¿Cómo se estudiará a nuestra generación, los de este siglo o incluso los de este milenio, cuando hayan pasado veinte mil años? Es a lo que parece jugar Manuel Vilas en su última novela, Los inmortales. Corre el año 22011 en la Galaxia Shakespeare cuando es encontrada una obra –o más bien unos restos de ella- en la que se retrata a los hombres del pasado. Los habitantes de la lejana Shakespeare, una evolución del ser humano que ha alcanzado la inmortalidad, descubren en este manuscrito a unos hombres amenazados por la muerte y la enfermedad, algo difícil de imaginar para ellos.
Manuel Vilas ofrece un juego histórico-temporal en el cual algunos hombres viajan a lo largo de la historia universal gracias a sus rencarnaciones. La inmortalidad es cuestión de algunos elegidos. En ese juego que propone Vilas, podemos ver a algunos de los personajes históricos más populares en situaciones disparatadas o en periodos temporales ajenos a los que vivieron en sus vidas reales, esas vidas que llenan los libros de texto de cualquier bachillerato que se precie.
De esta manera, descubriremos a un Cervantes, apodado Saavedra, que tan pronto charla con Robespierre como con un Kafka a punto de morir, o se enamora de Eva Braun y asiste a la conversación de Hendaya entre Hitler y Franco. La obra de Vilas tiene visos de revisión histórica y, a la vez, de travesura de historia-ficción. El escritor revisita todo tipo de escenarios, como los religiosos, con la desternillante historia de Ponti (el pontífice Juan Pablo II), un gamberro beodo, fan de Raffaella Carrà, que va de compras con Mother T (Teresa de Calcuta), con aventura sexual y coche fantástico incluidos.
La cultura es otro de los ámbitos en los que Vilas realiza su sátira. Nos encontraremos con escritores como Dante Alighieri (ahora Dan), convertido en un beatlemaniaco tatuado y fan de los Sex Pistols, que viaja a Irlanda con Pablo Neruda (Nefta), un tipo orgulloso de su iPhone 4. En Irlanda tropezarán con James Joyce, en forma de holograma, y el dublinés les pedirá una alocada y violenta misión. También podemos ver a un relajado Vírgil (Virgilio) acompañando a Fede (García Lorca) a sus vacaciones en Cambrils.
El propio escritor aragonés no queda exento de la parodia y se codea con un rey Juan Carlos I caricaturizado al máximo, en un futuro imaginario en el que, además, representa a España en el primer viaje literario a la Luna. En el ámbito artístico encontramos a Pablo y Vin (Picasso y Van Gogh, como no podía ser de otra forma) envueltos en una orgía desenfrenada de gordas.
El mundo que esboza Vilas a través del manuscrito es un mundo loco e hilarante, que es representado de forma brillante e ingeniosa. El escritor se vale de un constante juego de tiempos y un lenguaje rítmico con un tono de pantomima, que se encarga de esconder su honda crítica a la alta cultura y a la condición humana.
Una América Latina convertida al islam por Hugo Chávez, el último comunista en la tierra escuchando los mensajes del fantasma de Stalin, o un arcángel encargado de organizar a los inmortales, que van y vienen a lo ancho y largo del Tiempo, son algunas de las quimeras que nos esperan en esta novela. Una obra basada, sin duda, en el sentido del humor y la crítica colorista –casi pop- a la sociedad actual, con la excusa de hacerlo desde un futuro muy lejano que, a efectos prácticos, no queda tan lejos en realidad.
Estamos ante una novela transgresora que, seguro, no dejará indiferente a ningún lector.
Publicado en Punto de Encuentro
Estamos ante una novela transgresora que, seguro, no dejará indiferente a ningún lector.
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