Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, decía Albert Camus. A menudo pienso que el fútbol es calcado a la vida. En estos tiempos que corren, en los que el fútbol parece haberse reconciliado un poco con la cultura, y justo ahora que estamos en plena competición mundialista, me sobreviene a la cabeza esta idea.
Lo cierto es que viendo el gol de Inglaterra que no subió al marcador en el 4-1 del otro día, me di cuenta de que el tiempo siempre pone a todos en su sitio, incluso en este circo del fútbol. Hace 44 años, en julio de 1966, el gol de Inglaterra sí que subía al marcador. Era una situación parecida a la de este partido. Lo único que cambió en aquella final fue que el gol de Hurst sólo lo vio el juez de línea en todo el estadio. Todo lo contrario que el otro día, en el que el único que no lo vio fue ese mismo juez de línea, aunque la pelota rebasó varios palmos la línea de gol.
Como la vida misma. Metáforas, sin más. Alemania se estaba tomando la revancha cuatro décadas después en unos octavos de final que sin duda, dejarán minada la memoria británica durante años. El karma respondía ante los aficionados alemanes de aquel partido en Wembley. El gol que no subió al marcador ofrecía una lejana venganza a aquellos jugadores que perdieron la final en 1966 con un resultado parecido (4-2).
Esto es fútbol. Tal vez sea yo que quiero acercar todo a la literatura y tengo una visión imaginativa o literaria de la vida. Pero creo que es por eso mismo por lo que me gusta sentarme a ver algún partido de vez en cuando. Porque el fútbol es una metáfora de la vida que, sabiendo disfrutarla, puede resultar muy lírica.
Porque el fútbol, leía anotado en una libreta hace días, es como la vida misma: humanidad y deshumanización al mismo tiempo. Y emoción al límite. Sonrisas y lágrimas.
Y ahora también justicia poética.
Publicado en La Huella Digital
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