En 1896 Alfred Nobel fallecía en su casa de San Remo, víctima de un ataque cardiaco. Un año antes había firmado en su testamento la donación de parte de su gran fortuna a la creación de unos premios que llevarían su nombre y premiarían al máximo exponente en cada una de las parcelas, entre las que se encontraba la literatura. En 1901 empezó a otorgarse el Nobel de Literatura. Su precursor murió lejos de saber que había creado uno de los premios más polémicos y controvertidos del siglo XX.
Siempre que se habla de premios y jurados nace la polémica. Es inevitable. Quizás la polémica vaya de la mano de los galardones. En el momento que hay un ganador, en otra parte existen varios perdedores, que, por supuesto, para algunos lo serán de forma injusta. La causa inherente de la entrega de premios, sea en el ámbito que sea. El Premio Nobel de Literatura, aparte de ser el más laureado del ámbito literario, también es posible que sea uno de los más controvertidos en cuanto a sus galardonados. A lo largo de su centenaria historia se ha otorgado a múltiples escritores, de toda índole y todas nacionalidades, pero existe una larga lista de olvidados para el jurado sueco en su historia.
Escritores como Gabriel García Márquez, José Saramago, Pablo Neruda, Albert Camus o Hermann Hesse, eclipsan a los que no lo tienen, y a juicio de casi todos sí lo merecieron.
El Nobel nace en 1901 como uno de los premios que figuran en el testamento de Alfred Nobel, millonario sueco. Según este testamento el premio debería ser entregado al autor “que haya producido la obra más notable en ese año literario”. La encargada de seleccionar al ganador del Premio es la Svenska Akademien, Academia Sueca. Aunque el premio se concede al conjunto de una carrera literaria, se suele destacar siempre una obra en concreto para cada autor premiado.
Existen multitud de opiniones de los expertos en el premio sobre los galardonados y los que no lo han sido. División de opiniones sobre lo justo o no de cada uno de los premios. “No creo que, hablando en general, se haya concedido mal”, dice Constant Burniaux. Sus palabras, sin embargo, dejan entrever que puede haber ocasiones en las que la entrega del premio no haya sido del todo justa. Alain Bosquet, por su parte, aboga por un jurado de quince reconocidos escritores, que sustituyan a los desconocidos académicos suecos.
Durante la primera época del premio, los expertos son más críticos con los galardonados, ya que, a su juicio, muchos de los premiados no eran más significantes que los grandes olvidados. Sully Prudhomme, Echegaray y Heyse entre otros, fueron premiados, mientras que grandes firmas de la literatura se quedaron sin el premio. En esta primera época el olvidado más destacado es Leon Tolstoi, que con toda su obra, entre la que encontramos grandísimos títulos universales como Guerra y paz o Anna Karenina, se quedó sin recibir un galardón que a todas luces mereció. Otros escritores de la primera etapa que no recibieron el premio pese a la magnitud de su obra fueron, por ejemplo, Emile Zola, uno de los grandes novelistas franceses de todos los tiempos, o August Strindberg, escritor y dramaturgo sueco, que renovó la dramaturgia de su país.
Entre los años 1921 y 1929 surgen una serie de nombres que han ganado puntos en los años contemporáneos, como son Yeats, Shaw y Mann. No obstante, pese a que en esta época la Academia Sueca lava un poco el mal inicio del premio, cabe destacar dos increíbles lagunas, que se fueron alargando durante dos décadas, hasta la muerte de los autores. Son el español Benito Pérez Galdós y el francés Marcel Proust, autores ambos de grandes obras literarias que dejarían un gran poso en la literatura universal hasta nuestros tiempos, y que seguirán dejándolo de aquí en adelante con toda seguridad. Es llamativo el caso de Benito Pérez Galdós, que tuvo desde la creación del premio una cierta mirada crítica hacia los galardonados y una especie de aversión hacia este premio, cosa que algunos dicen fue la causa de que nunca fuese premiado. En España, y en muchos países, se convocaron incluso manifestaciones, sobre todo de estudiantes, a favor del galardón al escritor canario. Además, en 1924 muere el escritor Joseph Conrad, escritor frecuentemente solicitado para el galardón, que murió sin formar parte siquiera de las propuestas de candidatos para obtener dicho premio. El escritor polaco supone para la literatura un nexo de unión entre los clásicos británicos, como Charles Dickens, y las figuras de la literatura universal moderna, como el ruso Fiódor Dostoievski. Su carrera nunca se vio recompensada con el premio, aunque méritos sí que hizo, sobradamente, para al menos aparecer como nominado.
La década de los treinta es una década que pasa muy desapercibida entre los críticos que analizan el premio. Existen dos bellas elecciones, a juicio general de éstos, que son Pirandello, que recibió el galardón en 1934 y siguió siendo una fuerza importante en el teatro moderno, y O’Neill en 1936, que es considerado por el crítico Spiller, junto a Hemingway, Elliot y Faulkner, como “certeras dianas del comité”. Sin embargo, la década de los treinta oculta tras algunos premios mediocres otros posibles galardonados que sí debieron gozar de tal reconocimiento. Por el caso español, sin ir más lejos, Antonio Machado o Miguel de Unamuno, aunque se habla también del poeta Federico García Lorca, pudieron recibir el Nobel por encima de Jacinto Benavente, que al final terminó pasando sin pena ni gloria prácticamente por la literatura universal. Antonio Machado con su poesía simbolista y castellana describió una época difícil y un país cambiante en cuanto a sus políticas. Además, precedió a una de las generaciones de poetas más reconocidas en la literatura universal, la generación del 27, que luego tendría como galardonado a Vicente Aleixandre, como premio a toda una generación y compensación a la ignorancia hacia Federico García Lorca por la academia. Por su parte, Unamuno innovó en la novela, creando lo que el llamo nivola y dando mucho protagonismo a los personajes, que dialogaban incluso con el autor, de manera muy divertida, como vemos en su gran obra Niebla. Saliendo de nuestras fronteras, llega una de las omisiones más garrafales en la historia del premio Nobel, la de la escritora Virginia Woolf.
Este error se achaca a la difícil época de entreguerras, en la que la Academia no disponía de los medios necesarios, ni suficientes para valorar con criterios adecuados la literatura que se creaba en estos años. Sin embargo, la omisión en el premio de la escritora londinense se alarga en el tiempo la friolera de veinticinco años, ya que su primera obra está fechada en 1915, y enseguida comenzó a escribir obras merecedoras, sin duda, del galardón. Su caso es muy parecido al del escritor irlandés James Joyce, incluso ambos son comparados, tanto por su manera de escribir como por su extensa renuncia de la Academia a premiarlos. Se dice que Woolf es la Joyce femenina. Ambos murieron en 1941. ¿Sólo datos?
No se puede analizar la historia del Nobel de literatura sin detenerse en la que está considerada como la omisión más grande y preocupante de toda su carrera: la de Joyce. El escritor, completamente ignorado por la academia, con una gran obra, extendida en el tiempo de su escritura, prácticamente en treinta años, ha sido siempre el abanderado de los grandes errores del Nobel. En el momento de su muerte, el irlandés había escrito obras importantes de todos los géneros. Con su literatura constituyó un fiel retrato del Dublín que vivió desde su infancia, aunque no experimentase por ella un sentimiento de amor, precisamente. Su manera de narrar y su literatura supusieron un cambio drástico en la novela que se podía leer en su época coetánea. Un buen ejemplo de su gen de escritor especial es su Finnegans Wake. En este texto James Joyce narra el sueño de un personaje, pero no lo hace de una manera corriente, sino que para ello utiliza un lenguaje propio, a veces dificilísimo de entender, que ha sido, a menudo, objeto de estudio de numerosos filólogos y sociedades de estudiosos de la novela, creadas a partir de ese texto.
Esta época fue especialmente dañina para la gran cantidad de omitidos y olvidados por los intelectuales suecos. La lista se hace larguísima: Franz Kafka, Konstantinos Kavafis o el inmenso poeta y narrador de la Lisboa de primera mitad del siglo XX, Fernando Pessoa. Estos tres casos, en cambio, son diferentes a muchos de los citados con anterioridad, ya que la mayoría de la producción de estos autores se publicó después de su muerte, por lo tanto, no se conocía la totalidad de su obra cuando éstos podrían haber recibido el premio. Son las tres ausencias, posiblemente, más explicables en cuanto a la decisión del jurado.
Posteriormente, desde el periodo de posguerra se vive una temporada de adjudicaciones más coherentes y sensatas, con algunas subidas y bajadas en cuanto a la crítica, pero con un reconocimiento común de los galardonados con el Nobel. Quizás la poeta Gabriela Mistral es algo más cuestionada por la intelectualidad, al recibir el premio en 1945, pero finalmente también se la reconoce como un escalón importante en las letras hispanas, con lo cual se termina por reconocer su premio. También existe la opinión de que su Nobel es el reconocimiento a sus predecesores: Vicente Huidobro o César Vallejo.
No obstante no se puede decir que sea una etapa exenta de omisiones, aunque sí es cierto que son menos escasas, no son por ello menos importantes. Véase, sin ir más lejos, el caso de Leon Tolstoi, mencionado anteriormente. O también Ibsen, Paul Valery, Nabokov… Sin mencionar los grandes renovadores, como el dramaturgo Bertolt Brecht o el viejo Claudel.
Se llega así a los ochenta, en los que llega una de las elecciones más polémicas del jurado, no por el galardonado, sino por su pronta recepción del premio que podría haberse retrasado unos años y haber premiado a otros indiscutibles candidatos a recibirlo en ese tiempo. Hablamos de García Márquez, Nobel completamente merecido, aunque muy tempranero, que privó a otros escritores latinoamericanos de un galardón que deberían haber recibido. Son los casos de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Sin Borges el llamado boom latinoamericano no habría tenido sentido, y ni García Márquez ni Cortázar hubiesen llevado su literatura al punto álgido donde colocaron las letras latinas.
Los últimos años del premio sólo han tenido una ausencia verdaderamente notable, de la que se ha hablado siempre como posible Nobel, que al final ha terminado muriendo recientemente sin obtener el premio. Es el caso del español Miguel Delibes, que desde que Cela recibiese el premio en el año 1989 ha sido el escritor nacional que más fuerte ha sonado siempre para postularse como acreedor del premio. Finalmente, este año, el gran escritor de nuestra lengua falleció sin obtener un premio que hubiese merecido con creces, y que ha sido de los pocos que se le han escapado en su carrera. Durante su carrera ha recibido los más importantes galardones de literatura: el Premio Nadal (1948), el Premio de la Crítica (1953), el Príncipe de Asturias (1982), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1991) y el Premio Miguel de Cervantes (1993), entre otros. Sólo le faltó obtener el Nobel para culminar su gran carrera como escritor y cronista de una España rural, la que vivió. Aunque no por ello deja de ser de los más grandes de la literatura española de todos los tiempos.
Publicado en La Huella Digital
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