feliz de lo que es, porque solo fotografiamos las fiestas, las celebraciones, las ocasiones en las que estamos con amigos, los viajes, e incluso los momentos en los que no estamos del todo felices, cuando nos ponemos delante de la cámara tendemos a sonreír, a estrechar el cuerpo que tenemos al lado con más fuerza o más emoción de la que sentimos. […] Supongo que los álbumes, o las colecciones de fotos que guardamos en nuestro ordenador, tienden a compensar el trabajo injusto de nuestra memoria, pues ella suele quedarse más bien con lo doloroso, con traumas y frustraciones, con lo que no hemos conseguido, con la situación en la que no reaccionamos como habríamos deseado.”
Publicado en Punto de Encuentro
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