Seda. Alessandro Baricco. Editorial Anagrama. 180 páginas. 10’50 €.
Nunca me gustaron las obras de literatura romántica. Con esto me refiero a ese tipo de obras en las que el amor es tan evidente y proclamado en tan alta voz que resulta pasteloso desde cualquier ángulo que lo cojas. Si bien es cierto que respeto este tipo de novelas, y admiro su producción y el trabajo que conlleva escribirlas, por supuesto, pero nunca me atrajeron lo suficiente. Es por esta razón por la que tuve un ligero recelo durante un tiempo antes de coger esta novela y sentarme a leerla. Tras la recomendación de varios lectores, que generalmente recomiendan buenas obras, y de algún que otro personaje, me lancé a su lectura.
Y he de decir que no me sentí defraudado. La primera vez que la leí me embaucó muchísimo la delicadeza que muestra Baricco a la hora de describir las sensaciones, corpóreas o no, de sus personajes. Tan delicada como el tejido que le aporta el título y sobre la que gira la historia que se narra en sus páginas.
Herve Joncour, un hombre francés, que reside en la ciudad de Lavilledieu, se ve llevado por azares del destino al mundo de la industria de la seda. Al poco tiempo de empezar a trabajar, una enfermedad de los gusanos obliga a los empresarios de la industria a plantearse sus negocios en el extranjero.
Para ello se organiza una especie de cooperativa y el encargado de viajar a Japón es el protagonista. Supuestamente, se trata de un solo viaje, pero tan importante que saneará el problema de la seda y la enfermedad de los gusanos en Francia, y además aportará grandes riquezas a los empresarios.
Sin embargo, el viaje deriva en otros viajes a la tierra de los samuráis, y esto es lo que se cuenta en este libro, que en palabras de su propio autor “no es una novela. Ni siquiera un cuento. Ésta es una historia”.
Sorprende la manera de contar el amor sin apenas mencionarlo. Alessandro Baricco cuenta una preciosa historia de amor y deseo haciendo alusiones escasas a lo mucho que una persona quiere a otra o deja de quererla, centrándose más en las sensaciones que experimentan sus personajes y en unas conversaciones muy delicadas, tejidas bajo la tenue luz de los dormitorios de éstos.
Va llegando el momento de dejar de escribir y que cada uno coja su ejemplar de esta novela. Queda poco más de añadir. Tan sólo que la historia transcurre en 1861 y que Herve Joncour tenía, por aquellos entonces, treinta y dos años.
Publicado en La Huella Digital
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