Agosto, octubre. Andrés Barba. Editorial Anagrama. 152 páginas. 15 €.
¿Quién puede decir que los veranos de la adolescencia no marcan la vida? Andrés Barba seguro que está de acuerdo con afirmarlo. En Agosto, octubre así lo deja patente al menos. Las pandas de amigos, el descubrimiento del sexo y de las chicas, la muerte cercana…
Tomás viaja como cada verano al pueblo donde pasa las vacaciones con su familia. Allí, bajo la tranquilidad de este pintoresco lugar, comienza a suceder la vida, y esta llega con el vestido más negro que tiene en su armario. La tía Eli está enferma y su vida se está acabando y ella lo sabe y lo asume. Su familia atraviesa por un mal momento y es entonces cuando una tarde Tomás descubre una pandilla de amigos en la que ampararse.
Comienza a salir con ellos y, en pocos días, descubre que también hay algunas chicas vinculadas con este grupo de chavales. Todo transcurre con una tranquilidad extrema, propia de la vida de un pueblo, en la que pueden ocurrir las cosas más trágicas del mundo sin que se pierda la apariencia de sosiego.
Esto ocurre en la primera parte, bastante más lenta y larga (100 páginas) que la segunda (40). Aunque parece algo inconclusa, al final de esta el autor hace dar un giro desmedido a la vida de Tomás y con ello a la novela. Tomás se ve envuelto en un episodio de una violencia descomunal el día antes de marcharse de vuelta a Madrid con su familia, cuando tiene un sentimiento de desazón y autodestructividad que le lleva a perderse.
Así, la segunda parte transcurre en la ciudad y con un gravísimo sentimiento de culpabilidad de Tomás, que no encuentra la manera de subsanar el grave suceso acontecido la última noche del verano. Este segundo capítulo, con un ritmo mucho mayor, de frases cortas y concisas, despliega una fuerza narrativa atroz. Tomás busca las maneras de solventar su error y sacarse de la cabeza el último verano, traumático de principio a fin y que ha supuesto el cambio de la niñez a la juventud y el camino a la madurez. Los remordimientos, el recuerdo de su tía, la automutilación, son algunas de las formas que aparecen repetidas en el mes de octubre, y que acaban derivando en la huida de Tomás al pueblo para intentar solucionar el hecho ocurrido en agosto. El cierre de la obra es perfecto.
Andrés Barba ha conseguido algo muy difícil -y lo ha hecho muy pronto- que es conseguir una voz propia y tratar con una tierna dureza una parte de la vida muy convulsa, que es la adolescencia. Su prosa juega con los ritmos narrativos a la perfección y el lector queda atrapado desde el principio en un nudo de metáforas en el que la acción transcurre, como la vida en los pueblos, lenta, pero sin pausa.
Publicado en Pero Libros
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