El 7 de febrero de 1812 nació Charles Dickens en la ciudad portuaria de Portsmouth, en Inglaterra. Su familia no era de clase baja, pero siempre cargaba con las deudas de su padre, que despilfarraba el dinero con el que debía sustentar a su mujer y sus hijos. Era difícil, entonces, prever que, con el tiempo, el pequeño Charles se iba a erigir, junto a William Shakespeare, en el mayor narrador de la historia de la Literatura.
Aunque no nació en Londres, se puede decir que el escritor era un londinense de pro, ya que su familia se trasladó a la city cuando él sólo tenía dos años. Desde entonces, la ciudad conserva ese aire propio de sus novelas. El espíritu del escritor deambula por la ciudad, llena de vestigios de su época.
Los derroches de su padre hicieron que ni él ni sus hermanos accediesen a una educación consistente, salvo en contadas ocasiones. Charles Dickens se convirtió así en un experto autodidacta que pasaba las horas muertas leyendo en cualquier rincón. Era aún muy pequeño cuando se sumergió en obras como El Quijote o en los hitos de la novela picaresca, muy a la orden del día en aquellos tiempos.
Uno de los primeros barrios en los que vivió, acogido tras el ingreso de su padre en prisión, fue el mítico Camden Town, en el que hoy se asienta el mercado alternativo más famoso del mundo y en el que hasta hace poco tenía su residencia la malograda Amy Winehouse. El barrio de aquellos años nada tiene que ver con lo que encontramos ahora. Camden era entonces uno de los suburbios más pobres de Londres. Allí es donde el futuro escritor empezó a adquirir su sensibilidad con la pobreza y con los estratos más bajos de la sociedad, a los que él también pertenecía.
A la edad de doce años, el joven Charles comenzó su vida laboral. En su primer trabajo pasaba en torno a diez horas pegando etiquetas en una fábrica de betún. Con el dinero que ganaba, un sueldo miserable, pagaba su habitación y ayudaba a su familia, que vivía con el padre en la prisión (práctica permitida por la ley de entonces).
En sus primeros años de adolescencia, mientras trabajaba en la fábrica, adquirió esa conciencia generosa y altruista que sería uno de sus sellos de identidad desde entonces. Esa capacidad de observación y de narración que elogiaron tantos grandes personajes. Marx celebró al escritor diciendo, nada menos, que su obra había hecho más por la clase trabajadora inglesa que “todos los discursos de los profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos”. Y así es, Dickens era un hombre filantrópico, que se preocupaba por los demás y que narraba el drama de las clases bajas porque verdaderamente le inquietaba.
A pesar de que se dice que Dickens no tenía una gran imaginación, la suplía con creces a base de observar. La cualidad más importante para cualquier escritor es la observación del mundo. Así se formó el gran novelista del XIX, mediante la observación del mundo que le rodeaba. De esta manera se convirtió en un símbolo de la cultura británica, que guarda toda su vigencia aún hoy.
Buena muestra de ella es la cantidad de adaptaciones o menciones a sus obras que podemos ver en la cultura británica actual. Tal vez el mayor exponente sea Bleak House (Casa desolada), exitosa adaptación de la BBC sobre su novena novela, inspirada en su propia labor dentro del aparato judicial. Pero Casa desolada no es la única; las adaptaciones de Oliver Twist, David Copperfield, o A Christmas Carol son constantes. No pasa un año sin que podamos ver nuevos montajes o reinterpretaciones de sus obras.
'Dickens dream'. 1875. Robert William Buss. |
Londres y Dickens van de la mano. Uno se entiende menos sin el otro. La capital británica alberga un gran abanico de vestigios de la época victoriana en la que vivió Boz. Su casa de Londres, en el 48 de Doughty Street, y que curiosamente comenzó a habitar en 1837, año en el que comienza la era victoriana, es uno de ellos. Se trata de una vivienda de dos pisos, no demasiado pretenciosa, que se mantiene aproximadamente como el escritor la dejó a su marcha. Un lugar para el recuerdo del escritor, en el que podemos ver los manuscritos de obras suyas como Los papeles póstumos del Club Pickwick, que concluyó allí antes de comenzar Oliver Twist, o su colección de objetos más grande, entre ellos cartas y objetos que compartía con su esposa y sus hijas.
El escritor popular que reivindicaba los derechos de autor
Sabemos que en Londres terminó de forjarse como persona y comunicador. El escritor era, además, un gran convocador de masas. Cada vez que organizaba una de sus guías de lectura o una lectura pública, llenaba los locales o los parques en los que tenían lugar. Se convirtió en un personaje muy popular para los británicos y aún hoy sigue siéndolo. Con motivo del bicentenario, en la calle Victoria podemos encontrar, a menudo, un actor caracterizado como él, que da charlas a estudiantes o lee fragmentos de su obra desde un púlpito. Alrededor de él no cabe un alma. Todos escuchan con atención como otro nuevo Dickens nos narra sus historias de siempre.
Peter Ackroyd, autor del reciente libro Dickens. El observador solitario, cuenta que: “En la época en que se inventaba la fotografía, ya era muy conocido popularmente, y cuando realizaba sus giras por América era seguido por multitudes en la calle y se congregaban masas frente a los hoteles en los que se alojaba.” Algo impensable hoy en día, en sociedades en las que los escritores pasan más bien desapercibidos entre modelos, futbolistas y actores. Boz se convirtió en una gran celebridad.
A Dickens le encantaba que le adorasen, pero incluso esta adulación le parecía hiperbólica y no le terminó de gustar nunca, al igual que los propios Estados Unidos. Sus obras Notas americanas y Martin Chuzzlevit, escritas tras regresar del país norteamericano, dan muestra de ello. La relación del escritor con Estados Unidos no pasaba de una mera relación comercial, ya que allí había un número importante de lectores de Boz.
Manuscrito de Dickens. Foto: Jesús V. S. |
El origen de esta especie de aversión por los Estados Unidos viene dado por una polémica con los derechos de autor. El escritor se veía desprotegido por la ley estadounidense, muy proteccionista con los autores patrios, pero que, por el contrario, permitía a los editores publicar a los escritores extranjeros sin pagar ningún tipo de derechos. La cantidad de dólares que perdió Dickens por esta medida fue la espita de su recelo frente a América. Ni siquiera la popularidad que obtuvo, gracias a los precios populares que permitía este ahorro de los editores en derechos de autor, compensó la pérdida. Dickens lanzó una contraofensiva en sus discursos contra la ley que pronunció durante una gira estadounidense y en las obras posteriores que escribió al regresar. Se puede decir que el autor londinense fue uno de los primeros defensores de los derechos de propiedad intelectual.
El caminante nocturno
Quién sabe si fue entonces cuando comenzó a caminar en la noche. Su vida no era sólo éxito y adulación de su público, lo cual le encantaba y le hacía dedicarse en cuerpo y alma a ellos. No obstante, su mundo interior deja entrever un hombre corriente, que no se olvida de su pasado en la pobreza, que tiene graves problemas conyugales, su separación de Catherine o la complicada relación con sus hijos, entre otros. Tal vez sea esto lo que cargaba a su espalda cuando se internaba en la noche paso a paso. Dickens paseaba sin rumbo y sin horario. La noche casi era tan larga como sus caminatas. Cuentan las leyendas que una noche llegó a caminar hasta treinta kilómetros.
Largo recorrido el de sus paseos, como larga es la magnitud de sus trabajos. Todavía hoy, dos siglos después, sigue siendo uno de los autores más traducidos y reproducidos. Sin duda, Dickens fue el escritor victoriano por excelencia y un narrador más que fiable de su época. Aún hoy conserva intactos su energía, su humor y su capacidad de observación. Quizás sean estas las características de su obra que le mantienen tan vivo hoy, doscientos años después de su nacimiento en Portsmouth. Boz está tan vivo como entonces.
Publicado en Punto de Encuentro
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