martes, 5 de febrero de 2013

Javier Gutiérrez: «Malasaña es una marca bastante desgastada hoy por hoy»

2012 ha sido su año. Tras escribir las novelas Lección de vuelo (ganadora del Premio Opera Prima Nuevos Ganadores en 2004), y Esto no es una pipa (Premio Salvador García Aguilar en 2009), Mondadori ha publicado su tercera novela, Un buen chico, que en menos de un año se ha convertido en un éxito notable, entrando en las listas de mejores novelas del año. 

En ella, Javier Gutiérrez habla de la nostalgia, el pasado y la memoria en un barrio de Malasaña muy reconocible que, como el mismo dice, “ha perdido su aire mítico y underground”. Para ello se sirve de una visión intimista y de una técnica narrativa muy particular, que dejan huella en el lector. 

Tras la brecha del cambio de año, Un buen chico está situada por muchos críticos como una de las mejores novelas de 2012. ¿Te ha sorprendido o cuando la terminaste ya intuías que podía llegar alto? 

Es extraño. Cuando se iba acercando el momento de la publicación, recuerdo que estaba firmemente convencido de que la novela iba a pasar inadvertida para los medios culturales, que sólo sería reseñada en publicaciones independientes dirigidas a un público joven. Sin embargo, la acogida ha sido muy buena tanto por los medios de comunicación general como por las publicaciones especializadas. Y digo que es extraño porque salvo en ese momento inmediatamente anterior a la publicación, siempre estuve muy seguro del valor de la novela. Cuando acabé de escribirla, incluso antes de terminarla, ya era consciente de que estaba ante algo distinto, algo mejor de lo que había escrito hasta entonces. Hubo un momento, antes de que se la diera a leer a nadie, en que la única persona que sabía que la novela merecía la pena era yo mismo y fue una sensación emocionante y sorprendente a la vez, incluso fue mejor que el hecho de publicar en una gran editorial, mejor que recibir críticas positivas, fue mejor que tener el ejemplar por primera vez en la mano. Lo mejor fue tener esa certeza interior de haber escrito algo bueno y que nadie lo supiera. 

En algunas reseñas sobre la obra se puede leer que es una novela videoclip por su estructura de flashes y ritmo rápido. ¿Cómo ha sido escribir con esa técnica? ¿Te ha permitido cosas que otro estilo no habría podido? 

La estructura de la novela es fundamental en la narración. Generalmente cuando un escritor marca tanto su estilo suele resultar una limitación al desarrollo de la historia más que una ventaja. Sin embargo, lo que buscaba con esta técnica de las conversaciones cruzadas (inspirada en Faulkner y en Conversación en la Catedral de Vargas Llosa) era conseguir un efecto casi hipnótico en el lector. Hay un uso instrumental del estilo, se trata por un lado de mantener al lector pegado a la historia y, por otro, de desarrollar varios niveles de la trama de una forma simultánea. 

Malasaña aparece en tu novela casi como un personaje principal. ¿Crees que perdería fuerza la historia si el escenario fuese otro con menos leyenda? 

Al contrario, Malasaña es una marca bastante desgastada hoy por hoy. Ha perdido su aire mítico y underground. Hay una percepción general de que Malasaña es un parque temático para treintañeros modernos, que ha perdido su esencia y se ha trivializado. Y en parte, utilicé esa percepción general para dirigirla hacia Polo y su generación. No era Malasaña la que había perdido algo esencial desde los noventa a aquí, éramos nosotros, la generación de Polo, los que lo habíamos hecho. Y aun así esa Malasaña casi mitológica de los noventa que presenta el libro seguramente nunca existió. Es más bien un espacio emocional propio, mi propia deformación de la realidad provocada por cierto tipo de nostalgia. 

La historia de Un buen chico se equipara en muchas intervenciones con Historias del Kronen de José Ángel Mañas. ¿Es difícil crear una historia totalmente novedosa? ¿Consideras la literatura como un proceso cíclico? 

Es imposible crear algo totalmente nuevo, inevitablemente siempre se parte de un acervo cultural propio. Y aunque alguien lo consiguiera, el receptor no podría evitar conectarlo con otras referencias. Es el ejemplo de Mañas que citas. Historias del Kronen estaba muy lejos de mis influencias cuando escribí la novela y, sin embargo, por razones circunstanciales Un buen chico se ha asociado mayoritariamente a la novela de Mañas. Son los lectores los que encuentran una conexión que yo puedo asegurar que nunca hubo o, si la hubo, fue inconsciente. 

Escribes: “Nada tolera diez años de olvido. Nada resiste, te dices, el paso del tiempo.” ¿Qué papel juega la memoria en la literatura? ¿Es selectiva por naturaleza o somos nosotros los que fabricamos los recuerdos según nos conviene? 

La memoria es selectiva y embaucadora pero su funcionamiento no es caprichoso. El modo en el que el cerebro interpreta la realidad es extremadamente lógico y lineal, metódico. Sigue patrones casi matemáticos a la hora de deformar la realidad. Somos nosotros los que hemos inventado las pasiones y las pulsiones para tratar de explicarnos esta disociación entre realidad y percepción. Para el cerebro todo es el resultado de un cálculo coste-beneficio, incluidas las enfermedades mentales. Por suerte, fuera de la neurobiología, el ser humano parece bastante más complejo e interesante. 

Todos los protagonistas de la obra están muy marcados, precisamente, por la memoria. En cambio tienen muchos matices y distintas voces. ¿Cuáles son las diferencias que podemos encontrar entre ellos? ¿Son esos contrastes los que les dan vida? 

Quizá la novela trate precisamente de cómo un mismo acontecimiento puede derivar en consecuencias muy distintas para cada una de las personas que lo vivieron. Para escribir Un buen chico partí del pasado, de los acontecimientos ocurridos a finales de los noventa. Tenía una idea bastante clara de lo que había ocurrido en la casa de los gemelos en 1997 y de cómo era la relación que mantenían los componentes del grupo antes de que aquello ocurriera. A partir de ahí hice transcurrir diez años y los dejé interaccionar. Nunca trabajo con una hoja de ruta, y hasta que no he escrito un 60-70% del texto no empiezo a entenderlo de verdad. Eso me obliga a escribir dos veces la novela, una para entenderla y otra para cuadrarla, pero el resultado, al menos en mi opinión, conserva la frescura de quien avanza junto al lector en la investigación de los hechos. 

¿Le has prestado a Polo algo de ti en esta novela? ¿Crees que siempre podemos intuir rasgos del escritor en sus personajes? 

Le he prestado mi voz con todo lo que eso conlleva. No he creado una voz para él, le he cedido la mía. Y, en parte, mi propio pasado. Siempre he escrito de una forma confesional, como quien escribe un diario. La literatura que admiro es aquella donde la conciencia del escritor, una conciencia deformada y ficcional, está detrás de cada palabra. Me gustan esas novelas autobiográficas donde uno asocia al protagonista de la novela con el propio escritor. Traté de generar ese ambiente intimista, autobiográfico, antes de introducir la trama de ficción. A Polo le he prestado mi mejor cualidad como escritor, he puesto a su servicio toda mi capacidad de persuasión. Y es ese flujo de empatía que recorre la novela lo que hace que resulte perturbadora. Algo que siempre tuve claro era que el resultado de la novela iba a depender de lo cerca que el lector estuviera de Rubén Polo, debía estar tan cerca como para emular sus sentimientos, para hacerlos suyos, unos sentimientos por otra parte muy oscuros. 

En Un buen chico guardas un lugar muy importante para los silencios, casi igual de primordiales que aquello que sí se cuenta. ¿Qué papel juega el secreto, el propio silencio, en la literatura? 

Es cierto, es una novela elíptica. Si tiene sólo 140 páginas es porque la mayor parte de los hechos no están narrados y, no lo están, porque no me parecía necesario hacerlo. En ese sentido, creo que el lector es mucho más inteligente de lo que la mayoría de los escritores piensan. Muchas veces basta un diálogo de tres líneas entre dos personajes para definir perfectamente cuál es su relación. Qué sentido tiene bucear hasta su infancia si con un fogonazo puedes mostrar al personaje por completo. Además en el caso de Un buen chico, la estructura de la novela, con sus saltos rápidos de personaje y tiempo, me permitía generar muchísimas elipsis que más adelante son recuperadas por la narración. 

En una entrevista comentas que para ganarte la vida tu plan era ganar concursos literarios. ¿Qué consejo le darías hoy a alguien que comienza a escribir? ¿Es casi imposible vivir de la escritura actualmente? 

Eso ocurrió hace unos cuatro años, dejé mi trabajo en una oficina, la crisis estaba a punto de estallar pero nadie lo imaginaba. Llevaba más de siete años sin escribir una palabra. Ahora, viendo cómo se han desarrollado los acontecimientos, me parece una idea bastante descabellada y, sin embargo, he superado todos los objetivos que me propuse al hacerlo. Lo que me lleva a pensar que no importa cómo empieces sino que empieces de una maldita vez. Volví a escribir, gané algunos concursos pero, sobre todo, encontré la fuerza interior que necesitaba para saber que podía escribir a un nivel profesional. En realidad, creo que uno puede conseguir cualquier cosa que se proponga con cierta combinación específica de talento y esfuerzo. Ahora trabajo algunas horas en otra oficina lo que me deja mucho tiempo para escribir. Para mí el objetivo es vivir “y” escribir, no vivir “de” escribir. Ni me lo planteo. Casi ninguna novela supera los tres mil ejemplares vendidos y si llega a esa cifra se considera un éxito. El autor cobra un 10% del precio del libro. Los libros cuestan entre 15 y 20 euros. Se suele publicar un libro cada dos años. El cálculo es descorazonador. 

Por último, ¿crees que cambia la forma de escribir y desarrollarse en el mundo literario con el uso de internet? ¿Resistirá la literatura a esta herramienta? ¿Y el libro en papel? 

No me preocupa nada de eso. Ni la evolución del formato del libro ni la posible desaparición del libro de papel ni los cambios que puedan darse en el sector editorial. En realidad, los autores no deberíamos tener ningún miedo a los cambios. Como ya he dicho, actualmente el único agente del sector editorial que no puede vivir de su trabajo es el escritor. Parece difícil que la cosa pueda ir a peor en el futuro. Me preocupo más de mi próximo proyecto que del futuro del libro. Las recompensas que un escritor puede recoger, aparte de su satisfacción personal, son muy discutibles: cierta vanidad y muy poco dinero. 

Muchas gracias y enhorabuena por la acogida de la obra.

Publicada en Otro Lunes (nº 26)

Más allá de su interlocutor

Aquí y ahora. Cartas (2008-2011). Paul Auster y J. M. Coetzee. Mondadori & Anagrama, 2012. 270 páginas. 18’90 €. 

Escribir correspondencia ya no se lleva. Se dice muchas veces que leer tampoco. De estas dos frases podemos deducir que leer correspondencia debe estar en la parte más profunda del cajón. Sin embargo, cuando los que están empuñando la pluma en las dos esquinas del mundo son dos figuras de la talla de Auster y Coetzee, la cosa cambia, o al menos debería de hacerlo. 

Las cartas recopiladas en la coedición de Anagrama y Mondadori, con portada ciertamente norteamericanizada, dejan entrever, en cambio, dos personas normales, más allá de las expectativas que el lector pueda crearse al leer sus nombres. Dos amigos que conversan a través de la distancia sobre los temas que cualquiera podría hacerlo. El deporte, la competitividad, las películas que ven o los libros que leen, la amistad o los viajes que realizan, en los que muchas veces tienen lugar sus encuentros personales. 

Lo que parece comenzar como una correspondencia inocente, pronto se descubrirá como un ejercicio literario con una clara vocación de ser publicado. No se puede decir si lo que leemos es pose o si, verdaderamente, en sus palabras hacia su lejano amigo, cada uno de los autores desnuda sus pensamientos reales. Lo que está claro es que ambos sabían que en algún momento sus cartas, emails o mensajes por fax serían recopilados y publicados y que, por tanto, todo lo que escribiesen iba a tener un lector, tan variopinto como universal, más allá de su interlocutor. 

Si algo se echa en falta en estas cartas son las confesiones sobre lo sentimental. Al tratarse de dos autores tan líricos en cierto modo, el lector puede verse llevado a pensar que las cartas mostrarán algo similar a las novelas. Nada más lejos de la realidad; los sentimientos sólo son tratados vagamente cuando ellos hablan de los personajes de sus libros: Desgracia, Invisible… Quizás esta ausencia de sentimientos en las cartas de los dos autores responda a una característica innata del género masculino. Se suele decir que los hombres son más reservados a la hora de hablar de lo que sienten. Auster y Coetzee corroboran esta idea al dejar a un lado sus emociones. 

Dos escritores que se admiran y que dicen no pertenecer demasiado al mundo literario –sobre todo Coetzee– que generan odios y amores a partes iguales entre los lectores. Algunas de las reflexiones son de un valor literario incalculable –lo cortés no quita lo valiente-, mientras que algunas de las confesiones o de las declaraciones abiertas de amistad que se hacen el uno al otro nos sacan una sonrisa cómplice al leerlas, quizás pensando que nosotros también podríamos haber pensado lo mismo de cualquiera de nuestros amigos.

Publicado en Otro Lunes (nº 26)

miércoles, 23 de enero de 2013

Carnaval

El juego del otro. Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Jean Echenoz, Barry Gifford, Paul Klee, Sophie Calle. Errata Naturae. 224 páginas. 20’90 €. 

“¿Nunca has jugado a ser otra persona? Confiesa, no me lo creo.” Escuchaba hace meses a unos chavales, no más de quince años, estas palabras. No sé sobre qué o quién hablaban, pero esa seguridad con la que uno interpelaba al otro se me quedó grabada, aún hasta hoy. Evidentemente, todos pensamos, a menudo, en ser otras personas. Quizás más a menudo de lo que nosotros mismos creemos. La aspiración al remplazo es constante en nosotros. 

Los escritores, probablemente, sean los que más practican ese juego del otro del que habla este libro, pero no los únicos. En esta obra, Errata Naturae reúne a seis grandes figuras, cuatro escritores y dos artistas, cuyos textos reflexionan sobre este cambio de “yo”. 

El libro es una pieza cien por cien Errata Naturae, editorial independiente que, poco a poco, ha ido labrándose un nombre y un lugar en el panorama editorial, forjando un estilo muy propio. Está dividido en tres partes, más un prólogo en el que los editores revelan su voluntad para con esta obra. Además, en esa nota reflexionan sobre el conocido caso de Alicia Esteve, una mujer que se suicidó en 2008 tras descubrirse que no había estado en el World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Antes ella había recorrido los platós de televisión, las radios y las páginas centrales de los diarios afirmando que sí, que aquella gris mañana estaba allí y que, por lo tanto, era una superviviente. Incluso llegó a figurar como máximo representante de la asociación de víctimas. Pero no, no había estado allí, el 11S ella estaba en Barcelona, haciendo su vida normal, tal vez monótona. Cuando su mentira quedó al descubierto, probablemente decidió que ser otra ya no merecía la pena. Desde entonces, ese se convirtió en uno de los juegos de engaño más populares de los últimos años, que acabó con evidentes y fatales consecuencias. 

Este juego de intercambios es el leitmotiv de la obra. El prólogo da paso a la primera parte: una jugosa conversación sobre la impostura como herramienta literaria entre Jean Echenoz y Enrique Vila-Matas, dos de los escritores que más se enredan con la identidad y sus posibilidades. Los autores conversan sobre la filosofía de “tomar prestadas” algunas historias para sus creaciones. Son numerosas las situaciones “robadas” que ellos han transformado en el pilar de alguna de sus novelas. La conversación entre los creadores supone la justificación de la apropiación de hechos vividos por otros como inspiración literaria y base narrativa. Todo un canto al artificio. 

La segunda parte: El viaje a Túnez, reproduce el diario de viaje de Paul Klee a este país. En 1914 el pintor viajó con August Macke al país tunecino. Al volver, escribió un diario de esa experiencia. Macke, en cambio, falleció en el frente de la I Guerra Mundial sin dejar testimonio del viaje. Todo indica que el diario de Klee era un compendio de deseos y aspiraciones sobre aquel viaje, más que la perpetuación de lo que realmente allí ocurrió. Muchos años después, el escritor Barry Gifford se metió en la piel de Macke y escribió lo que podría haber sido el diario de viaje del artista, con sustanciales cambios respecto al de Klee. 

No obstante, si entendemos la literatura como un juego de “yos”, una constante suplantación, no podemos ignorar Nueva York: instrucciones de uso, un experimento llevado a cabo entre Paul Auster y la artista Sophie Calle. Cuando el escritor neoyorquino estaba inmerso en la escritura de su novela Leviatán, se apoderó de varios episodios de la vida de Sophie Calle para crear a su personaje Maria Turner. La artista, a cambio, le pidió unas instrucciones para convertirse durante un tiempo en un personaje del escritor en la vida real. Así, Auster confeccionó esas pautas y Sophie Calle se lanzó a las avenues con idea de llevar el plan a cabo y documentarlo en un libro. Ese experimento, y los resultados escritos por la artista, es lo que encontramos en la última parte, acompañada de las fotografías que realizó Calle de sus tareas. 

Tal vez este último sea el juego más claro de suplantaciones e imposturas. Una sucesión de hechos “preparados” por Auster, que juega a ser un Dios todopoderoso –igual que hace con sus personajes– con la polifacética Sophie Calle, que, a su vez juguetea a ser escritora al documentar y narrar todo lo que deriva de su acción. 

El juego del otro es un devenir de máscaras que se intercambian, un carnaval de personalidades que no son tales y la farsa de unas mentes que no se conforman con vivir sólo una vida. Como el hombre al que los editores de Errata le dedican esta obra: Ferdinand Waldo Demara, el gran impostor, que pasó su vida siendo otros, llegando incluso a acompañar al actor Steve McQueen en su lecho de muerte, dándole la extremaunción, como cura baptista.

Publicado en Punto de Encuentro

lunes, 7 de enero de 2013

La (nueva) generación perdida, cincuenta años después

Dejad de lloriquear. Sobre una generación y sus problemas superfluos. Meredith Haaf. Alpha Decay. Traducción de Patricio Pron. 272 páginas. 21 €. 

Escribía Hemingway: “pensé que todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y siempre se perderán”. Casi cincuenta años después de que Hem escribiese estas palabras, se da en el mundo la que se conoce popularmente como la “generación perdida”, una denominación que, curiosamente, también recibió la generación del escritor, integrada por Scott Fitzgerald, Steinbeck o Faulkner, entre otros. 

Precisamente esta generación, la de los nacidos en la década de los ochenta, es la que analiza la joven autora Meredith Haaf en su ensayo de polémico título: Dejad de lloriquear. No obstante, pese al agresivo encabezamiento, la obra no supone un ataque tal como se espera a sus coetáneos, si no más bien un pormenorizado análisis de los problemas, superfluos y endémicos, y de las actitudes, las virtudes y los defectos de esa juventud nacida en los ochenta. 

Con este título, algo tramposo, Haaf se presenta como una especie de término medio entre Tony Judt y Stephane Hessel: una visión complementaria de la juventud desde la propia juventud –Meredith Haaf nació en 1983, por lo tanto tiene ahora 29 años-. La autora, más que quejarse de la inactividad, parece querer dar un empujón a las personas de su quinta con el fin de que empiecen a cambiar el curso de las cosas. 

La alemana denuncia una generación que, en ocasiones, se esconde entre lloriqueos aparentemente fáciles o se refugia en la comodidad del anonimato que proporcionan las redes sociales y los medios de comunicación, basando toda su actuación social en su interacción en ese nuevo mundo virtual. “En líneas generales hay que decir que esta generación está atrapada en un estado postoptimista, deliberada y extremadamente flexible, nervioso y balbuceante, y que sus miembros están demasiado ocupados con sus redes de información y comunicación y obsesionados enteramente consigo mismos, con su propia distinción -sus gustos y estatus- y sus propias ventajas”, escribe para referirse a ello. 

Por suerte, Meredith Haaf no se mantiene al margen de esta denuncia, si no que se incluye en esa juventud acobardada por el miedo a perder algo que ni siquiera posee. Una generación que, en líneas generales, rehúsa el compromiso político y que odia tanto el compromiso como la confrontación. Como muestra, el principio del libro, en el que comenta como ella misma tiene una gran resaca por la que prefiere quedarse en casa antes que salir a participar en una importante protesta que tiene lugar a un par de calles de su casa. Tal vez con un ‘Me gusta’ en Facebook o un tweet seguido del hashtag adecuado bastarán para sintonizar con los que sí han salido a la calle y sentirse menos culpable. 

De esta forma, Meredith Haaf rompe con la posible idea que puede surgir en el lector al leer el título y subtítulo de la obra. No, la cosa no va de reírnos del que no hace nada, ya que yo misma estoy dentro de la misma generación que ellos, parece querer dejar claro la joven de Múnich. Lo que sí busca es lanzar un grito –una especie de ¡Indignaos!- a la juventud, de la que ella misma forma parte, para que el mundo comience a ajustarse a unos patrones más solidarios y beneficiosos para todos. 

Tal vez la frase final del epílogo sea la más reveladora. Un simple “Esta en nuestras manos” con el que cierra Haaf, después del aluvión de ejemplos, datos, estadísticas y opiniones que recopila en su libro, fruto de la observación y la investigación del objeto del estudio: la supuesta generación perdida. Un par de párrafos antes escribe la que quizás sea la frase con más poder de todo el libro: “Quizá algún día se diga de nosotros: dejaron que su mundo se derrumbara porque tenían demasiado miedo de salvarlo”.

Publicado en Culturamas

jueves, 20 de diciembre de 2012

Luces y sombras... y más sombras

La mujer de sombra. Luisgé Martín. Anagrama. 232 páginas. 16’90 €. 

Luces y sombras. Tal vez esa corta expresión sea la mejor definición que encontremos para el ser humano. Todos tenemos secretos y, por lo general, tienen un magnetismo mayor que el de todo aquello que sí dejamos ver. Sin embargo, cierto es también que, en la mayoría de las ocasiones, es preferible no conocer según qué cosas. 

La mujer de sombra ahonda en ese pantano de los secretos, en ese “cenagal” que es la vida, “una emboscada” en la que cada persona tiene siempre más de un rostro. Luisgé Martín nos transporta a los más bajos instintos de los hombres, a la perversión, el sexo y la violencia, y simultáneamente nos habla del amor, la verdad o el mecanismo oxidado de las relaciones humanas. 

Guillermo es un hombre felizmente casado con Olivia, cuyo verdadero nombre es Nicole. El matrimonio cuida de su hijo Erasmo y lo educa desde el amor y los libros. Todo sería idílico si no fuese porque él tiene una amante. Pocos días antes de fallecer en un accidente de coche, Guillermo se derrumba y le cuenta todo a su amigo Eusebio. Ella es Marcia, una mujer dominante, con la que él traspasa semanalmente la delgada línea que separa el sexo del dolor y la humillación. Ella es el secreto inconfesable de Guillermo. 

Tiempo después de la muerte de su amigo, Eusebio decide lanzarse en búsqueda de esa mujer a la que Guillermo no podía dejar de ver. Por supuesto que lo consigue, pero él, en cambio, no conocerá a Marcia, sino a Julia, una mujer inteligente, cariñosa y tierna, con la que pronto empezará una feliz vida en pareja. Pero la felicidad es algo relativo. 

A partir de entonces, movido por la curiosidad, el morbo y el conocimiento del secreto de Julia, Eusebio se introduce en una espiral depravada e insalubre con el fin de encontrar algún resquicio de esa Marcia que compartía las tardes con su amigo fallecido. Para ello comenzará a frecuentar chats eróticos y a intimar con los allí presentes. Cegado por las ansias de conseguir una confesión que combine a su Julia con Marcia, Eusebio empezará a compartir su vida con drogadictos, voyeurs, chaperos e incluso se adentrará peligrosamente en el terreno de la pederastia. 

Luisgé Martín muestra un mundo turbulento en el que la necesidad de saber se convierte en una carretera infernal; un descenso a las profundidades del morbo en el que la culpabilidad adquiere un matiz distinto y la identidad pierde por completo su importancia. Un espacio, en definitiva, en el que cada persona alberga un monstruo, y cada monstruo, un lado tierno. 

La novela de Martín es oscura, como ese Madrid en la que está ambientada; hipnótica, como las drogas que aparecen en ella; tan brutal, como las situaciones que narra, y enormemente psicológica. En cada una de las páginas el lector se plantea cada acción, cada contexto, pero a su vez no puede parar de leer: desde la primera página ha sido hechizado por esa misma perversión que, como dice Rafael Reig a propósito del libro, nos lleva a no apartar la vista en un accidente de coche y buscar a la víctima.

Publicado en Punto de Encuentro

lunes, 17 de diciembre de 2012

Soliloquio urbano

Ciudad abierta. Teju Cole. Acantilado. Traducción de Marcelo Cohen. 296 páginas. 22 €. 

Las ciudades, al igual que la mente humana, son laberintos repletos de conexiones, callejones sin salida y cambios de sentido. Algo así ocurre con la Literatura, que nos lleva tanto por anchas calles rebosantes de luz como por estrechas vías en las que nos agobiamos con facilidad. 

Teju Cole nos habla en su Ciudad abierta de todo esto. Y lo hace de una forma en la que parece que nunca pasa nada. Tal vez una de las tareas más meritorias, y complejas, del escritor sea la de contar algo de forma que parezca que ha sido sencillo hacerlo. Un buen amigo me enseñó la expresión novela de paseo para esas obras en las que aparentemente no sucede nada, cuyo poso va formando una mancha inolvidable en el lector. Esta Ciudad abierta es, sin duda, el claro ejemplo de ese subgénero. 

Julius es un psiquiatra nigeriano que vive en Nueva York. Su vida se desarrolla entre el hospital y sus ratos libres, que gasta paseando por la ciudad, en museos y cafés. Mientras la rutina de Julius acontece, su pensamiento fluye. Y ese pensamiento, un soliloquio pasado por el filtro de la razón, que por momentos roza el fluir de la conciencia, es el grueso de Ciudad abierta

La voz y la mirada del narrador son los elementos que marcan la diferencia en esta obra. Sin embargo, la reflexión también ocupa un importante cajón, como no podía ser de otra manera, en la mente del psiquiatra. A medida que sus paseos avanzan, Julius recuerda su pasado en Nigeria, su relación con su madre o las conversaciones que mantuvo con personajes variopintos, de naturaleza diversa, entre las que destacan un diálogo sobre las consecuencias y los motivos del 11S o una digresión sobre la situación de los inmigrantes en Europa. 

El autor de origen nigeriano no evita, ni mucho menos, los temas comprometidos. El terrorismo islámico, las dictaduras sostenidas por Occidente o el problema entre judíos y palestinos desfilan por las páginas de la novela como cuchillos afilados que no llegan a herir. Ciudad abierta discurre con ritmo pausado, casi como si fuese a detenerse en cualquier momento, y ni siquiera los giros, bruscos y violentos en algún caso, hacen que pierda un ápice de lirismo. 

La introspección constante de Julius, cargada además de flashbacks y flashforwards, nos muestra una novela de pensamiento, eso sí, muy alejada de la imagen pedante y presuntuosa que solemos advertir cuando sale a la palestra esta expresión. Un texto lleno de arrugas, de textura suave, e incluso de apariencia frágil en ocasiones, que nos lleva de la mano a un final, unas últimas frases, acordes con el resto del camino. 

Ciudad abierta, galardonada con varios premios norteamericanos (PEN/Hemingway, New York City Book Award for Fiction y el Rosenthal de la American Academy of Arts and Letters), quedará en la memoria literaria como una de las mejores novelas de 2012.

Publicado en Culturamas